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Tenía el cuerpo lleno de cicatrices. Su espalda estaba repleta de líneas secas que trazaban un mapa hacia su alma y sus recuerdos. Sus piernas tenían raíces pintadas, que llevaban paz y odio a su sangre. Sus muñecas tenían cauces de ríos secos, las lágrimas nunca fueron suficientes para llenar aquellos vacíos en su rota alma.

Tenía el alma en fuego, hacía tantos milenios que había ardido en el infierno que ya se había apropiado de sus llamas. Se sentaba en el trono del dolor, y miraba con altivez a todos.

Pobre alma en pena, sólo quería a alguien que leyera su mapa y recorriera sus caminos, sólo quería a alguien que diera vida y calor a sus raíces, alguien que reviviera sus flores y sus frutos, solo quería a alguien que volviera a traer agua a sus cauces.

Desgracia la de su vida, pues no todos encontramos a alguien que llene nuestra alma y recorra nuestros caminos...

365Donde viven las historias. Descúbrelo ahora