Capítulo 26: Hans Roy

914 80 8
                                    

La presión sobre mí disminuía un poco conforme pasaban los días, pero igual me estaba matando todo lo sucedido. Pasaba la mayor parte de mi tiempo con Anna o con Lachlan, quien había sido una maravillosa compañía, pero era imposible para mí dejar de pensar en Helena o en Sam. A pesar de ello, y de nuestro irrompible vínculo, no había visto al chico una sola vez desde que se transformó sobre mí, aquel nefasto día en el bosque.

Traté de encontrarme con Sam, conversar con él o solo verlo aunque fuese en la distancia, pero no pude. Él huía de mí constantemente y al parecer se había ido de la mansión de los Amell para regresar a su casa, pero no pude encontrarlo allí tampoco. Hablé con Lucas, su hermano menor, para que le hiciera llegar mis mensajes. Incluso me pasaba todo el almuerzo en la biblioteca mirando a la puerta con la absurda esperanza de que entrara mirando hacia el cielo y con las manos en los bolsillos, pero no lo hacía. No aparecía. No llamaba. No me hablaba...

Traté varias veces de contactarlo a través de Jensen, pero él tampoco estaba seguro de dejarme saber el lugar donde se encontraba. Decía que esa era una decisión que solo Sam podía tomar y que si había decidido pasar un tiempo a solas era porque lo necesitaba realmente; que era mejor darle su espacio luego de todo lo que había sucedido en esos días. Respetaba la decisión de Sam de reflexionar acerca de lo sucedido y de buscarle un sentido a todo lo que había hecho en los últimos tiempos, pero también era cierto que me debía una serie de explicaciones y que necesitaba hablar con él a solas.

—Es absurdo lo que está sucediendo. —hablé súbitamente mientras Lachlan enterraba su rostro en un vaso de whisky en su habitación.

Yo estaba junto a él y Anna me acompañaba muy a su pesar.

—Por favor —rogó él—. Necesitas urgentemente una distracción.

—Entonces me voy —sugirió Anna provocando una carcajada en el moreno tan pronto la chica se levantó del suelo y se fue de regreso a su habitación.

—¡Solo iba a sugerir que leyera un libro! —vociferó el de los ojos jade para que ella la escuchara desde el pasillo y luego cayó riendo sobre la cama. Yo esperaba sentada junto a su puerta abierta—. ¿Ya le dijiste a Erick que planeas irte a Texas? —preguntó Lachlan con un genuino interés.

—No —negué—. No se lo he dicho a nadie todavía.

—Yo iré contigo —habló con dulzura rodando sobre la cama para alinear sus ojos con los míos.

Su mirar me llamaba a estar a su lado pero siempre había algo que me retenía. Quizás ya era tiempo de soltar mis ataduras y dejarme llevar del todo con alguien.

—No estás segura de irte si quiera —se adelantó él—. Quizás deberías esperar a que Helena regrese.

—No tengo idea si ella o Sam regresarán algún día —hablé con la sangre hirviendo por dentro—. No podían haber escogido un momento menos jodido para irse de luna de miel...

—Ellos no se fueron juntos, Lizzy —corrigió él enseguida, pero se contuvo de no dar muchos detalles porque vio un inusual brillo en mis ojos—. Pero puedes preguntarle a Jensen. Quizás él te diga algo que yo no sé —mintió. Él lo sabía todo.

—¿Por qué no me lo puedes decir tú? —requerí caminando hacia el chico con una decisión algo ardida.

—Lo siento, Lizzy —dijo poniéndose de pie y acercándose a mi rostro con una expresión un poco irascible que me hizo temblar en el lugar—. No te voy a entregar a Sam en bandeja de plata.

—¿Y quién dice que soy tuya para que me entregues? —arremetí inmediatamente y mis palabras lo dejaron atónito—. No soy y nunca seré tuya, o de él o de nadie… —hablé con aquel nervio que solo salía en las más inoportunas circunstancias.

Mi boca estaba peligrosamente cerca de la suya y él me rogaba en silencio que hiciera yo el primer movimiento sobre sus labios.

—¡Wow! ¡Ella tiene actitud! Incluso un poco de personalidad —habló una voz masculina que no reconocí.

Ante las palabras del desconocido, me volteé a la puerta y descubrí a un alto y delgado joven pelirrojo de unas veintitantos años. Su cabello cobrizo crespo estaba cuidadosamente despeinado, lo que daba la sensación que era un look trabajado y que combinaba a la perfección con la intensa sombra dorada que llevaba sobre sus ojos cafés. Un pronunciado delineado de gato y unas perfectas cejas perfiladas me dejaron saber que aquel chico era extremadamente consciente de su propio atractivo y le gustaba que todos en la habitación lo notaran.

—Hans Roy, El Rojo —saludó Lachlan volteando los ojos en blanco sin despegar su mirada de mí y con una sonrisa graciosa en la cara. Por su reacción, parecían conocerse aquellos dos.

—Connan Lachlan, La Sardina —sonrió el pelirrojo igualando el tono hipócrita de Lachlan y ante la salutación del chico nuevo, no pude hacer otra cosa que dejar escapar una pequeña risa, que traté ahogar mordiéndome los labios.

El moreno terminó riendo y, para mi absoluta sorpresa, cuando se viró a ver al chico, lo recibió con los brazos abiertos en un abrazo.

—¡Oh, por favor, Lach! ¡No continúes disimulando el hecho de que te encantan mis huesos desde que me viste por primera vez! —bromeó Hans dándole unas palmaditas en la espalda al chico que lo levantó en peso al escuchar su osado comentario.

—¿Qué puedo decir? —Sonrió el moreno continuando el juego del nuevo—. Eras el brujo más apuesto que había sobre la tierra.

Su cálida bienvenida se detuvo tan pronto el pelirrojo posó sus ojos sobre mí.

—Ella es Lizzy… Elizabeth Shendfield —me presentó Lachlan y Hans se dirigió directo a mí sin parpadear siquiera. Me extendió la mano y con un poco de recelo correspondí a su saludo.

Había nobleza en sus ojos brillantes y una sonrisa anonadada en sus gruesos labios que era bastante genuina.

—No hay duda que eres la más bella de todas —habló—. Siempre lo fuiste, aunque a tu hermana le cueste reconocerlo…

—Roy —presionó Helena que apareció en la puerta tan pronto el pelirrojo pronunció aquellas palabras.

Verla fue revivir lo sucedido en el bosque. El fuego negro quemando el suelo tapizado en hojas, las brujas levitando sobre mi cabeza; todo parecía regresar a mi cabeza. Era como sumirme en un vívido recuerdo que solo se detuvo cuando vi a Hans arrodillado en el suelo con sangre en su nariz y sus ojos, aún tomado de mi mano.

Me separé de él tan pronto lo vi en aquellas condiciones y el terror de saber que podía llegar a hacerle lo mismo que esas mujeres, me conmocionó de tal manera que la propia Helena se adentró a calmarme poniendo sus manos sobre mis hombros y pidiéndome que controlara lo que estaba sucediendo e intentara relajar mi respiración.

—Ella es demasiado poderosa, H —sentenció Hans, quien fue ayudado por Lachlan a ponerse en pie y recobrar su fuerza—. No es una simple humana y no puedes tratarla como tal.

—¡Ya lo sé, Hans! ¡No necesito que me lo digas! —exclamó ella encolerizada mientras me asistía a mí por muy extraño que pareciera.

Perdí el conocimiento y aunque parecieron solo unos escasos segundos los que pasé inconsciente, al despertar sobre la cama de la que parecía ser la habitación de Helena.

La Reina De Los Lobos [Saga Dioses Caídas] (Libro 1 ✔️✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora