XXX: Entre la espada y la pared (Parte II)

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Cada vez que Dean había entrado en celo luego de su primer nefasta experiencia a los quince años, el rey había ordenado que fuese trasladado rápida y discretamente a los calabozos, para que estando allí ningún alfa pudiese entrar a molestarlo... y sobre todo, para que él no pudiese salir.

El omega lo había entendido desde un primer momento como un injusto castigo por haber desobedecido a su padre, y por ende se había resistido durante años al encierro, peleando con uñas y dientes cada vez que los guardias del rey se disponían a escoltarlo. Después de todo, tener que transcurrir su celo en un sitio tan frío, húmedo y desolador, cuando la mayor parte de los omega que él conocía lo vivían en cómodos nidos creados por ellos mismos, le parecía un precio demasiado alto a pagar por una tonta travesura que no había tenido verdaderas consecuencias. Pero su padre era un hombre severo, y a pesar de las decenas de intentos del omega de hacerlo cambiar de parecer, a pesar de sus insultos y sus rabietas, jamás cedió.

Con el pasar de los años, el príncipe dejó de resistirse. Incluso, contra toda predicción, comenzó a pensar en los beneficios de aquel cruel destino. Sí, el calabozo era oscuro y desagradable; sí, no era en absoluto un espacio acogedor para su omega en un momento de semejante indefensión; pero el aislamiento le permitía dar rienda suelta al abrasador deseo que corría por sus venas con la tranquilidad de saber que nadie podría querer aprovecharse de él por ello. No importaba cuánto lo desease, cuánto le quemase, ni cuánto su interior se retorciese con ansias de ser poseído por un alfa, allí no corría riesgos. Y aunque quizá no contase con cómodas cobijas para refugiarse, ni montañas de dulces para saciar su sed de apareamiento, al menos tenía, a su manera, un poco de paz...

Pero esta vez Dean estaba siendo encerrado por motivos muy diferentes a aquellos, y esta vez sí se estaba resistiendo. Como no lo había hecho jamás.

Si el rey había creído que su hijo sería dócil al respecto, que permitiría que lo escoltasen en silencio y con discreción a su encierro, había estado muy equivocado. Dean gritó, maldijo, pateó, golpeó y volvió a maldecir a los guardias que lo arrastraban, hecho una furia, sin dejar de recordarle a su padre en el proceso que aquello era una jodida injusticia, y que no podía obligarlo a casarse en contra de su voluntad. No le importaba si toda la servidumbre lo oía, no le importaba si la corte se enteraba la clase de monstruo que el monarca era. Dean estaba indignado y furioso, y en su desesperación e impotencia necesitaba hacerse oír, dado que, y lo sabía, ya era demasiado tarde para intentar escapar.

Cuando su trasero cayó pesado en el conocido suelo de piedra de su celda, y la puerta de madera de la misma se cerró con un sonoro "clack", el omega gruñó, se puso de pie enseguida y continuó gritando a todo pulmón, incansable.

-¡Abran la puerta, hijos de perra! -Exclamó -¡Déjenme salir! ¿¡Me escuchan?! ¡Déjenme salir, maldita sea!

Pero por más que insistió e insistió, aunque pateó la sólida puerta de roble y se echó con todas sus fuerzas sobre ella, fue en vano. Los guardias se marcharon y Dean se quedó solo en la solitaria penumbra de su prisión personal, sin otra compañía que su propio enojo... y un enorme, creciente dolor en su corazón.

A medida que los minutos fueron pasando y sus gritos fueron perdiéndose en la nada, su mente comenzó a repasar lo ocurrido, casi sin poder creer el desarrollo de los eventos. Había estado a nada de marcharse de allí, de abandonar la prisión del castillo, de comenzar una vida al lado de Cas...

-Dioses... Cas. -El omega murmuró con la voz estrangulada al pensar en su alfa. La sola idea de que estuviese esperándolo ansioso en el pueblo, junto a Jack, hacía que el pecho del príncipe se comprimiese de culpa por sus acciones. ¿Cómo podía haber sido tan egoísta...?

La Manzana Prohibida (Destiel Omegaverse AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora