Capítulo XXXIII

22.5K 1.1K 59
                                    


Si antes moría porque acabaran las clases, en ese momento me estaba muriendo lentamente de aburrimiento. Estaba hastiada de estar encerrada en mi pequeño apartamento, acostada en una cama sin poder hacer nada. Necesitaba salir de esa casa, y respirar un poco de aire fresco porque si duraba más tiempo en esas cuatro paredes terminaría más loca de lo que ya era.

Cuando anhelaba salir de la escuela lo hacía pensando que al estar de vacaciones de verano podría pasar más tiempo con Austin antes de que se fuese a la Universidad en Nueva York, pero lo que estaba sucediendo en esos momentos era todo lo contrario, apenas estábamos juntos una hora, debido a que estaba muy ocupado arreglando las cosas para mudarse a Manhattan, trabajando medio tiempo en una cafetería, y ayudando a su abuelo con la librería. En fin, él estaba muy ocupado con todas esas responsabilidades, que para mí eran demasiadas, pero a pesar de todo cuando lo veía él siempre trataba de ser la persona más maravillosa del mundo, fingiendo que estaba bien, cuando sus ojos demostraban lo cansado que estaba. Y esa era la razón por la que siempre le terminaba diciendo que fuese a dormir y que luego pasaríamos tiempo juntos. Un tiempo que lamentablemente todavía no habíamos pasado.  

En la semana que tenía  fuera de la escuela sólo lo había visto cuatro veces, y una de ellas gracias a que había asistido a la ceremonia de su graduación hacía como tres días atrás. No me quejaba, la ceremonia había sido muy hermosa y emotiva; desde el discurso del Director, que a pesar de ser un odioso dictador que apoyaba las ridiculeces de su hija, había dedicado unas hermosas palabras a los recién egresados de la Secundaria hasta cuando los alumnos cantaron una canción para finalizar, luego de las maravillosas palabras del estudiante más de destacado de esa generación recién graduada, lo único que lo había arruinado había sido el padre de Austin, el cual a pesar de tener varios días de saber la relación que mantenía con su hijo seguía murmurando cosas desagradables sobre mi embarazo a los diecisiete años y ser la novia de su amado niño.

Suspiré, mojando mi cara mientras observaba mi reflejo en el espejo.

Mi rostro estaba hecho un asco. Mi cabello estaba desordenado, mis labios estaban resecos, tenía bolsas debajo de mis ojos, los cuales estaban rojos debido a que no había podido dormir nada por estar pensando en el futuro.

El sonido de mi celular me sacó de mis depresivos pensamientos. Sonreí, al mirar el nombre que aparecía en el identificador de llamadas: Mi hermano Alexander.


—Hola, querido hermanito —Lo primero que escuche fue la dulce risa de Alexander al escucharme hablar como una niña.

Hola... —Mi sonrisa se terminó de extender por mi rostro al escucharlo. Llevaba cinco días sin hablar con él—. Pensé que no contestarías...

— ¿Por qué?

Porque son las tres de la mañana en Los Ángeles, Elizabeth...

—Pero, sabes bien que últimamente me cuesta dormir. No me siento cómoda en ninguna posición, gracias a mi enorme vientre. —Empecé a caminar hacia la cocina, muriendo por comer algo dulce.

Pensé que ese problema había acabado con la almohada que Kate te regaló...

—Pues ya no me sirve para nada... —espeté, abriendo el refrigerador.

No me digas que vas a comer a estas hora, Elizabeth. —Solté una pequeña carcajada a escucharlo, parecía un padre indignado.

—Pues no te lo digo... —Escuché su risa y no pude evitar la nostalgia que me inundó en ese momento. Cuánto anhelaba escuchar su voz en vivo, lo extrañaba demasiado.

Nueva vida, Nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora