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"When you look long into an abyss, the abyss also looks into you."


El equipo de la INTERPOL, liderado por el experimentado Agente Johnson, llegó a la ominosa instalación del Centro Psiquiátrico, una antigua construcción de piedra que se alzaba imponente contra el cielo gris. La puerta principal estaba ligeramente entreabierta, como si el edificio mismo estuviera ansioso por revelar los horrores que se ocultaban dentro. Al adentrarse, los oscuros y húmedos pasillos resonaban con el eco de sus propios pasos, intensificando la sensación de inquietud que los embargaba.

El aire estaba impregnado de un olor a moho y desolación. Las sombras proyectadas por las lámparas parpadeantes daban vida a figuras distorsionadas en las paredes, evocando una sensación de angustia que atenazaba sus corazones. Cautelosos, avanzaron hacia la sala principal, donde yacían los cuerpos inertes de los doctores. La escena era desgarradora; sus miradas congeladas reflejaban el último instante de terror y sorpresa que habían vivido.

El sospechoso, Forest Decker, estaba tendido en el suelo con un halo de culpa y desesperación en sus ojos vidriosos. La pistola que sostenía en su mano ahora estaba inerte, una herramienta de muerte que había dejado su rastro sangriento en aquella tragedia. Cada detalle de la escena mostraba el doloroso desenlace de una venganza que había consumido a un hombre atormentado.

Mientras el equipo inspeccionaba meticulosamente el departamento del sospechoso en busca de pruebas que confirmaran su participación en aquellos terribles actos, encontraron cartas y diarios que testificaban su sufrimiento, un registro detallado de las torturas y abusos que había soportado durante su internamiento. Las palabras escritas con agonía plasmaban sentimientos de impotencia y desesperación.

—Miren esto —dijo el agente Johnson, su dedo señalando un rincón oscuro del departamento donde habían encontrado un rastro de sangre, probablemente de uno de los doctores. El sospechoso había llevado consigo un recuerdo tangible de su venganza.

El agente Williams, un experto en tecnología, se sumergió en la computadora del sospechoso, desentrañando las pruebas digitales meticulosamente planificadas. Su rostro reflejaba incredulidad al descubrir la frialdad y la precisión con la que Decker había orquestado su propio juicio. Entre documentos y videos encontró un plan meticulosamente trazado, que revelaba la manipulación cuidadosa de la escena del crimen para asegurar que su plan fuese ejecutado con éxito.

El agente Smith observó a sus compañeros, percibiendo en sus rostros una mezcla de incredulidad y horror. Aquella escena del crimen era una de las más impactantes que habían enfrentado, dejando una impresión duradera en sus mentes.

Mientras el equipo continuaba recopilando pruebas, el agente Martinez encontró un diario personal del sospechoso, escrito poco antes de su suicidio. En sus páginas, el sospechoso confesaba su participación en la masacre y detallaba el sufrimiento que había soportado en manos de aquellos doctores. También expresaba su deseo de encontrar paz y redención en la muerte.

Los agentes compartieron miradas de compasión y asombro mientras leían el diario. Aunque los actos del sospechoso eran inexcusables, su historia y sus motivaciones eran difíciles de ignorar.

—Es como si él también hubiera sido una víctima de aquel lugar —murmuró el agente Williams con voz apagada, su mirada perdida en los testimonios escritos por Decker.

—Es difícil de asimilar, pero lo que hizo no puede quedar impune —respondió el agente Smith, recordando las horribles escenas que habían presenciado en el manicomio, consciente de la difícil encrucijada entre compasión y justicia.

La INTERPOL continuó con su minuciosa investigación, recopilando todas las pruebas necesarias para esclarecer la verdad detrás de aquellos hechos atroces. El caso se convirtió en un desafío para el equipo, pero su determinación por llegar al fondo de la verdad no menguaba, sin importar cuán retorcida pudiera ser.

Mientras tanto, en un rincón apartado de aquel lugar, el agente Brown reflexionaba sobre lo que había presenciado. Sentimientos encontrados lo invadían: horror por la brutalidad de los asesinatos, compasión por el sospechoso que había sido consumido por su sed de venganza y, al mismo tiempo, cierta admiración por la planificación meticulosa que había llevado a cabo.

–¿Realmente no creen qué...? –las palabras del agente fueron interrumpidas por la firme voz de su superior.

–No, Brown. Ella no pudo haberlo hecho. –comentó el jefe de operaciones, Darren White, cuya voz resonó firme y decidida. Su presencia se hizo evidente al recargarse sobre el marco de la puerta de la habitación.

El jefe White se mantenía al margen, pero su presencia era imponente. Su mirada revelaba una profunda convicción de que Decker era el responsable, sin lugar para la duda.

–Con todo respeto, White, pero esta masacre tiene marcado el sello de ella –afirmó Brown, defendiendo su intuición a pesar de las apariencias.

–Tienen al sujeto que lo hizo, ¿no es así? –preguntó White a los demás agentes, mostrando cierta indiferencia, como si la verdad fuera evidente.

–El nombre del sujeto es Forest Decker, jefe –respondió Williams, levantando la mirada de los documentos que analizaba.

–Bien, pues ahí tienes a tu responsable, Brown. No intentes encontrar una aguja en un pajar cuando la aguja ni siquiera está ahí. –sentenció el jefe White antes de alejarse de la escena.

La tensión en el equipo era palpable. En un caso como este, la línea entre víctimas y verdugos se desdibujaba, y la justicia se presentaba con matices de gris. El agente Brown sabía que aquellos actos violentos no podían quedar impunes, pero también entendía que la historia del sospechoso no era solo de maldad, sino también de sufrimiento y desesperación. Aquella investigación desafiante los llevaría por un camino inesperado y complejo, donde deberían enfrentar la verdad sin temor a descubrir la oscuridad que puede residir en el alma humana.


FLEMINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora