Capítulo 42: En la boca del vampiro

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La casa que había reclamado Alexandra como suya se trataba de una reconocida mansión de un cirujano plástico local al que la vampira le había obligado a irse de la ciudad, en el mejor de los casos. Era una residencia despampanante; lo suficientemente apartada como para que nadie inmiscuyera sus narices en lo que sea que ella estuviera tramando y tan ostentosa como lo era la propia Alex. La reja de metal de la entrada principal se abrió dejándonos pasar al interior de la propiedad con la facilidad de la tecnología tan pronto Jensen enseñó las invitaciones a la cámara de seguridad. La fila de autos frente a la puerta de la mansión simulaba que toda la ciudad estaba invitada y aquello definitivamente no olía bien.

Jensen fue un perfecto caballero cuando asistió a Becky en su intento de bajar del auto y pasearse por la aparatosa e innecesaria alfombra púrpura que vestía la escalera de mármol que daba a la puerta de la casa del desaparecido anfitrión. Sam, por otro lado, ni siquiera lo intentó, y yo agradecía su falta de esfuerzo, sin embargo. Él se bajó del auto por el lado contrario al mío, y aunque estuvo atento a que yo pudiera bajar sin problemas, no movió el más mínimo músculo para hacer el caballero.

Mientras Jensen y Becky ya se disponían a entrar en la mansión luego de subir la escalera blanca y lila, yo me quedé totalmente indecisa en el primer escalón, tragando en seco y arrugando el vestido.

—No hagas eso —me dijo Sam hablando por encima de mi hombro con algo de molestia y hastío en su voz.

Él todavía se las arreglaba para ser mucho más alto que yo, incluso si yo estaba en un escalón arriba de él y con en aquellos incómodos tacones. Su mirar estaba recio y continuaba con toda el estoicismo que lo rodeaba, pero había algo de comprensión debajo de toda aquel aparatoso mal humor.

—No permitas que te vean dudar —habló con algo de convicción y quiso suavizar sus palabras tomándome del mentón y girando mi rostro directo a sus ojos—. Solo yo puedo verte nerviosa —terminó en calidad de orden, levantando una ceja.

No lo miré a los ojos. Bajé la vista.

—¿Qué diablos te importa mi miedo?

—Está demasiado claro que a mí me importa todo de ti —se sinceró—. Y si no puedes ver eso, aparte de una mentirosa, eres una tonta.

Su idiotez era el broche de oro para el único momento medianamente tolerable que habíamos compartido en todo el día.
Mis ojos fueron a él y su acto altanero se había desvanecido. Hablaba con la experiencia de saber lo que era sentirse intimidado por una situación terrorífica. Sonaba honesto por primera vez en mucho tiempo.

—Y si crees que no lo puedes soportar, solo muérdete los labios —continuó aconsejándome—. Incluso la rabia es mejor que sentirse indefenso o vencido por algo que evidentemente te supera.

Él siempre se mordía los labios cuando estaba cerca de mí.

Me extendió su brazo mirando al frente y solo posó su mirada en mí cuando deslicé mi mano para apoyarme en él. Con cada paso, mi mano se clavaba en sus músculos. Sam solo sonreía cuando yo me daba cuenta que lo estaba apretando demasiado y liberaba algo de tensión, pero regresaba a sujetarme de su brazo con todas mis fuerzas unos segundos después.

Anna y Erick aún no se habían atrevido a entrar, sino que esperaban por nosotros a unos pasos del umbral de la puerta principal. Ella se veía tan consternada por el inminente encuentro con Alexandra que era incluso digna de lástima. Estaba genuinamente asustada.

—Está bien, Anna —intenté calmarla yo—. Estaremos aquí para ti.

Era gracioso que estuviera regalándole palabras de ánimo a la chica cuando ni siquiera podía mantenerme en pie sin ayuda de Sam. Él o sabía y aún así no dijo nada, solo permitió que me aferrara a su brazo con una amable sonrisa en su perfecto rostro.

La Reina De Los Lobos [Saga Dioses Caídas] (Libro 1 ✔️✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora