Capítulo 12

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Renato no levantó la vista de su computador cuando escuchó un golpe en la puerta de su oficina.

"Ya te dije que no, Fausto. Deja el escenario tal cual como siempre. No me importa la opinión del boludo. Si no le gusta que se vaya a tocar a otro lado".

"¿Vine en mal momento?" preguntó Gabriel.

Renato levantó su mirada, encontrándose a Gabriel ahí, un poco tímido, mientras giraba hacía atrás su gorra.

"Perdón. Pensé que eras Fausto. Y si, mal día". Bueno, no era la culpa de Gabriel, así que intentó disipar la frustración con una sacudida de hombros.

Gabriel echó una mirada al pasillo antes de cerrar la puerta y tomar asiento. "¿Qué pasa?"

Se inclinó hacia adelante, con expresión preocupada, como si de verdad estuviera interesado por saber.

"Bueno, cuando llegué en la mañana, la gente de la constructora me dijo que los trabajos se iban a atrasar dos semanas, porque hubo un error con el pedido de unos materiales y ahora me pasé del presupuesto. Y para peor, un pelotudo que viene a tocar en la noche se las está dando de diva cuando soy el único que le ofrece un escenario para tocar en toda capital."

"Para. Si el error del pedido no es tuyo, ¿por qué lo tenes que pagar vos?"

Renato suspiró, la frustración de la mañana volviendo a surgir otra vez. "Porque lo mande de vuelta. Se van a demorar seis semanas en mandarme el pedido con el diseño correcto. Así que preferí pagar a tener que esperar por tanto tiempo. Pero bueno, ya sabes, las remodelaciones siempre son una pesadilla".

Gabriel asintió. "Lo lamento"

"No es tu culpa". Renato forzó una sonrisa, que se volvió genuina al observar a Gabriel, enfocándose en esa cara hermosa en vez de la ira que sentía en su interior. "¿Y vos? ¿Qué haces acá?"

"Nada", parpadeó mirando sus propias manos, un poco tímido. "Solo te quería venir a saludar"

Renato dejó salir el aire, en un suspiro profundo que estuvo conteniendo durante todo el día. Arrastró la silla hacia atrás para poder ponerse de pie. "Vení"

Gabriel volvió a mirar la puerta cerrada, luego se levantó y se encontró a medio camino con Renato, enterrándose entre sus brazos, su pecho presionado sobre el contrario, justo en el lugar al que pertenecía. Renato apoyó su cabeza en el cuello de Gabriel, hundiéndose ahí, dejando que los brazos del mayor lo contuvieran.

Dios, se sentía tan bien. No estaba acostumbrado a esto, a tener a alguien en quien apoyarse. Solo era un mal día en el trabajo, un poquito de estrés, nada trágico ni catastrófico, pero el olor de la piel de Gabriel, el calor de su cuerpo era tan reconfortante que Renato quería esconderse ahí el resto del día.

"Trabajas muy duro, Tato", murmuró Gabriel.

Renato medio gruñó "¿Qué?" en el cuello del mayor. No se quería mover ni un centímetro.

"Siempre he pensado lo mismo. Siempre he pensado que te preocupas mucho, que te estresas demasiado con todos esos pequeños detalles que tu personal debería manejar".

Renato se alejó para poder mirarlo. "Pero es mi bar. Tengo que saber que todo está-"

Gabriel lo interrumpió con un beso, lento y prolongado. "Si sé. ¿Podés tomarte un descanso? ¿Podemos salir de aquí un ratito antes de que tengas que abrir el bar?"

"¿Qué estás pensando Gallicchio?"

"¿Te parece si nos encontramos en tu departamento?"

Renato asintió, besó a Gabriel otra vez, y lo observó marcharse.

Sip. Tanto que se había comido la cabeza con eso de ir despacio y precavido. Cuando en realidad ya estaba loco por el chico.

Logró escabullirse del bar con facilidad, diciéndole a Fausto que necesitaba descansar un par de horas, cosa que no era del todo falsa. Era uno de esos días en los que Renato se sentía sofocado, un poco atrapado en su propia cabeza, y le picaban las ganas de salir, especialmente ahora que Gabriel lo estaba esperando.

Prácticamente corrió hasta su departamento, dejando salir un suspiro de alivio cuando encontró a Gabriel apoyado contra la pared al lado de su puerta, revisando algo en su celular. El rizado levantó la vista y sonrió, pero se desvaneció a una expresión más seria cuando notó el humor del castaño.

No hablaron. Renato lo atrajo hacia su cuerpo, besándolo duro hasta sentir el dolor. Gabriel lo recibió todo, le regaló a Renato su cuerpo sólido para dejar ir todas sus frustraciones.

De alguna manera, abrió la puerta, mientras frotaban sus lenguas y se tomaban de las manos, empujando a Gabriel adentro, y cerrando la puerta de una patada detrás de ellos. No alcanzaron a llegar más allá del living. Renato empujó a Gabriel sobre la alfombra, tirando botones y tela, chupando y mordiendo la piel que se revelaba a cada segundo. Gabriel parecía estar igual de apurado, empujando sus caderas contra las del castaño una vez que lograron estar desnudos, frotando sus miembros como si no pudiera esperar un segundo más para saborear la sensación.

Ardían juntos, caliente y espeso, mientras chocaban sus cuerpos, un enredo de brazos, piernas y piel, sacándose jadeos de placer entre cada movimiento. Renato se perdió en la fricción, en la forma en que rotaban sus caderas, frotando con su cara el cuello y el hombro de Gabriel, dejando que sus dedos exploraran todo su cuerpo, porque necesitaba sentirlo. Todavía se sentía enojado, su humor hacía que sus caricias fueran más bruscas, más profundas.

Gabriel gruñó ante cada contacto, tirando a Renato más cerca de su cuerpo. En contra de todos sus instintos, el castaño se levantó para correr a buscar el lubricante y un condón. Por un momento, pensó que Gabriel lo seguiría, que estaría justo detrás suyo cuando se diera la vuelta, pero cuando volvió al living encontró al rizado todavía en el piso, jadeando. Tenía su mano en su propia pija, masturbándose rápido, sus ojos abiertos aterrizando sobre el castaño mientras dejaba salir un pequeño gruñido.

"Mierda", suspiró Renato, moviéndose lento ahora mientras se ponía de rodillas, con la única intención de mirar.

Gabriel siguió sacudiendo su mano sobre su pija mientras Renato lo abría, húmedo y rápido, un poco más duro y profundo que lo habitual. Se tomó su tiempo, pero no fue gentil. Gabriel prácticamente danzaba sobre sus dedos, retorciéndose y gimiendo su nombre, agarrándose a su antebrazo con la mano libre, intentando apurarlo.

"No te corras", gruño Renato. "Todavía no".

Una sonrisa fugaz atravesó la boca y los ojos del rizado. "Todavía no", prometió, su voz convertida en un susurro roto.

Renato se enfundó el condón sin más preámbulo y se empujó en su interior, suficientemente familiarizado con el cuerpo de Gabriel para saber cuánto podía aguantar, para saber exactamente cuánto le gustaba al rizado el ardor cuando no se deslizaba centímetro a centímetro, sino que se enterraba de una sola vez.

"Dios, si", gruñó Gabriel, la luz del sol se filtraba entre las cortinas del living haciendo que su piel resplandeciera. Renato podía ver el sudor brillando en la curva de su cuello, podía ver como se formaba una fina capa sobre su frente. El castaño se agachó a saborearlo mientras comenzaba a mecer sus caderas.

"Hazlo lento", logró decir Gabriel, moviendo sus manos al cuello de Renato, entrelazándolas sobre su nuca. "Y duro"

Renato enroscó sus dedos y enterró sus rodillas en la alfombra, sin importar las marcas rojas y ardientes que probablemente después iba a tener. Se dispuso a cogerse a Gabriel, lo más profundo que pudo, mientras mantenía un ritmo lento y controlado, intentando sacar del contrario esos gemidos bajos y sonoros, que tenía guardados especialmente para ocasiones como esta.

Sintió que toda la tensión de su cuerpo brotaba hacia la superficie, y agarró la mandíbula de Gabriel, apretándolo mientras lo besaba.

Gabriel tomó sus muñecas y arrastró sus manos hacia abajo, depositando las manos del castaño sobre su cuello. Por un momento, pareció que el mundo se detuvo, trayéndolo de vuelta a la realidad, al lugar en que sus manos estaban presionadas, al pulso salvaje que se encontraba bajo sus palmas. Miró los ojos de Gabriel, fuego verde, y despacio, muy despacio, comenzó a presionar  sus dedos.

Gabriel separó sus labios, sus mejillas se encendieron, pero no desvió la mirada, no detuvo a Renato. Esa parte primitiva del castaño volvió a surgir. Usando toda la frustración del día, todos esos pensamientos estresantes que estaban nublando su mente, apretó con cuidado sus dedos alrededor de la garganta de Gabriel, convirtiendo toda esa oscuridad en su interior en algo caliente. Algo hermoso.

Eso era exactamente lo que era Gabriel. El rizado intentó respirar un poquito, probando la fuerza del agarre en su cuello, relajando sus dedos alrededor de las muñecas de Renato y hundiéndose en la nueva sensación. El castaño embistió en su culo, ahora moviéndose más rápido. El mayor levantó un poco más sus piernas y cerró los ojos.

Cuando Renato lo soltó, Gabriel jadeó pesadamente, un sonido similar a un "si". El castaño siguió cogiéndoselo, observó como la corriente de oxígeno fresco hacía enrojecer el cuello del rizado, del mismo tono que sus cachetes, su mirada perdida por la marea de químicos en su cerebro.

Un momento después, Gabriel volvió a tomarlo de las muñecas para dirigir sus manos hasta su cuello, una vez más. Y otra vez, Renato canalizó todo su mal humor y lo descargó en el acto, esta liberación perfecta de toda la ira que contenía su cuerpo. Nuevamente, Gabriel perdió la cabeza con su agarre, enterrando sus dedos en el culo de Renato al mismo tiempo que su mente se deslizaba a otro lugar, quizás a otro plano. El menor se inclinó y metió su lengua en la boca de Gabriel. El chico no le devolvió el beso, pero subió sus manos para enterrarlas en el pelo del castaño y alzó todo su cuerpo, como si no pudiera soportar la lejanía, como si ni siquiera el aire tuviera el derecho de mantenerlos separados.

Después de unos segundos Renato lo soltó y Gabriel dejó caer su cabeza hacia atrás, sus manos intentando agarrarse a la alfombra mientras tomaba respiraciones largas y forzosas. Luego levantó sus manos para acariciar de manera ausente la espalda del castaño mientras este seguía embistiendo.

Era como si Gabriel estuviera drogado, mirando a Renato con estrellas en sus ojos, suave y abatido, mientras las caderas del castaño no dejaban de empujar.

"Otra vez", le dijo Renato. "Y cuándo te suelte, te corres".

Gabriel asintió despacio, la mejor respuesta que pudo dar. Levantó su mano para cubrir suavemente la del castaño una vez que se posaron sobre su cuello. Renato apretó un poco más fuerte esta vez, observando en Gabriel cualquier signo de molestia, pero el mayor nunca se resistió. El rizado se veía tan hermoso, atrapado bajo su cuerpo, vibrando de deseo por él, tanto como él deseaba a Gabriel, tanto como lo necesitaba.

La pija del castaño vibraba en el interior de Gabriel. Embistió unas cuantas veces más antes de soltar el cuello del rizado.

La puta madre.

Gabriel arqueó su cuerpo y casi gritó cuando se corrió, mientras se dejaba ir, derramándose en pulsos espesos y calientes sobre su propio estómago, salpicando también el abdomen del castaño. Renato gruñó mientras su propio orgasmo lo golpeaba ante la vista de Gabriel, ante la forma en que se apretaba alrededor de su erección. Se desplomó sobre el cuerpo del contrario, dejando salir un gemido camuflado en su piel, mientras rozaba con sus dientes la clavícula del rizado. Las manos de Gabriel subieron por su espalda, enterrándose firmes para mantenerlo justo ahí.

Les tomó más tiempo del habitual volver a la realidad. Renato sabía que tenía que levantarse y dejar de aplastar a Gabriel, para que el chico pudiera respirar y para que él se pudiera sacar el condón y limpiar ambos cuerpos. Pero no podía. No podía abandonar ese lugar perfecto que era el cuello de Gabriel, no podía sacudirse las manos del rizado, no todavía. Y definitivamente, no podía sacar su pija del culo de Gabriel. Quería quedarse así todo el tiempo que pudiera.

Eventualmente, su pija se ablandó lo suficiente para salirse aunque no quisiera, y Gabriel comenzó a removerse bajo su cuerpo. Renato se acercó a su rostro y lo besó, se perdió un momento en sus labios, luego se puso de pie y se dirigió al baño.

Mientras estaba tirando el condón se dio cuenta que estaba sonriendo. Se sentía más liviano, como si el sexo realmente lo hubiera ayudado. Similar a cuando intentaba despejar el mal humor por medio del trabajo, de tener sus manos y cabeza ocupadas. Pero de una manera mucho mejor, infinitamente más placentera. Se retiró el flequillo de la frente y soltó una risita mientras volvía al living con una toallita humedecida con agua tibia, para finalmente sentarse en el suelo junto a Gabriel.

"¿Qué?", preguntó el rizado, sonriendo en respuesta a la risa de Renato.

"Nada. Bueno, si. Vos"

Gabriel se sonrojó ante sus palabras, y Renato se acostó a su lado para besar las marcas rojas que había dejado en el cuello del mayor, mientras comenzaba a limpiar su cuerpo.

"Vení". Renato llevó a Gabriel por el pasillo hasta su habitación. El rizado se arrastró con carita de gruñón, como si aún no hubiera estado listo para moverse. Apenas cayeron sobre la cama, Renato se dispuso a besar las arruguitas entre las cejas del mayor, alisando con sus labios la piel de Gabriel, mientras este se acurrucaba más contra su cuerpo.

"¿Te sentís mejor?"

Renato asintió. "Si, mucho. Eso fue... ¿Qué fue todo eso que hicimos?"

"Bueno, fue algo que tenía en mi lista". Renato se giró para sonreír mirando el techo. "Me parece que fue en el momento preciso ¿no?"

Renato estiró una mano para recorrer el abdomen firme de Gabriel, la piel suave de sus muslos. "Si. Ni siquiera yo sabía que lo necesitaba"

"Como te dije antes. Estás trabajando demasiado"

Renato rodó los ojos.

"No. Lo digo en serio", dijo Gabriel, con voz suave y cautelosa. "Le ponés todo tu corazón al bar ¿o no?"

"Bueno, si. ¿Acaso vos no hacés lo mismo con la cervecería?"

"Claro que si. Pero a veces tenés que tomarte un descanso, Tato. Si no lo haces, terminas explotando como hoy"

Renato sonrió. "No creo que haya sido para tanto".

"Vos sabés que si"

Renato observó a Gabriel, la mueca de su boca y el ceño fruncido. "Estás preocupado por mí", quiso descansarlo.

Con un encogimiento de hombros, Gabriel entrelazó sus dedos con los del castaño. "Es que en la mañana te veías tan... apagado. Y no es la primera vez que te veo así. Pero ahora puedo hacer algo... ahora te puedo ayudar".

Renato lo agarró entre sus brazos y tiró del rizado hasta tenerlo sobre su cuerpo, mirando esos ojos verdes suspendidos sobre él, totalmente rodeado de Gabriel. Las manos del mayor se apoyaron a cada lado de la cabeza de Renato, atrapándolo entre esos brazos fuertes, haciendo que el resto del mundo dejara de existir, haciendo que fuera imposible ver más allá de la pequeña burbuja en la que estaban inmersos. Tal vez Gabriel tenía razón.

"¿Puedo confesar algo?", susurró, enfocando su atención en la boca de Gabriel. No podía mirarlo a los ojos en ese momento.

"Obvio", respondió un poco inseguro, un poco nervioso.

Renato tragó con fuerza, su garganta sonando con las palabras que le costaba decir. "No he estado en una relación en... bueno, mucho tiempo".

"Ok..."

"Tenés razón. Estoy demasiado involucrado en el bar. Cuando lo inauguré apenas tenía tiempo, pero después..."

"¿Después qué?", Gabriel seguía sobre él, seguía presionando toda esa piel cálida sobre el cuerpo del castaño.

La verdad era que su vida era más fácil cuando tenía citas casuales, cuando garchaba con algún chico sin dejar que se convirtiera en algo serio. Renato tendía a sentir demasiado, a saltar de lleno a la piscina y perderse a sí mismo en el proceso, no sabía cómo hacer las cosas a medias. El resultado era que siempre salía lastimado.

"Después, por algún motivo, no pude conectar con nadie", dijo. Probablemente, Gabriel intuía que se estaba guardando algo.

Pero el rizado no lo presionó. "¿Por qué me lo decís?", preguntó, con ojos suaves y cálidos.

Le estaba diciendo esto a Gabriel porque necesitaba que lo comprendiera, necesitaba que lo sacara del laberinto que a veces se convertía su cabeza, tal cual como lo hizo este día. Necesitaba que Gabriel supiera que lo estaba intentando, que quería con todas sus fuerzas que esto entre los dos, funcionara. Se lo estaba diciendo porque él ya había saltado al abismo, antes de siquiera intentar cubrirse con su coraza como siempre.

"Supongo que yo quería que supieras que... en caso de... ya sabes"

Una sonrisa se expandió en el rostro de Gabriel, lenta y cariñosa, como si Renato le generara paz y confort. Se agachó un poco y rozó sus labios. "¿En caso de que la cagues?. Esto también es nuevo para mí. Pero juntos lo vamos a ir descubriendo ¿ok?... eu, mírame, hoy lo hicimos bastante bien ¿o no?"

Renato sonrió y su corazón saltó dentro de su pecho. "Mejor que bien"

"¿Podés llegar tarde al bar?", dijo el rizado sobre sus labios.

Renato gruñó un 'si' dentro de la boca de Gabriel.

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