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"When there's no more room in Hell, the devil will walk the Earth."


La noche estaba envuelta en un manto de oscuridad, creando un ambiente misterioso y opresivo. La luna apenas lograba filtrar su tenue luz entre las nubes, añadiendo un toque de siniestra belleza al escenario. El viento soplaba con un susurro inquietante, sus caricias gélidas agitaban las hojas muertas que crujían bajo nuestros pies.

Habíamos trazado nuestro plan con meticulosidad, calculando cada detalle para asegurar su éxito. Antes de adentrarnos en el abismo de la noche, secuestramos a uno de los pacientes que había compartido nuestra estadía en aquel manicomio. Era un ser vulnerable, perdido en su propia oscuridad, que sería utilizado como peón en nuestro macabro juego. Plantamos cuidadosamente pruebas incriminatorias en su departamento, asegurándonos de que toda la culpa recaería sobre él. Sería el chivo expiatorio perfecto para los retorcidos actos que teníamos planeados aquella noche.

El hombre se encontraba atado en la parte trasera del vehículo, su mirada llena de miedo y confusión. Aemon y yo lo observábamos con frialdad antes de que Aemon procediera a cargarlo como si de un saco de papas se tratase, emprendiendo nuestro camino hacia aquella larga noche que nos deparaba.

Nos acercamos sigilosamente al antiguo edificio del centro psiquiátrico, nuestros pasos se desvanecían en el silencio de la noche, como sombras acechantes. Las ventanas rotas del edificio reflejaban una mirada siniestra hacia el mundo exterior, como si el propio lugar fuera un recipiente de pesadillas y secretos oscuros.

La puerta principal se erguía imponente frente a nosotros, con su madera carcomida y desconchada, como una boca que nos invitaba a adentrarnos en el abismo. Aemon sacó una llave antigua y oxidada de su bolsillo, deslizándola con destreza en la cerradura. Con un chasquido ominoso, la puerta cedió ante nosotros, revelando el umbral hacia un mundo de locura y venganza.

El aire dentro del edificio era pesado y cargado, como si estuviera impregnado de los tormentos que habían tenido lugar entre esas paredes. El olor a humedad y abandono se mezclaba con el eco de pasos lejanos y el leve murmullo de voces perturbadas.

Avanzamos con cautela por los corredores, cada paso resonando en el silencio opresivo. Las luces parpadeantes arrojaban sombras danzantes que parecían acecharnos, como si el lugar mismo estuviera vivo y quisiera devorarnos.

A medida que nos adentrábamos en aquel laberinto de locura y sufrimiento, los murmullos se intensificaban, convirtiéndose en susurros ininteligibles que se filtraban en mi mente, llenándola de imágenes perturbadoras. Recordaba con claridad los rostros de los doctores que nos habían torturado, sus miradas frías y despiadadas. Aquella noche era la oportunidad de saldar cuentas y llevar a cabo nuestra venganza.

Finalmente, llegamos al corazón del edificio, una sala de control donde los guardias solían vigilar las cámaras y monitorear a los pacientes. Pero esta noche, el control estaba en nuestras manos, y los guardias fueron meros daños colaterales. Sus gritos de sorpresa y terror llenaron el aire mientras deslizábamos nuestras afiladas cuchillas sobre sus gargantas, dejando que su sangre se derramara como un tributo a nuestra sed de venganza. Sus cuerpos cayeron al suelo, inertes y sin vida, como títeres rotos en manos de un destino cruel.

Las cámaras de seguridad nos observaban desde las esquinas, sus ojos fríos e inhumanos seguían nuestros movimientos con una atención implacable. Aemon procedió a desactivarlas hábilmente, borrando cualquier rastro de nuestra presencia.

Las sombras danzaban en las paredes, distorsionadas y amenazantes, mientras avanzábamos en silencio por los pasillos abandonados de aquel lugar maldito. Cada paso que dábamos nos acercaba más a nuestro objetivo: aquellos seres que nos habían causado tanto tormento.

FLEMINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora