10. Despedidas (parte 3 final)

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–Aline.

La poderosa Voz resonó en todo su alrededor y dentro de ella. Quería ignorarla y permanecer junto a su Protector hasta que todo acabara.

–Este no es el final –señaló la Voz.

–Ignacio se muere –dijo Aline.

–Ignacio no se muere –la refutó la Voz –. Tu Protector se recuperará, Guardiana.

Aline levantó la cabeza, era la primera vez que la Voz mensajera de los Universales le hablaba fuera de sus sueños, era la primera vez que parecía provenir de un lugar y no de todo a su alrededor.

Era tal como se la imaginaba, flotaba grácil y etérea sobre ellos, sus bordes se confundían con la oscuridad de la noche, pero el parecido, incluso en esas circunstancias, era extraordinario, el largo cabello negro y rizado, la tez blanca y tersa, los mismos grandes ojos almendrados con espesas pestañas. Era innegable en cada uno de sus gestos que la Voz mensajera pertenecía a la madre de su mejor amiga.

– ¿Paula?

Por la esquina asomó corriendo el señor Santos, seguido de cerca por el alto hombre de sombrero de copa con sus dos bolsos, que eran Ángel y los dos pequeños azules, todos cubiertos aún por sus disfraces.

–Amor mío –dijo la mensajera yendo a él –. Haz sido un digno Guardián esta noche, estoy tan orgullosa de ti.

Los padres de su amiga se fundieron en un apretado abrazo, que hizo que ella pareciera más real. Era tan bonito ver al papá y la mamá de Melisa juntos, que Aline habría deseado que su amiga estuviera allí.

“El valiente vive”, pensó Ángel para Aline.

“¿Estás viendo su futuro?”, preguntó Aline.

“Para nada, estoy constatando un hecho del presente”

“Ignacio vive”, pensó Aline y volvió a apoyarse contra su pecho para sentir el latido de su corazón, con los parpados pesados y el cuerpo lánguido, no necesitaba saber más, el resto de lo que sucediera, no podía importarle menos.

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Podría haber pasado una eternidad descansando en esa mullida cama con suaves almohadas, donde volvió en sí. No sabía dónde se encontraba ni cómo había llegado hasta allí, pero la sensación era tan perfecta y agradable, algo que no había sentido hace tantos días, que se negó a abrir los ojos por si se encontraba en algún sitio del que tuviera que huir.

–Aline.

El dulce sonido de una voz familiar, la motivó a esforzarse por abrir sus pesados parpados. Muy poca luz lograba colarse al interior de la habitación a través de las gruesas cortinas rosa que cubrían el ventanal. El caballete sosteniendo el óleo estaba junto a la mesa con las pinturas de todos los colores imaginables, tal y como lo recordaba. Los osos de peluche la observaban desde sus repisas, expectantes a su reacción, al igual que Melisa, sentada a los pies de su propia cama, estrujándose las manos sobre el pecho.

–Aline –repitió Melisa acercándose a su lado con cautela – ¿Estás bien?, ¿Me recuerdas?

–Eres mi mejor amiga –sonrió Aline, divertida –. Cómo podría olvidarte.

Melisa le echó los brazos al cuello y la apretó fuerte.

– ¡Me tenías tan preocupada! –exclamó –. Desde que llegaron, que no reaccionas, ¡Pensé que ibas a dormir para siempre!

Las palabras de su amiga trajeron a su memoria vagos recuerdos de lo acontecido la noche anterior y la potente imagen de Ignacio con su humeante herida, la golpeó.

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