6. Malos Presagios (parte 2)

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En los días siguientes, Aline pasó de mantenerse distante a volverse taciturna. Repasaba una y otra vez las múltiples posibilidades de enfrentar a sus enemigos y salir victoriosa del intento. La única ventaja con la que sabía que contaba, era esa ira transformada en energía destructiva purgando para salir por entre las yemas de sus dedos, pero como nunca había intentando liberarla, no sabía si podría hacerlo y mantenerse con vida después de ello.

Los sueños continuaron cada noche, mas no volvió a ver en ellos el laboratorio de torturas, limitándose a seguir a Melisa y a los Mercenarios dentro del gimnasio municipal, lo que casi consideraba un alivio.

En medio de la turbulencia desatada de sus propios pensamientos, lo único que le daba consuelo y le regresaba la paz era patrullar por el bosque de Melisa, que aún con la permanente compañía de Ignacio, tenía un efecto mágico en ella. Adentrarse en él le daba una sensación de seguridad y protección, como si las copas, con sus hojas entrelazadas, formaran una cúpula perfecta e infranqueable que filtraba la realidad, desdibujando para ella el mundo como lo conocía, dándole la posibilidad de reencontrarse con un silencio, que ocupaba todo su interior, vaciándola de todo pensamiento y emoción. El sonido de sus zapatillas hundiéndose en la hierba húmeda, la sutil mezcla de aromas: amaderados, dulces, picantes y frescos al mismo tiempo, así como la rugosa textura de las cortezas de los árboles, que no podía dejar de rozar con la punta de sus dedos, la hacían olvidar las noches de mal sueño y sus deseos de justicia.

–Es agradable escuchar lo que piensas cuando estamos aquí –dijo Ignacio quien caminaba unos metros tras ella –. Ya casi no te comunicas conmigo.

–Necesito privacidad –dijo Aline deteniéndose frente a un gran árbol –. Y como insistes en seguirme a todos lados, el único lugar privado que me queda es mi mente.

–No quiero meterme en tus asuntos privados –contestó él, cortante –. Pero tus amigos están preocupados por ti.

– ¿Preocupados? –preguntó Aline, volviéndose hacia él.

–Melisa dice que cuando estés listas vas a hablar de lo que te pasa, que no tenemos que apurarte –comentó Ignacio sin mirarla.

– ¿Ustedes han estado hablando de mí? –se sorprendió Aline

–Tus amigos se preocupan por ti –repitió Ignacio acercándose lentamente –. Y yo soy tu protector, necesito conocer tu voluntad, para poder protegerte.

La imagen de sus amigos murmurando a sus espaldas, preocupados por sus cambios y su porfiado silencio, le resultó más inesperada que ofensiva.

–No pasa nada –dijo con una sonrisa para intentar tranquilizarlo –. Está todo bien.

–Eres una pésima mentirosa.

Aline volteo la cara incapaz de sostener la sonrisa por más tiempo. Había sido un error permitir que Ignacio se acercara tanto antes de mentirle.

–Soy tu Protector –dijo Ignacio apoyándose en el árbol junto a ella –. No puedo protegerte si ya no confías en mí –insistió dejándose caer al pie del árbol.

Nunca antes Aline lo había visto desplomarse de esa forma. Él solía ser serio y valiente, siempre sabiendo qué hacer, siempre en control de sí mismo, enfocado por completo en la misión. En ese momento, Aline cayó en cuenta que en su afán por protegerlos, había obviado el asunto más importante de todos: Los sentimientos de sus amigos.

–Yo confío en ti –dijo Aline poniéndole una mano en el hombro.

–Entonces dime que te pasa –porfió Ignacio.

–Tú no lo entenderías –Aline intentó cortarlo con amabilidad –. Son asuntos humanos.

–También soy humano –suspiró Ignacio con pesar –. Y desde que te conozco, hago y siento cada vez más cosas de humano.

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