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"The ones who love your dark are the only light you'll ever need."


"El silencio agobiante se cernía sobre la oscura habitación del centro psiquiátrico. Era una noche como tantas otras, pero para mí, era una pesadilla continua de la que no podía despertar. Mis ojos se abrieron bruscamente, mi respiración agitada y mi cuerpo cubierto de un sudor frío. La pesadilla me había arrastrado una vez más a la locura de este lugar, donde las sombras parecían susurrar secretos oscuros.

Mis ojos buscaban desesperadamente algo familiar en la penumbra, algo que me recordara que no estaba sola en esta pesadilla. Y allí, al otro lado de la habitación, estaba él: Aemon, mi único amigo en este manicomio aterrador. Sus ojos, tan gélidos como siempre, me observaban con una extraña mezcla de preocupación y complicidad.

—¿Otra vez una pesadilla, Hell? —preguntó con voz suave y un atisbo de una sonrisa.

Asentí, incapaz de hablar, mi garganta se sentía apretada por el miedo que aún no se había disipado. Él siempre tenía ese efecto en mí, lograba arrancar una sonrisa incluso en los momentos más oscuros.

—No te preocupes, Fueguito. Estoy aquí, y nada malo te va a pasar mientras yo esté a tu lado —dijo Aemon con una calidez sorprendente en su tono.

Esas palabras eran reconfortantes, pero también me inquietaban. Aemon era un enigma, alguien capaz de protegerme pero también de sembrar el caos a su alrededor. Sin embargo, en ese momento, solo sentía gratitud por su amistad en este lugar inhóspito.

—¿Sabes? —continuó Aemon—. Un día saldremos de aquí, lo prometo. Volveremos a ser libres y podremos vivir como queramos. Nadie nos va a lastimar más.

Sus palabras eran como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Aunque no podía evitar sentirme vulnerable y asustada, su presencia me daba fuerzas para seguir adelante.

—¿De verdad, Aemon? ¿Crees que podremos salir de aquí? —pregunté con un hilo de esperanza.

—Lo sé, Fueguito. Lo sé —respondió, observandome sorpresivamente con un atisbo de ternura.

Pero nuestra conversación se vio interrumpida abruptamente por la llegada de los doctores. Las luces parpadeantes de la sala iluminaron sus rostros, que parecían máscaras desprovistas de empatía. Sabía lo que vendría a continuación, los procedimientos tortuosos que pretendían romper mi mente.

El terror me envolvía mientras los doctores me rodeaban, sus manos frías sujetándome con fuerza. Mis intentos desesperados por librarme de su agarre solo aumentaban su firmeza, y mis gritos resonaban en la sala como un grito desgarrador. Aemon, desde su lugar esposado, se debatía con furia para acercarse a mí, sus ojos desesperados reflejaban la impotencia que sentía al no poder hacer nada.

—¡Suéltenme! ¡Déjenme ir! —clamaba, sintiendo mi corazón latir desbocado en mi pecho.

Mis ojos se encontraron con los de Aemon, y en ese instante, toda la rabia y el dolor que compartíamos parecieron fusionarse en un único sentimiento. Era un lazo oscuro pero poderoso que nos unía, y, aunque éramos niños asustados en un manicomio, nos daba la fuerza para enfrentar cualquier pesadilla.

—¡Déjenla! ¡Llévenme a mí! —gritó Aemon, forcejeando con sus ataduras.

Los doctores ignoraban sus palabras, ocupados en su macabro cometido. Una aguja se acercaba peligrosamente a mi brazo, y la ansiedad me ahogaba, nublando mi mente. Cerré los ojos con fuerza, buscando refugiarme en algún rincón de mi mente, lejos de la cruel realidad que me rodeaba.

FLEMINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora