Capítulo XL

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Era increíble como una simple visita de Tyler me había afectado tanto. Habían pasados dos días desde que el padre de mis hijas había llegado a mi casa reclamando sus estúpidos derechos como padre biológico, y desde ese día yo parecía una muerta en vida. Además, el hecho de que sólo faltaba un día para que mi Austin tomara un avión con destino la ciudad que nunca dormía, Nueva York, para iniciar sus estudios universitarios, no ayudaba mucho a mejorar el terrible ánimo que tenía.

Estaba agotada, en serio lo estaba. Sabía que en los últimos meses yo me había quejado, llorado y lamentado bastante por mi situación de chica embarazada, y que había atribuido muchas cosas a mi estado cuando la mayoría de las veces yo había sido la única y absoluta culpable. Reconocía que todo lo que había tenido que pasar, muchas veces, sólo eran las consecuencias de mis actos, ya que como decía mi hermano Alexander: «actos estúpidos traen consecuencias estúpidas», pero el hecho de que yo fuese la culpable, y que yo estuviera consciente de ello, no quitaba que todo lo ocurrido me afectara.

Había tenido relaciones sexuales y había quedado embarazada; había quebrado una promesa que le había hecho a mi familia y mi padre se había sentido tan decepcionado de mí que me había echado de casa; había actuado infinidad de veces de manera egoísta, y por ello me había metido en innumerables problemas. Todos los actos estúpidos habían tenido sus respectivas consecuencias, pero había una cosa de la cual no me sentía culpable ni causante, el horrible engaño de Tyler, y era irónico que exactamente eso fuese lo que más daño, después de lo de mi padre, me había causado.

Me había repetido hasta el cansancio que ya había superado a Tyler, que ya no me importaba porque él era un estúpido e imbécil, pero la verdad era que no lo había superado completamente y que todavía sí me importaba y dolía lo que me había hecho. Y eso había quedado más que claro el día de su visita, al llorar sin control alguno luego de que se fuese.

Y creía que esa visita había sido el detonante para que muchas cosas que había guardado bajo llave en mi corazón salieran disparadas como fuegos artificiales en noche vieja (treinta y uno de diciembre) minutos antes de que el reloj marchase las doce de la madrugada. Porque a pesar de que durante todo mi embarazo había llorado, lamentado, quejado, maldecido e infinidades de cosas más, no había dejado salir todo lo que se acumulaba en mi corazón, convirtiéndolo en un zafacón donde me dedicaba a tirar todos esos malos sentimientos sin tomar el tiempo necesario para vaciarlo, y como era de esperarse algún día  se rebosaría, y eso había sido justamente lo que había sucedido. El zafacón se había rebosado.

—... Ellie, hablo en serio cuando te digo que esto no te está haciendo bien... —Aparté la mirada de la cuna de mis bebés para dedicarme a observar a Katherine, al hacerlo ella se había detenido esperando a que dijese algo, pero como ya estaba más que claro, yo no lo hice—... Sé que todo esto es más de lo que puedes soportar, pero la solución no es que encerrarte en la habitación de las niñas y fingir que...

—Kate, sabes que te quiero mucho, eres mi hermana, pero en este momento nada de lo que digas hará que yo...

Soltó un bufido lleno de frustración. Esa era otra de mis grandes habilidades, frustrar y exasperar a las personas. —Pues no me importa, seguiré aquí, recordándote que tienes que salir y enfrentar el mundo...

—Claro, enfrentaré al mundo cuando ni siquiera puedo caminar por más de quince minutos sola —murmuré, tomando la pequeña mano de Linnette para acariciarla.

Katherine se cruzó de brazos, lanzándome una mirada desaprobatoria. —Tu novio se irá mañana, Elizabeth, y pasarán muchos meses para que puedas volver a verlo... ¿Y qué estás haciendo tú? ¡Estás encerrada en estas cuatro paredes, en vez de salir a disfrutar de su último día!

Nueva vida, Nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora