1. La Canica (Parte 3)

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En los días que siguieron, Aline se convirtió en una especie de celebridad, el colegio entero parecía saber su nombre y la saludaban sonrientes cuando se cruzaban con ella en los pasillos. Pero el que más disfrutaba de esta pequeña fama era Alan, que por el hecho de ser su hermano había obtenido su trozo de popularidad, el respeto de sus compañeros de curso, unas cuantas admiradoras y, lo más importante, un buen amigo, que le hacían mucha falta, ya que no tenía ninguno desde el cambio de colegio. Esto alegraba mucho a Aline, porque su hermano pasó de ser un niño solitario a recibir invitaciones para jugar.

Nada cambió en el campeonato de canicas, las niñas seguían siendo público observador y Aline acabó por comprender que a ninguna de ellas le llamaba la atención participar, sus amigas se lo dijeron varias veces, pero ella no quiso escucharlas y prefirió pensar que peleaba por todas, cuando solo peleaba porque ella misma quería jugar, sin embargo, después de ganarle a Daniel, prefirió no volver a intentarlo, no quería llamar más la atención, además, estaba bastante ocupada protegiendo el planeta que había ganado y que ahora guardaba dentro de su caja de música.

Al principio no supo bien que hacer con él, primero pensó que lo más adecuado sería tratarlo como a una mascota o a una planta, pero pronto entendió que lo mejor que podía hacer era guardarlo donde nadie pudiese verlo y sacarlo solo por las noches cuando todos dormían y ella se sentaba a mirar las estrellas.

–Pronto vendrán por ustedes –les decía.

Pero pasó varias semanas repitiendo lo mismo al planeta sin que nada sucediera, el mensajero no volvió a aparecer mientras dormía y Aline empezó a pensar que toda su misión consistía en resguardar al planeta y que esto era algo que tendría que hacer por el resto de su vida, y aunque aquello no le resultaba molesto, tenía muchas ganas de que su misión fuese algo más grande.

Algunas mañanas, Aline despertaba temiendo haber confundido otra vez la visita del mensajero con un sueño que no lograba recordar, pero luego se tranquilizaba, porque sabía que aquello no era posible, ya no tenía dudas de que le había pasado algo extraordinario. Logró asumir que no todas las personas desarrollan una súper visión al llegar a la pubertad, que no todos sienten el corazón de la persona que les gusta latiéndoles en el pecho, y que nadie en su sano juicio – como ella – podía conversar con una voz que le da instrucciones directo en el pensamiento.

Con el pasar de los días logró controlar su súper visión, la podía usar a voluntad en cualquier momento y le resultaba muy útil para observar que los habitantes de su pequeño planeta estuvieran bien. La capacidad de sentir el corazón de otra persona latiendo en su pecho, solo le había sucedido en aquella ocasión con Cristóbal y nunca más supo como utilizarla, ni para qué le servía, pese a que se pasó semanas intentando conectarse con el corazón de distintas personas, incluso lo intentó sin resultados, con el mismo Cristóbal, a quien querían mucho más desde que se puso delante de ella para defenderla. Por otra parte Ignacio, parecía mucho más silencioso y discreto en su comportamiento con sus compañeros desde el día el que Aline jugó a las canicas, seguramente porque la derrota de Daniel le bajó los humos de la cabeza.

Lo que Aline más deseaba que le volviera a suceder era aquello de escuchar esa voz hablándole directo en sus pensamientos, porque tenía ganas de agradecerle todo lo que hizo por ella aquel día y porque creía que el dueño de esa voz podía darle las respuestas que el mensajero aún no había venido a entregarle. Había intentado adivinar de quien podía ser esa voz misteriosa, estaba segura que le pertenecía a un hombre y, a no ser que fuera de algún poderoso desconocido, bien podía tratarse de la voz de Cristóbal y esa idea le resultaba estupenda.

Cada vez más llena de incertidumbre, Aline recorría el camino al colegio todos los días, algunas veces con Alan y su nuevo amigo, otras veces sola, mientras los niños se iban un poco más adelante, hablando cosas que ella no debía oír y aprovechaba para contemplar el camino con sus nuevos ojos.

LA GUARDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora