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Y lloré. Lloré porque estaba perdida y no sabía cómo hallarme. Lloré porque había perdido a mi astro guía. Lloré hasta quedarme seca y aún así mil manantiales surgieron e intentaron darle vida a un planeta que se aferraba a su extinción, igual que un naufrago se aferraba a una balsa que solo lo llevaría a un desierto de olas e insolación.

Grité, plañí por que esa luz en mi oscuridad volviera a la vida. Rogué a cien dioses que me dieran una luz más. Y fue cuando lo entendí. Él era un planeta, y yo un objeto atraído por su gravedad. ¿Y saben qué?

Jamás debí estrellarme con él.

365Donde viven las historias. Descúbrelo ahora