6. Malos presagios (parte 1)

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El gimnasio estaba repleto de personas circulando, alegres y relajadas, en busca de buenos lugares en las graderías para ver la presentación de los equipos de porristas. En la puerta principal dos chicas tomadas de la mano conversaban entretenidas con un chico alto, de flamantes cabellos dorados y reluciente sonrisa. A una distancia razonable de ellos, dos hombres con feos buzos deportivos color café, los espiaban con disimulo, aguardando el momento preciso para actuar. Estaban acostumbrados a ser sigilosos y mezclarse con la multitud al punto de transformarse en un parroquiano más, esa era la manera en la que su labor de mercenarios había resultado exitosa a través del tiempo.

Cuando las chicas se despidieron para seguir su camino, ellos supieron que el momento de tomar control sobre ellas había llegado. Fueron directo hacia las niñas, con su objetivo claro, sin vacilar y cuando las tuvieron tan cerca como el largo de su brazo, el chico, que había permanecido de pie en la puerta, contemplando cómo ellas se alejaban, de improviso apretó los puños con fuerza y llamó por su nombre a la más pequeña de las niñas, que de inmediato soltó la mano de la otra chica para ir hacia él.

Los hombres se detuvieron confundidos, sin saber si debían esperar a que ambas niñas volvieran a estar juntas o bastaba con una de ellas, hasta que, a la distancia, en el borde del escenario, una figura femenina les hizo una señal que acabó con sus dudas.

–Señorita Santos –dijo uno de los hombres –. Queremos entrevistarla para nuestro equipo.

–No, gracias –contestó la niña –. Estoy ocupada en este momento.

–Va a venir con nosotros de todas maneras –dijo el otro hombre pasándole un brazo por sobre los hombros.

El miedo se dibujó en la expresión de la chica, que dirigió una última mirada desesperada a la otra niña, deseando que se volteara y se diera cuenta de lo que sucedía.

Era increíble lo concentrada que estaba la chica del cabello corto y claro, escuchando con las mejillas ruborizadas lo que decía el chico guapo, cuando lo que debía hacer era ir en auxilio de su amiga, porque la chica de largo cabello negro era su amiga, su mejor amiga, y estaba metiéndose en problemas, la estaban secuestrando para interrogarla, para intimidarla y obligarla a decir dónde estaban los pequeños seres azules caídos del espacio. Su amiga estaba metida en ese lío por culpa de ella.

Melisa, se llevaban a Melisa.

Aline quiso gritarse fuerte, para obligar a la niña, que ahora sabía, era ella misma, a voltearse e ir en ayuda de su amiga, pero no le era posible emitir sonido alguno y en su desesperación, despertó con el grito ahogado, buscando aire que le permitiera continuar respirando. Así había sucedido cada noche durante las últimas semanas, despertaba ahogada entre las imágenes, cada vez más vívidas, de lo sucedido con Melisa.

No solo había visto como los mercenarios abordaban a su amiga en el gimnasio, también la vio avanzando por el pasillo custodiada por los dos hombres, buscando entre las porristas de otros equipos que se cruzaban en su camino una mirada cómplice que le permitiera zafarse del brazo de hierro que la sujetaba con firmeza. Incluso, la vio en la puerta de la pequeña sala donde fue interrogada, dándose valor para sonreír a la mujer que la recibía y la invitaba a entrar con fingida amabilidad.

Cada noche, sin falta, una o varias de esas escenas, se repetía en sus sueños. Aline despertaba desesperada, queriendo intervenir en lo que veía, sintiendo como la frustración y la ira crecían en ella, manifestándose como energía pura que circulaba a través de su cuerpo y luchaba por salir de él a través de sus manos cuando despertaba ahogada. Nunca antes había sentido algo tan fuerte como eso. Aline no supo hasta después de huir del campeonato, que era capaz de sentir esa clase de ira destructiva dentro de sí.

LA GUARDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora