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La mazmorra era perfecta.
Lady Felicity canturreaba mientras encendía las velas. Quería asegurarse que todos los espectadores pudieran ver cada detalle de aquella particular obra.
Había sido una buena idea esconderlo casi todo. ¿Quién iba a pensar que lady ______ y Meg iban a salir de exploración? ¿O que a los hombres se les iba a meter en la cabeza visitar las mazmorras?
Felicity reía nerviosamente. ¿Y quién iba a haber pensado que Dodsworth era un devoto de la fusta? Tenía sentido, cuando uno pensaba en ello. Tess, la chica de la posada a quien Dodsworth se favorecía, le había dicho que tenía que gritar «Arre, caballito» cada vez que golpeaba a Dodsworth en su inocente ******* blanco.
Qué suerte haber descubierto aquel viejo libro sobre la historia del castillo en la biblioteca de Horan. Sin él nunca habría podido tramar el plan. Cuando lo mencionó, Zayn le habló del próspero negocio que las mujerzuelas del pueblo tenían. No podía entender por qué no le había mencionado un hecho tan interesante de inmediato. Se encogió de hombros. Era el típico hombre. Su cerebro lo ocupaban urgencias más básicas. Se necesitaba una mujer para ingeniar una trama realmente inspiradora.
Desplegó toda su colección sobre la mesa. Tenía un látigo corto de caza, uno más largo de cuero y manojos de varas de madera atados de todos los tamaños. Las chicas de la posada le habían prestado su látigo, «el gato de nueve colas», su favorito, decían; con el que a los hombres les gustaba practicar juegos militares. También le habían dado unas cuantas herramientas más exóticas: una mordaza de hierro, un collar de pinchos y un aparato de hierro que parecía un «aplastapulgares».
Había cosas que ni se atrevía a preguntar para qué eran.
Preparó los artículos de manera que resultara una demostración convincente.
Al parecer, la mazmorra era célebre entre el sector masculino de la burguesía. Zayn sabía bien de qué iba. Era una de las atracciones principales en las fiestas de Niall. Tess le había dicho a Dodsworth que aceptara su invitación principalmente para conocer a «Lady Azote».
Ahora era el turno de Felicity de encontrarse con esa «lady».

Sacó unas cuantas horquillas y las esparció por el suelo. Luego se soltó el cuello del vestido y tiró de él. Desearía tener un espejo de mano, pero desafortunadamente la mazmorra no estaba equipada con uno. Tendría que esperar aparentar haber sido seriamente maltratada.
Eligió uno de los manojos de varas más pequeñas y calculó su peso con la mano. ¿Qué se sentiría? Los pezones se le pusieron duros de la expectación. Ya había probado ese juego antes. ¡Qué pena que Zayn no estuviera allí!
¿Bastaría con un cardenal o sería necesario que sangrara? Tiró más del vestido y se golpeó el brazo y el pecho, alcanzando el pezón. Cada vez que las varas se clavaban en la piel jadeaba de dolor. Y placer.
Volvió a golpearse, con más fuerza. Los cardenales que se cruzaban de lado a lado contrastaban de forma espléndida con el blanco de su piel. Deseaba tener un espejo, pero no le sería de ayuda. Aun así, por lo que sabía, estaba bastante bien. Lady Dunlee tendría un montón de detalles con los que obsequiar a las viejas solteronas de la burguesía.
Lanzó la fusta a sus pies y sacó del bolsillo la llave que las chicas del pueblo le habían dado. Era diestra, así que la esposa de la izquierda sería mejor. Miró hacía donde estaban colgando de la pared. Había dos grupos, uno para hombres, otro para mujeres. Las chicas le habían dicho que el de las chicas no estaba demasiado alto pero que tendría que estirarse. Sería más cómodo si se sacaba el tirante del hombro.
¿Debería despojarse del vestido completamente? Parecería aún más escandaloso. Pero la mazmorra era un poco húmeda y fría. Sacó un poco el brazo izquierdo y sintió escalofríos. Era suficiente. No había necesidad de estar más incómoda de lo necesario.
Estiró la mano, se puso la esposa alrededor de la muñeca y la cerró. Con el brazo levantado, el pecho, iluminado por el brillo de los cardenales rojos, le sobresalía hermosamente del corsé. Excelente. Tiró la llave encima de la mesa. Cayó a plena vista.
Se puso cómoda mientras esperaba. No debería tardar mucho. Charlotte ya debería haber enviado a lord Styles a la mazmorra. Aparecería en cualquier momento. En cuanto oyera sus pasos por el pasillo, se pondría a lamentarse y a llorar. Él correría a ayudarla y, si Charlotte hacía su papel correctamente, lady Dunlee, lady Beatrice, la señora Larson y todos los invitados a la fiesta llegarían en breve para verle con las manos puestas encima de ella. Luego sería su palabra contra la suya.
Sí, él era conde, pero ella era la hija de un conde. Vale que a papá le habían censurado entre la burguesía, pero seguía teniendo un título. ¿Cómo podría Styles negar lo evidente? Estaba esposada a la pared, la llave lejos de su alcance, el vestido casi a la altura de la cintura y el pecho rojo por sus golpes. Estaría aterrorizada. Se echaría llorando a los brazos de lady Dunlee; le contaría cómo Harry le había sugerido tal juego, lo feliz que estaba por complacerle (todo el mundo sabía que iba tras él desde hacía años), pero que le había puesto demasiada pasión e intensidad para ella.
Lady Dunlee la creería, y eso era lo que importaba. Incluso si el resto de las damas dudaban de su veracidad, las circunstancias de la escena eran irrefutables por sí mismas. No venía nada mal que nadie supiera cuales eran las preferencias sexuales de Harry. Era tan reservado. ¡Vete a saber!, el también podría ser un enamorado de la flagelación, como Dodsworth.
El plan era a prueba de tontos. Styles sería fácil de engañar.
Cambió de posición. La mano izquierda se le dormía y sentía un hormigueo. Empezaban a dolerle también los hombros.
No tenía importancia. Se distraería. Tenía un montón de deliciosos pensamientos con los que despreocuparse de la incomodidad.
Se pasaría los últimos minutos antes que Styles llegara planeando en qué se gastaría el dinero.
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— ¿Lord Styles, podemos hacer una pausa?
A lady Caroline le faltaba el aire. Las mejillas habían pasado de rosas a un rojo brillante. Gotas de sudor le caían de la frente. Hasta las plumas del sombrerete se marchitaban.
A Harry no le importaba. Él no quería ver las dichosas ruinas de la capilla. Para él era como cualquier otro trozo de tierra con hierbajos y un edificio deteriorado. Él quería estar con _______.
—Claro que sí, lady Caroline.
Miró atrás, hacia el resto de los invitados. Allí estaba ____, de pie con la señora Larson, Meg, Liam y Sir George.
¡No! Lord Malik se había unido al grupo.
—Mire, lord Styles. Creo que aquí debía de estar el altar. —Lady Caroline caminó por el suelo empedrado hasta una plataforma elevada—. ¿Se imagina a los caballeros rezando antes de partir a luchar?
— ¿Luchar? —Él sí que quería luchar. Le gustaría atravesar a lord Malik con una lanza.
Meg y Liam se separaban del grupo, sin duda iban a inspeccionar algunos hierbajos. Al menos lord Malik no podría hacer daño a ______ con la señora Larson presente.
—Oh, lord Styles, hay algunas palabras grabadas en esta piedra. Creo que es latín.
Harry gruñó. ¿Acabaría pronto la chica?
— ¿Puede venir a verlo? A lo mejor puede decirme lo que pone. No sé latín.
—Naturalmente, lady Caroline. —Naturalmente que no sabía latín; ya le sorprendía que pudiera leer más de dos líneas en su propia lengua. Lady Caroline no había sido una estudiante aplicada.
Echó un último vistazo a ________ y a lord Malik. El hombre parecía estar comportándose. ¿Cómo no iba a hacerlo? La señora Larson y Sir George estaban justo a su lado.
— ¿Lord Styles?
—Voy.
Le costó tener que darse la vuelta. Estaba siendo poco razonable. Sí, las fiestas de Horan tenían fama de ser ajetreadas, pero no eran demasiado peligrosas, a excepción, quizá, de jóvenes e ingenuas principiantes a las que les faltasen dos dedos de frente. ______no era una niñata. No se marcharía sola con un hombre de esa calaña.
—Por aquí, lord Styles. ¿Lo ve? ¿Qué pone?
Lady Caroline parecía emocionada. Sonrió y se inclinó para examinar la inscripción. Era casi agradable cuando sacaba a relucir sus aires de clase alta.
— ¿Es una bendición? ¿El nombramiento de un caballero especialmente valiente?
Harry recorrió la inscripción con el dedo para asegurarse.
—Antonio erat hic.
— ¿Y? ¿Qué significa?

El Conde Desnudo - Harry Styles -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora