1. La Canica (Parte 1)

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Todos los días a la hora del recreo, los niños corrían al patio del colegio para jugar al campeonato de canicas. Cada cual sacaba sus más brillantes, relucientes y poderosas canicas, con el único afán de vencer a todos los demás y quedarse con las canicas de los contrincantes más débiles, quienes además de perder sus tesoros más preciados perdían su honor al ser humillados públicamente delante de los espectadores. Aquello era el equivalente escolar de las “olimpiadas”.

El contendiente con más honor y más canicas era Ignacio, un muchacho largo y desgarbado con aires de motociclista rebelde, que cargaba un gran tarro de metal en el que apenas le caían sus canicas. Ignacio tenía dos compinches: Daniel y Cristián, quienes se encargaban de mofarse y humillar a los vencidos rivales de Ignacio, haciéndolos desear cambiarse de colegio. Pero no solo eran desagradables durante el juego, también gustaban de molestar a los compañeros más débiles y desprevenidos, quitándoles sus mochilas o amenazándolos con golpizas y burlas. Ignacio era el frío cabecilla del grupo, ya que nunca participaba directamente de estas actividades, limitándose a observarlos a cierta distancia.

El único lugar donde los compañeros se atrevían a enfrentar a Ignacio era en el recreo durante el juego de las canicas, sin embargo, no había sido vencido jamás, lo que le otorgaba un sitial de respeto y honor, que le permitía continuar con sus fechorías, en las cuales no discriminaba por sexo: tanto niños como niñas podían ser buenas víctimas para la diversión de su grupo de amigos.

Por otra parte, el juego de las canicas sí discriminaba, pues era exclusivamente para los varones; las niñas se limitaban a ser parte de la audiencia, dándole ánimos al jugador de su preferencia. Esta forma de regular el juego se había dado desde el mismo comienzo, cuando los primero niños llevaron sus canicas para jugar y los siguientes niños llevaron sus propias canicas para jugar y siguió así sin que a ninguna niña se le ocurriera jamás llevar sus canicas, así fue como todos los niños y niñas de la colegio asumieron que las canicas eran un juego solo para niños, tal como las muñecas era un juego solo para niñas, hasta que después de un tiempo ya no se permitía a ninguna niña jugar.

Aline no estaba de acuerdo con esta situación. Ella pensaba que todos podían jugar a lo que se les ocurriera solo con tener ganas de hacerlo, al menos así era en el colegio donde ella y su hermano Alan estudiaban antes, donde ella misma era muy buena jugado a las canicas, tan buena como para derrotar, quitarle el tarro de canicas y humillar al mismo Ignacio, cuya forma de tratar a los compañeros era otra de las cosas con las que Aline no estaba de acuerdo y así se lo había hecho saber cada vez que lo enfrentaba para defender a algún desprevenido que se cruzaba en el camino de Ignacio y su grupo. Lo curioso era que a ella nunca le habían hecho nada, ni siquiera esbozaban una mueca cuando les gritaba lo mala personas que eran y lo feo que se comportaban. Incluso, cuando quiso jugar a las canicas con los niños y todos se burlaron de ella, Ignacio y su grupo se limitaron a mirarla sin parpadear.

Su hermano pequeño Alan, quien si podía jugar a las canicas, pese a ser un pésimo jugador, le decía que Ignacio estaba enamorado de ella, que de lo contrario ya la habría destruido hace mucho tiempo, que solo eso explicaba porque nadie le había puesto pegamento en su silla, tirado papeles en el pelo, ensuciado con tinta su mochila o robado su colación. Aline escuchaba las teorías de su hermano con paciencia de hermana mayor, mostrando todo el interés posible, pese a no estar para nada de acuerdo. Para ella Ignacio era simplemente un abusivo con poco cerebro y sin argumento.

Aline nunca estuvo de acuerdo en que sus papás la cambiaran de colegio solo porque se habían cambiado a otro lugar del país, estaba convencida de que viajar 4 horas en bus todos los días hasta su antigua ciudad para ir a clases era una idea genial y tuvo muchas discusiones para intentar convencerlos de que estaba en lo correcto. Como ellos no cedieron, se vio obligada a asistir el primer día de clases al nuevo colegio, esperando encontrar miles de motivos para continuar probándoles que lo mejor era regresarla al colegio donde estuvo desde primer año de enseñanza básica, sin embargo, ese primer día conoció a Cristóbal, el niño más adorable e inteligente que hubiese visto en la vida, comprendió que el destino se había encargado de ponerlos juntos en la misma sala de clases y comenzó a gustarle el nuevo colegio.

Una costumbre que Aline se negó a dejar de lado con el cambio a la ciudad, fue la de escabullirse de su cama por las noches, cuando todos en su casa se iban a dormir, e instalarse largo rato a escrutar el cielo con ojos de científico. Pensaba que en cada una de esas estrellas que iluminaban el firmamento nocturno podía existir vida, criaturas distintas, sorprendentes e interesantes, que ninguno de nosotros, encerrados dentro de nuestro planeta, nos atrevíamos aún a encontrar. Pero ella algo en su interior le decía que ella sí tenía el valor necesario para hacerlo y por eso noche tras noche, se instala a esperar que algo extraordinario sucediera, algo que le indicará que en verdad todos acá dentro de la tierra éramos igual de pequeños en comparación con el universo y que ella por saberlo, era muy especial.

Algunas veces, Aline se quedaba dormida sentada junto a la ventana, un día de esos, aquello que se instalaba a esperar todas las noches, sucedió. En el cielo, las estrellas comenzaron a moverse muy despacio en una danza tan suave como un murmullo y ella se vio rodeada por una poderosa luz que lo envolvía todo.

“Esto es un sueño”, pensó.

Y se encontró flotando, liviana y protegida por la luz.

- Esto no es un sueño.

La Voz, cálida y poderosa, provenía de la luz, como si cada destello tuviese un sonido y cada sonido formara la Voz.

“Esto es un sueño”, se repitió, tan racional como siempre había sido.

–Esto no es sueño –repitió la Voz segura y convincente.

–Si esto no es un sueño, ¿Qué es? –preguntó.

–Es una visita –dijo la Voz –. Soy quien porta el mensaje.

Los únicos portadores de mensajes que Aline había conocido eran los carteros y aquello de tener metido en sus sueños a un cartero luminoso no le cuadraba, no obstante, se sentía tan bien flotando en la luz, que decidió seguirle la corriente.

– ¿Cuál es tu mensaje?

–Has sido elegida para ser Guardiana.

Desde pequeña su mamá le había dicho a Aline que había sido elegida para ser guardiana de su hermano pequeño y se había entregado con completa dedicación a ello. Pensó que quizás la Voz con la que soñaba era la de su mamá que le quería recordar su compromiso, aunque ella nunca le reclamaba nada, había leído que, a veces cuando las personas se sienten culpables por algo, sueñan cosas, como le estaba pasando en ese momento.

–Yo estoy cuidándolo bien –le dijo a la Voz.

–Estoy hablando de algo más grande que cuidar a tu hermano –aclaró la Voz adivinando a lo que se refería.

– ¿Qué puede ser más grande que mi hermano?

Aline era una buena hermana, para ella Alan era la persona más importante del mundo y no se imaginaba que pudiera existir algo más importante.

–Todo un planeta, eso puede ser más importante.

Aline enmudeció y la Voz aprovechó para continuar su explicación.

–Has sido elegida para cuidar un planeta que los Guardianes Universales hemos retirado de su ubicación para protegerlo de la destrucción, tu deberás cuidar de todos sus habitantes mientras encontramos un lugar en el universo menos inhóspito para él.

– ¿Cómo voy a cuidar de toda la gente de un planeta entero? –preguntó –. Mi pieza es chiquita y voy al colegio todo el día.

–Yo no dije gente, dije habitantes y no todos los planetas son como el tuyo –dijo rotunda la Voz –. Abre tu corazón para encontrar su energía, solo tú puedes encontrarlo y cuidar de él hasta que nosotros vayamos a buscarlo.

Entonces se hizo el silencio y la luz se desvaneció. 

LA GUARDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora