capítulo 1

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Harry Styles, conde de Westbrooke, era un hombre de sueño ligero. Sus ojos se abrieron en el mismo instante en el que sintió que el colchón se movía. Se dio la vuelta para ver qué era lo que le perturbaba. Dos pechos enormes y totalmente al descubierto se suspendían frente a su nariz. ¡Maldita sea! Levantó la vista para ver a quién pertenecían: Lady Felicity Brookton, que le lanzó una mirada con los ojos arqueados mientras cogía aire para gritar.
-¡Joder!--- Se levantó disparado de la cama y salió por la ventana de un salto. No había tiempo para sutilezas tales como los pantalones o los zapatos. Una vez que lady Felicity empezara a dar aullidos, los habitantes de toda la casa golpearían con estrépito la puerta. Con toda seguridad se vería obligado a caer en la trampa y casarse; condenado a encontrarse con lady Felicity en el desayuno todas las mañanas durante el resto de su vida. ¿Puede haber una descripción más sucinta del infierno ?Puso la pierna sobre el alféizar y se dejó caer sobre el tejado del pórtico mientras ella emitía el primer chillido. El filo de la superficie le hacía cortes en los pies descalzos, pero el dolor no era nada comparado con el pánico que violentaba su pecho. Tenía que escapar. Gracias a Dios había examinado con detalle las vistas desde la ventana cuando llegó a la fiesta en casa de los Horan. Tenía por costumbre buscar una ruta de escape desde que las burguesas se habían vuelto tan persistentes. Si tan sólo supieran que... Bueno, si iba a tener que huir desnudo, quizá era el momento de decir algo. Un discreto rumor sementado con prudencia haría cambiar de opinión a aquellas doncellas con la mente puesta en casarse. Echó un vistazo hacia la ventana. O a lo mejor se sentirían más contentas de poder conseguir su dinero y su título sin tener que pagar por ello en la cama. La temprana brisa primaveral que se sentía sobre el pórtico le hizo tiritar. No podía quedarse allí como un bobo. En cualquier momento alguno de los invitados de los Horan respondería a los gritos de Felicity, miraría por la ventana y se preguntaría qué es lo que hacía el conde de Westbrooke de pie y desnudo en plena noche. Resopló. Diablos, todos los invitados de los Horan darían por hecho lo que estaba haciendo, y seguramente le pillarían de la misma forma que si se hubiese quedado bajo las sábanas.
Felicity volvió a chillar. Alguien gritó. Él barrió con la mirada las demás ventanas que había frente al pórtico. Allí, al final, el brillo intermitente de la luz de una vela mostraba una ventana abierta. Corrió a gran velocidad hacia ella con la esperanza que el ocupante de aquella habitación fuera un hombre.

.........

Lady __________estaba desnuda frente al espejo, con las manos en las caderas y mirándose (no con muy buena cara) los pechos. Inclinó la cabeza, los miró torciendo la mirada, primero con el ojo derecho y luego con el izquierdo.
¡Bah! Los tenía pequeños; pequeños e insignificantes limones en comparación con los exuberantes y maduros melones de lady Felicity. No había corsé en Inglaterra que pudiera hacerlos más impresionantes.
Se puso de perfil y se sujetó al pilar de la cama para mantenerse firme. ¿Sería un ángulo más favorecedor?No.
Una ráfaga de aire frío entró de forma inesperada por la ventana abierta, rozando su piel y haciendo que se le endurecieran los pezones. Los cubrió con las manos, intentando empujarlos, para que volvieran a su sitio.
Sintió una estremecedora y extraña sensación, como si la vibración de la cuerda de un arpa le recorriera los pechos hasta el... el...
Apartó las manos de su cuerpo como si éste le ardiese. Se habría puesto el camisón de nuevo y se hubiera metido en la cama. Se habría tapado con las sábanas hasta la barbilla, cerrado los ojos y dormido. Lo habría hecho si la habitación no diera vueltas tan desagradablemente cada vez que soltaba las manos. Volvió a agarrarse al pilar.
Definitivamente el último vaso de ratafia había sido un error. No se lo habría bebido si no fuera porque estaba muy aburrida. Si hubiera tenido que escuchar la monótona conversación de lord Dodsworth una vez más... Se trataba de beber o gritar. Al hombre no se le había ocurrido nada original, o al menos nada que no tuviera que ver con los caballos, desde que la habían presentado en sociedad hacía ya tres años.
Se apoyó contra el pilar. ¿Cómo iba a sobrevivir otra Temporada? Viendo a las mismas personas, oyendo las mismas conversaciones, riendo con disimulo los mismos cotilleos. Había sido emocionante a los diecisiete, pero ahora...
¿Sería posible morir de aburrimiento?
Y Meg no era de ninguna ayuda. ¡Dios! Finalmente había persuadido a su amiga para que cambiara los hierbajos de Kent por las maravillas de Londres, y había resultado que Meg era tan aburrida como Dodsworth. Su tema de tortura verbal era la horticultura. Los arbustos. Los asquerosos arbustos. Si Meg pudiera, se pasaría todo el tiempo entre los arbustos, y no con algún caballero cediendo a la seducción.

El Conde Desnudo - Harry Styles -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora