8. El otro Guardián (Parte 3)

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–Aline.

Debía estar muy pendiente de su hermano, al que no había visto desde la mañana, pues un suave susurro sin clara procedencia le trajo el recuerdo de su voz.

“Sígueme”, le ordenó Ignacio de improviso.

Aline continuó intentado seguirle el paso, hasta que se detuvo por completo frente a unos arbustos.

– ¿Creen que escondidos ahí no los van a ver? –preguntó Ignacio a los arbustos.

–Nadie nos ha visto todavía –dijo Simón levantándose de su escondite –. No se nos ocurrió un lugar mejor para esperarlos.

–Estoy seguro que tú no nos viste –dijo Alan–. Usaste esos poderes marcianos tuyos.

–Bien pensado, Terrícola –contestó Ignacio siguiéndole la broma.

–Suficiente, Chicos –los detuvo Aline–. ¿Qué están haciendo metidos en esos arbustos?

–Nos escondemos de ellos –tembló Simón.

–Vinieron a casa, Aline –dijo Alan.

– ¿Quiénes? –preguntó sabiendo la respuesta.

–Los Mercenarios –confirmó su hermano –. Fuimos a comprar unas golosinas para llevar a los pequeños y cuando regresamos había cuatro personas extrañas en la puerta de la casa.

–Alan quería quedarse, ir a ver lo que sucedía –continuó Simón–. Pero pensé que sería más peligroso para sus papás de ese modo y vinimos a esperar por ustedes.

C. González no se había retirado derrotada, como creyó Aline al verla dejar su casa, su optimismo la había cegado, impidiéndolo considerar todas las opciones como bien había hecho Ignacio.

El corazón de Aline se aceleró, ella también quería ir corriendo a proteger a sus papás, asegurarse que ellos estuvieran bien, pero lo más juicioso que podía hacer era mantenerse lo más alejada de su casa que le fuera posible, sus papás no tenían idea de el lío en el que estaban metidos sus hijos, por lo que serían honestos cuando respondieran negativamente al interrogatorio. Era poco probable que se los llevaran al laboratorio de las torturas, porque no tenían ninguna información con la que aportar a su búsqueda, tenía que confiar que esa teoría era certera para poder continuar sin romper a llorar allí mismo y meterse ovillada entre los árboles, como bien le gustaría hacer.

Aline suspiró y tocó delicadamente la fuente de poder de la nave que colgaba brillante en su cuello, tenía que dejar de preocuparse por la seguridad de su familia y concentrarse en llegar hasta los pequeños, una vez que ellos partieran no quedaría nada que ocultar a los mercenarios y podrían ser interrogados mil veces sin peligrar.

–Nos cubriré con una barrera de tiempo –dijo Aline–. Pero uno tiene que permanecer expuesto para hacer parar el autobús.

La idea que se le ocurrió no era de todo su gusto, pero si los cubría a todos no podrían hacer parar el autobús y tendrían que caminar cientos de kilómetros hasta la casa de Melisa, lo que con los mercenarios tan cerca no era una posibilidad.

–Yo lo haré –dijo Ignacio.

–Si la señorita Clara está detrás de todo esto, a ti te tienen identificado –se opuso Alan.

–Y a ti también por ser hermano de Aline –añadió Simón –. Yo lo haré.

Aline estaba segura que ninguno habría dado su voto por dejar a Simón expuesto fuera de la barrera, pero Simón era un chico listo y sus rápidas conclusiones eran acertadas, si los mercenarios lo veían solitario en la parada del autobús, era posible que sus sospechas no llegaran a él, que después de todo, no era más que un amigo del hermano de la chica que buscaban.

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