LA GUARDIANA

7. No es lo que parece (parte 2)

La amabilidad y buen humor de los pequeños no había disminuido en nada al saber de la cercanía de sus perseguidores, con la misma simpleza y alegría de siempre, asumieron la responsabilidad de cuidar de sí mismos patrullando por el bosque y revisando que las trampas instaladas se mantuvieran funcionales.

Las tardes que Aline acudía a la casa de Melisa, continuaban siendo las tardes más agradables de la semana, incluso disfrutaba el largo viaje, que iniciaba con Cristóbal encaminándola hasta el paradero del autobús. Era la primera vez que tenían la oportunidad de estar a solas y cuando él le ofreció su compañía, Aline temió que no tuvieran nada que decirse y se quedaran aguardando en un silencio incómodo, pero muy por el contrario, el rato juntos acababa demasiado pronto por todas las cosas que tenían para contarse, como si ambos hubiesen estado esperando todo el año la ocasión de estar a solas.

De esta forma, Aline se enteró que Cristóbal era hijo único y que sus padres habían fallecido en un terrible accidente cuando él era muy pequeño, por lo que no lograba recordarlos, aunque sabía que se parecía mucho a su papá y que había heredado las virtudes de su mamá. Eso al menos era lo que había contado su abuelita, que era la persona que se había encargado de cuidar de él y le había enseñado todo lo que sabía sobre su historia. Según Cristóbal, Aline y su abuelita se llevarían muy bien, por eso la había invitado un día a ir a su casa a conocerla, le prometió esperarla con helado de vainilla y pie de limón, sus postres favoritos, lo que Aline agradeció, esperando que ese día no llegara nunca, porque los nervios de no cumplir con las expectativas de la abuelita, la ponían nauseabunda.

El autobús siempre llegaba demasiado pronto. Aline se subía a desgano y Cristóbal se quedaba mirándola desde el paradero hasta que se perdía en la distancia. Le tomaba unos cuantos minutos de viaje dejar de pensar en él, pero cuando lo lograba se daba con entusiasmo a la tarea de practicar sus poderes, con la firme convicción que si lograba probarle a Ignacio que era lo suficientemente fuerte, él dejaría de preocuparse y volverían a ser amigos.

El autobús generalmente iba muy lleno y varias personas se bajaban en su misma parada, por lo que Aline aprovechaba la aglomeración, para levantar una barrera de tiempo que la ocultara todo el camino hasta el bosque. Solía evitar la casa de Melisa, buscando nuevos caminos que llevaran de la carretera al refugio de los pequeños, caminos que podrían servir de vías de escape, si la farsa montada en el colegio fallaba y los Mercenarios iban por ellos.

Aline se dio cuenta que sus poderes se volvían más fuertes cuanto más los usaba y aprovechó los patrullajes por el bosque para dominar sus emociones y la forma en que podía influir el ambiente a través de la energía que manaba de ellas. Así, descubrió que además de golpear objetos a la distancia, con distintas intensidades, podía aumentar la fuerza con que soplaba el viento y mover ligeramente el suelo bajo sus pies dándole pequeños golpes.

–Eres una Guardiana talentosa –le dijo Arzulino un día que la acompañaba –. Muy pocos logran la conexión necesaria con el universo para hacer que las fuerzas naturales respondan a su energía.

– ¿No todos los Guardianes pueden hacer las mismas cosas?

–Claro que no. Los Guardianes van desarrollando habilidades según la necesidad de la misión y en la medida que su propia energía, en sintonía con la energía de su Protector, se lo permitan.

Ignacio ya le había explicado, cuando todavía le hablaba, que las energías de Guardianes y Protectores se encuentran sincronizadas, que allí radica su verdadero poder y la razón última que los lleva inevitablemente a unirse.

– ¿Has conocido más como nosotros en el Universo?

–En cada planeta que lo necesita hay seres como nosotros.