3. Secretos compartidos (parte 2)

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Esa noche, después que su mamá le aplicara por última vez en la cara, las hierbas que creía responsables de su milagrosa recuperación, Aline se desveló pensando en una forma más certera de crear barreras de tiempo, considerando que la primera la había creado de forma involuntaria con resultados desastrosos. Ese día, ella había deseado que la nave no cayera sobre los invitados a la fiesta y se imaginó la vitrina donde su mamá guardaba los adornos delicados, ella había querido replicar alrededor de sus compañeros un lugar donde estuvieran tan a salvo como las figuras de cristal de su mamá. Si su capacidad de controlar el espacio y el tiempo dependían de su imaginación, tendría que crear a su alrededor algo que pudiera separarlos del mundo para que nadie pudiera verlos u oírlos, sin dejarlos petrificados como delicadas figuritas. La mejor forma de crear una separación para ella y sus amigos, era imaginar que bajaba una cortina de tiempo, que los separaba del espacio ocupado por el resto e imaginar que la subía cuando ya no fuese necesaria.

Ya estaba avanzada la noche, cuando Aline, contenta con su descubrimiento, se levantó al baño antes de dormir y pudo ver que la luz del dormitorio de Alan continuaba encendida. Muy despacio, Aline pegó su oreja a la puerta, ningún ruido se escuchaba dentro, quizás su hermano había vuelto a necesitar dormir con la luz encendida, como cuando eran pequeños y escuchó la historia de los terrores que se ocultaban en el bosque, que rodeaba al pueblo donde solían vivir. Aline regresó a su cama preocupada, preguntándose que nuevos fantasmas estarían asustando a su hermanito.

Con el desvelo de la noche anterior, Aline se quedó dormida varias veces durante la primera hora de clases y salió al primer recreo cogida del brazo de Melisa, quien la dirigió hasta el lugar donde solían sentarse a tomar el sol con sus amigas.

El recreo ya llegaba a la mitad, cuando el murmullo habitual del patio subió de volumen, obligando a Aline a levantar la cabeza del hombro de Melisa, en el que dormitaba. Un auto de la policía se había estacionado en la entrada principal del colegio y dos policías muy serios y formales se encaminaban hacia la oficina del director. Rápidamente una serie de rumores comenzaron a circular entre los compañeros, pero la única versión creíble fue la traída por Cristóbal.

En la tarde del día anterior, se habían robado varias cosas de la sala de computación, nada muy grande, algunos cables y circuitos, pero el Sr. Aravena, director del colegio, era un hombre muy correcto y no iba a aceptar que los niños de la básica comenzaran a robar. Había decidido que tenía que actuar con firmeza para darles un castigo ejemplificador, por ello, no había dudado en llamar a la policía.

–Dicen que podría ser Ignacio, ayer lo vieron tarde en la plaza atrás del colegio –dijo Cristóbal al cerrar su historia.

Aline tomó la mano de Melisa y la apretó asustada, ambas había escuchado la conversación de la inspectora y sabían que los robos habían comenzado antes, además ella sabía que Ignacio estaba ocupado en asuntos muy distintos y no pondría en peligro la misión robando de la sala donde entrarían la noche siguiente.

Asustada buscó a Ignacio entre la multitud y lo encontró apoyado en la escalera que llevaba a la oficina del director. Estaba flanqueado por sus dos matones y aferraba su tarro de canicas contra el pecho

“No te acerques”, le ordenó a la distancia.

Aline no tardó en comprender que la razón de su imperativa orden era que el director bajaba las escaleras en compañía de la policía, dirigiéndose directo hacia él. Parecía esperar lo inevitable. Él había estado en la plaza esa tarde y aunque no había estado escondiéndose para robar el colegio, si no esperando por Aline, no tenía forma de explicárselo a la policía sin revelar algo de la verdad.

El rápido latido del corazón de Ignacio en su pecho, le avisó que estaba asustado cuando el grupo de adultos se acercó a pedirle que los acompañara a la oficina. Él los siguió con una calma que no sentía, apoyado en su rostro, desprovisto de cualquier gesto que delatara sus emociones. Era probable que estuviese tramando algún plan, porque tenía el ingenio suficiente para hacerlo en pocos minutos, pero también era posible que sus poderes no funcionaran de la misma forma con los policías, quienes, después de todo, eran profesionales entrenados.

LA GUARDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora