Capítulo XXV

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No entendía por qué cuando deseaba algo sucedía todo lo contrario. Llevaba días, o quizás meses, tratando de mantenerme lo más alejada posible de mi padre.

No estaba preparada para encontrarme con él. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con él, pero no quería que fuese en ese momento. No cuando hacía menos de seis horas, o tal vez cinco, me había enterado que tendría a dos princesitas que cambiarían todo mi mundo y mucho menos cuando estaba disfrutando de una agradable tarde con mi novio. Pero claro, al parecer, la felicidad no estaba hecha para mí. Sólo tenía que pensar en los pocos minutos que había tenido de felicidad en esos meses para que también llegaran los recuerdos desagradables que le siguieron a ese efímero sentimiento.

Sabía que al tener relaciones sexuales había desobedecido, o más bien, violado todas las creencias que mis abuelos habían inculcado en mí y que quedar embarazada había sido la consecuencia inmediata, pero lo que desconocía era que todo eso traería tantas tristezas a mi vida como lo estaba haciendo en esos momentos. No podía ser feliz ni cinco minutos cuando por alguna razón toda esa felicidad y alegría eran remplazadas por tristezas y lágrimas.

Mi vida era patética. Nadie tenía que ser un genio para saberlo, porque con sólo dos minutos cerca de mí cualquier persona se daría cuenta. Porque, ¿qué persona se ponía a llorar como una completa loca delante de miles de personas en un establecimiento público? Nadie, a excepción de mí, que era alguien anormal, al parecer. Pero ellos no hacían semejante espectáculo porque no tenían que tomar mis zapatos por un día. No habían tenido que pasar la horrible humillación que la persona que me amaba más que a nada en el mundo, me había hecho pasar hacía varios meses atrás. No habían tenido que sufrir amenazas por el simple hecho de estar embarazada del hijo de un chico ni mucho menos tenían que soportar el constante acoso de todos por ser quienes eran.

—Mi amor, no llores... —Steeven se acercó a mí, luego de salir del asombro que le había causado mi abultado vientre, para abrazarme.

Toda la debilidad, fragilidad y vulnerabilidad que había sentido hacía cinco minutos quedó atrás para ser transformado en un solo sentimiento: Dolor. Dolor por todas las cosas que había tenido que pasar sólo porque él no me había dado la oportunidad de expresar todo lo que sentía y en su lugar me había abandonado, como si yo ya no fuese su hija.

Lo alejé rápidamente de mí, sólo sentirlo me hacía sentir como una niña pequeña y yo no quería sentirme así delante de él.

— ¿Qué cree que está haciendo? —Mi tono de voz había sonado bastante grosero. Todavía estaba dolida y no podía hablarle de otra manera en esos momentos.

—Mi vida, yo...

— ¿Qué?... No me digas que vienes a decirme que estás muy arrepentido de haberme dejado sola, que me extraña mucho y que mueres porque volvamos a ser esa familia feliz que siempre habíamos sido...

—Sólo quiero que me perdones...

— ¿Perdonarte? ¿Yo? —Solté una carcajada sarcástica—. ¿Y por qué debería yo perdonarte? —Hice el ademán de estar tratando de recordar—. ¿Por insinuar que no era tu hija y echarme de su casa o por obligar a que Alex se marchara? Dime, ¿por qué crees que debería perdonarte? Porque en estos momentos vienen a mi memoria todas esas horribles cosas que he tenido que pasar, y no estabas conmigo... —Estaba siendo demasiada dura, lo sabía, pero llevaba varios meses meses con todo eso, atando mi corazón, y necesitaba ser libre.

—Por todo, cariño, necesito que me perdones por todo lo malo que te he hecho... No puedo vivir sabiendo que estás odiándome...

— ¿En serio? Han pasado casi cuatro meses, y a juzgar por tu apariencia, estás en perfectas condiciones.

Nueva vida, Nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora