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Nunca nadie supo cómo explicarlo.

Siempre fue extraño, sí, pero después de todo ya se había acostumbrado.

Su tupida barba azul le llegaba hasta el pecho.

Un millón de mariposas amarillas se aferraban a sus pies, listas para revolotear en cuanto caminara... Como si algún día fuera a hacerlo.

El gallo de pelea que siempre estuvo atado a los pies de su cama iba bajo él, deteniéndose de vez en cuando a cacarear y picotear un poco.

El cielo estaba nublado, un clima perfecto para su entierro, pero no para la boda que se celebraba en la iglesia.

Las campanas resonaron entre los callejones, él hubiera querido asomarse a la boda -se decía que se casaba la mujer mas hermosa del mundo - pero después de todo su condición hubiera asustado a la novia.

Octubre era un mes triste.

Siempre le había parecido así.

Recordaba cuando, en su ataúd, él veía todos los años llegar las lluvias tan especiales de ese mes, era como ver diamantes cortar el aire.

Llegaron al cementerio.

El padre dijo algunas palabras y después comenzaron a bajarlo.

Recordó aquella vez que desde pequeño le habían dicho: esta muerto aunque aun vive, dentro de 10 años deberán enterrarlo.

Y ahora estaba ahí, siendo bajado al estómago de la tierra.

Por lo menos ya no tendría que preocuparse de los ratones.

En su mente se despidió de la vida y entonces cerraron la caja.

Escuchó el primer puñado de tierra que su madre echó y después sintió como los últimos rastros de vida se alejaban.

Por fin estaba muerto.

365Donde viven las historias. Descúbrelo ahora