3. Secretos compartidos (parte 1)

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Era ligera y flotaba etérea, como las partículas de polvo que se elevan con la brisa. Su cuerpo, que unos minutos atrás reposaba relajado en la comodidad de su cama, ahora se fundía con el espacio que la rodeaba. Se sentía tan bien dejar las limitaciones del cuerpo y ser una con el todo.

-Aline.

La Voz, vibrante y rotunda se dirigió directamente a ella.

-Han regresado -dijo Aline, sintiendo como su alegría se irradiaba por doquier.

-Nunca te hemos abandonado, pequeña Guardiana -dijo la majestuosa Voz.

Y Aline supo que era cierto, que siempre habían estado allí y que nada de lo sucedido en el universo entero escapaba a su conocimiento.

-Protegiste a los tuyos del error de unos pequeños intrépidos -prosiguió la Voz, recordándole el accidente en casa de Melisa-. Y a causa de ellos, ahora todos están en peligro.

La última vez que Aline se sintió en peligro fue cuando el gran perro de sus vecinos persiguió su bicicleta mostrándole los dientes.

- ¿Van a lastimarnos? -preguntó Aline con la imagen del bravo animal en la mente.

-Es posible -dijo la Voz con pesar-. Existen entre los de tu especie, algunos que, dominados por la ambición, olvidan la bondad intrínseca de sus corazones y se aprovechan de quienes, por miedo a lo desconocido, son capaces de hacer cualquier cosa.

-Cualquier cosa -repitió Aline intentando digerir las palabras.

-Se hacen llamar mercenarios y no descansaran hasta obtener lo que buscan. Por eso tienes que encontrar a los pequeños, tienes que encontrarlos antes que ellos lo hagan.

- ¿mercenarios? -preguntó confundida.

-Sí, pequeña -aclaró la Voz-. Debes ser cuidadosa, son un grupo muy organizado que busca ganar dinero a costa de los pequeños.

Aline tenía tantas preguntas que hacer. Para empezar, necesitaba saber dónde se encontraban los pequeños seres de la nave caída para el cumpleaños de Melisa, seguido de cómo reconocer a los mercenarios para poder cuidarse de ellos, pero no tuvo oportunidad de preguntar nada, un fuerte ruido la trajo de regreso a la realidad y súbitamente abrió los ojos. Se encontraba tendida boca arriba, con la ropa de cama alborotada; la luz que se colaba por la ventana le indicó que ya había amanecido y eso significaba que era hora de partir al colegio.

Se sentó en la cama, pensando que tendría que encontrar un momento para hablar con Ignacio y planificar la búsqueda juntos. No podía hacerlo sola.

- ¡Alan, qué pasó!

Agachado en el umbral de la puerta, su hermano recogía pedazos de una destrozada taza.

-Te traía leche y... -Alan se detuvo un instante con los labios apretados - Me tropecé con los cordones.

Allí estaba otra vez, instalada entre ellos, la fuerte sensación de que su hermano le mentía, unida a la certeza que nada podía reprocharle, pues ella también le había estado mintiendo a él.

-Yo te ayudo -dijo, acudiendo a su lado.

En un silencio extraño para ellos, limpiaron la leche derramada en la puerta y luego partieron en el mismo silencio al colegio.

Aline sentía que algo iba mal entre ella y su hermano hacía muchos días, pero no se atrevía a preguntarle. Conocía a Alan muy bien y sabía que necesitaba tiempo para pensar y aclarar sus ideas antes de poder hablar de las cosas que le pasaban. Claro que nunca antes se había tomado tanto tiempo y Aline comenzaba a preguntarse si con el traslado a la ciudad su hermano había cambiado, pudiendo tomarse meses o años en volver a hablar normalmente con ella.

LA GUARDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora