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"Better the devil you know than the angel you don't."


—¿En dónde carajos estabas? —me cuestionó, observándome con obstinación.

En el centro de la amplia sala de estar, Aemon se hallaba de pie, su figura imponente proyectando una sensación de autoridad y confianza. Su mirada estaba fija en mí, intensa y acusatoria, como si buscara respuestas en lo más profundo de mi ser. La habitación se llenaba con un silencio denso, solo roto por el suave zumbido del aire acondicionado y el murmullo distante de la ciudad.

La luz que se filtraba por las cortinas semitransparentes delineaba su rostro, destacando sus rasgos marcados y la profundidad en su mirada. Una expresión de seriedad y determinación se manifestaba en su ceño fruncido, mientras su boca se mantenía cerrada en una línea tensa.

Inquieta y con una sensación incómoda que recorría mi cuerpo, me removí en el lugar donde me encontraba. No deseaba involucrarme en una discusión que parecía tener tintes de una disputa de pareja, a pesar de que no fuésemos una.

—No te incumbe, Aemon —respondí con firmeza. No tenía energías para enfrentar una discusión con él, había demasiadas cosas en mi mente.

Una cínica sonrisa se dibujó en las facciones de Aemon, deslizando una expresión burlona que reflejaba su descontento y disgusto en ese momento. Su actitud distante y poco complaciente quedó en evidencia cuando emitió un leve bufido de exasperación. Aquella sonrisa, tan característica de él, encerraba un dejo de misterio y oscuro magnetismo que me mantenía cautiva ante su presencia.

El cambio en su semblante fue notorio, su rostro se tornó más serio y adquirió un matiz siniestro que me hizo sentir una incómoda tensión en el ambiente.

—Joder, Hell, de verdad que no te entiendo. —pasó su mano con gesto deliberado entre los desordenados bucles azabache de su cabello, dando a entender una profunda agitación emocional que no podía ocultar.

—Es que no hay nada que entender, Aemon. —respondí con claridad, sin entender por qué él se involucraba tanto en mi vida.

—Primero me besas. Me dices que esto —nos señala con su dedo indice efusivamente,— es lo único que tiene sentido en este momento, para luego mandarme a la mierda diciendo que fue un error.

La tensión en la habitación era palpable mientras Aemon expresaba su frustración. Sus palabras resonaban en el aire, y pude sentir cómo cada una de ellas se clavaba en mí como agujas afiladas.

—Iniciar cualquier clase de relación entre nosotros sería un grave error y no creo ser la única consciente de ello, Aemon. —exclamé, observándolo con cierta obviedad. Claramente Aemon tenía el poder de evocar en mí... ¿sentimientos? Una palabra inexistente en el vocabulario de un psicópata. Esto, sin duda, me generaba cierto temor a las posibles consecuencias de permitirme experimentar emociones tan complejas.

—No creo que pensaras lo mismo hace un par de días cuando me besaste. —sus palabras salieron con cierta molestia. Me miró fijamente, su ceño fruncido y una mirada inquisitiva en sus ojos.

La presencia de Aemon evocaba una montaña rusa de emociones en mí, algunas de las cuales ni siquiera sabía que existían dentro de mi ser. Entre esas emociones se encontraba la exasperación.

—Primeramente, yo no te besé, tú lo hiciste y sí, te seguí el beso. Fue un simple momento de vulnerabilidad. —expresé. Me esforcé en mantener la compostura, ocultando con habilidad el torbellino de pensamientos y emociones que se agitaban en mi mente.

FLEMINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora