Las personas pensaban que con decir un simple «lo siento» todo quedaba arreglado. Al parecer, creían que al pronunciar esas simples palabras la persona afectada, olvidaría mágicamente todo lo que le habían hecho, sin importar la magnitud de la herida o problema que la persona arrepentida había causado. Tal vez pensaban que esas palabras sanaban y hacían olvidar las heridas en un chasquido de dedos, cuando realmente eso no pasaba, porque para que una persona pudiera perdonar de corazón, e implicaba recordar lo ocurrido sin dolor, tenía que pasar mucho tiempo.
Tal vez muchas de las personas que escucharon la gran discusión con mi padre dirían que yo era una orgullosa y egoísta sin corazón a la que no le importaba hacer sufrir a los demás, pero sólo lo hacían porque ellas no habían pasado ni la mitad de lo que yo había tenido que soportar. Y sí, quizás, yo fuese una egoísta sin corazón, porque no me iba a victimizar y aunque no me sintiera orgullosa de ello, sabía y reconocía que le había quitado el novio a Stephanie, pero también sabía que yo nunca había planeado hacer algo semejante. Pero no había sido egoísta ni mucho menos orgullosa con mi padre, lo que había actuado en mí en ese momento había sido el dolor.
Un dolor, que sabía muy bien, tardaría bastante en sanar y nadie podía juzgarme, porque todo el mundo afrontaba el dolor diferente, y la mejor forma de hacerlo para mí era manteniendo la mayor distancia posible. Si perdonaba a mi padre en esas circunstancias la única que terminaría sufriendo sería yo y eso tampoco era justo.
Suspiré mientras me levantaba de la cama. Eran las cinco y media de la mañana y yo todavía no había podido dormir. Primero porque desde que Austin y yo habíamos llegado a la casa me había encerrado en mi dormitorio a llorar y no sabía con exactitud cuánto tiempo había durado así, y segundo porque cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de todo lo ocurrido con mi padre pasaban por mi mente, impidiéndome descansar tranquilamente.
Abrí la puerta del dormitorio para dirigirme al baño. Las bebés habían decidido esa hora para hacer de las suyas y tenía unos inmensos deseos de vomitar lo único que había comido hacía varias horas, el helado que Austin me había comprado en el Centro Comercial. Sólo bastaba con un poco de comida en mi estómago para que mis bebés me hicieran vomitar como si mi vida dependiese de ello. A ese paso terminaría totalmente deshidratada.
Luego de terminar con otra sección de vómitos, cortesía de mis bebés, me cepillé los dientes. No soportaba ese horrible sabor que quedaba en mi boca después de vaciar mi estómago.
—Eres patética —le susurré a mi reflejo mientras observaba mis ojos hinchados porque no había podido dormir y porque prácticamente me había pasado la noche llorando.
Después de echarle un poco de agua a mi cara para que dejara de verse tan horrible, decidí salir del baño a prepárame un pequeño bocadillo, debido a que vomitar me había despertado el hambre.
Encendí las luces de la cocina y abrí el refrigerado para observa todas las opciones que había y decidir qué quería para comer.
— ¿Quieren un sándwich? —le susurré infantilmente a mis bebés, y aunque no me respondieran sabía que querían disfrutar de un delicioso sándwich al igual que su madre.
Empecé a tararear una canción, de la cual no recordaba el nombre, mientras sacaba los ingredientes que necesitaría para cumplir ese pequeño capricho.
— ¿Qué estás haciendo? —Pegué un salto al escuchar la ronca voz de Austin proveniente del umbral de la puerta, provocando que una rebanada de queso saliera volando en esa dirección.
— ¡Demonios, Austin, me has asustado! —Inhalé profundamente, tratando de calmar el ritmo de mi corazón. Después que mi corazón se había calmado un poco, observé a Austin desconcertada—. ¿Qué estás haciendo aquí?
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Nueva vida, Nuevo comienzo
Teen FictionLa vida puede cambiar en un instante. Un día eres la persona más popular de la escuela y amada por todos en las redes sociales, y al siguiente eres la persona más odiada de esos mismos lugares. Toda acción, trae una consecuencia, sea buena o mala, y...