XL - Manada

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Jack despertó temprano por la mañana, suspirando aliviado al descubrir que Nougat aún dormía a su lado como siempre, y que no había huido por el bosque como en su último sueño. Feliz, abrazó al muñeco de felpa y se arrebujó en la capa que lo cubría, preguntándose por qué si ya era de día su papá y Dean no lo habrían despertado como hacían todos los días. ¿Acaso estarían peleando otra vez? ¿No pensaban desayunar?

Pinchado por la intriga y bastante hambriento, se incorporó en el lugar y miró alrededor, y entonces obtuvo su respuesta. A pocos metros de donde él se encontraba, junto a los restos de una pequeña fogata, los adultos dormían profundamente aún, abrazados con fuerza.

Era gracioso, el niño pensó. Últimamente cuando estaban despiertos solían discutir por tonterías, como por esa chica extraña que habían conocido en casa de Jody, o por el camino que debían tomar... Pero en ese momento, dormidos, era como si se quisiesen más que nunca. ¿Acaso eso sería lo que los grandes llamaban enamorarse? ¿Enojarse mucho primero y perdonarse después?

Bueno, su papá solía hacer eso, se dijo a si mismo. Primero lo reprendía, luego él se disculpaba, luego Castiel le recordaba cuánto lo quería y por último se daban un fuerte abrazo. ¿Tal vez con Dean hubiese hecho lo mismo, y se hubiesen amigado...? 

¡O tal vez ya supiese sobre su hermanito y ahora pudiesen por fin ser una familia!

Jack jadeó entusiasmado ante aquella perspectiva, pero enseguida chistó a su conejo de felpa para que hiciese silencio. No debía decir nada, era lo que le había prometido a Dean...

-Y las promesas no se rompen, Nougat. -Explicó en un susurro.

Castiel se removió en el lugar, y el niño se tapó rápidamente la boca. No quería despertarlos, se veían tan contentos descansando...

-Iré a preparar el desayuno. -Susurró para su conejo- Así despertarán de buen humor.

° ° °

Con el pelaje al viento y las fauces firmemente aferradas a su presa, el lobo negro avanzaba entre los árboles, siguiendo su propio rastro de regreso a casa.

La tierra bajo sus pies era fresca y mullida, sumamente agradable de pisar. Le brindaba el soporte justo para que sus patas avanzasen rápido pero en silencio por el bosque, directo hacia su guarida, donde ella esperaba.

Había sido una cacería rápida y sencilla. Con el viento en contra, la tonta liebre no lo había olido a tiempo; apenas había tenido que correrla unos pocos pasos. Ahora, su carne serviría para saciar el voraz hambre de su pareja, que últimamente parecía no tener fin. 

Pero al lobo negro no le preocupaba; cuidar de ella era su deber y su orgullo, pues ella conformaba su manada. Por ella, sería capaz de enfrentarse a lo que fuera y salir victorioso, tal era el amor que le profesaba.

De regreso en la cueva sin embargo, tras haber marcado los alrededores, el lobo negro se encontró con una sorpresa, pues el aroma de la omega ya no era el único en el aire. Sorprendido, avanzó hasta situarse a su lado, dejando el cuerpo sin vida de la liebre en el suelo como obsequio, y olfateó con cuidado el extraño bulto que se removía junto al vientre de su pareja en el suelo: Tres pequeñas bolas de pelo, gimoteantes y torpes, prendidas con sus suaves hocicos a la hembra en busca de sustento.

La loba dorada le gruñó con suavidad, en agradecimiento por el alimento. Lucía exhausta, y sus ojos verdes brillaban, pero estaba feliz. Feliz porque los cachorros habían llegado a salvo al mundo, y porque ahora que él había retornado a su lado, ya no tendría que estar alerta. Sabía que él los protegería de todo peligro.

La Manzana Prohibida (Destiel Omegaverse AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora