Capítulo 5

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             Hoseok.

     No sé  que está  haciendo, pero puede ser peligroso y no la dejaré sola. Sigo corriendo detrás de ella y el cansancio, a veces, no me deja seguir su ritmo, aunque tampoco es que quiera que se de cuenta de que lo estoy haciendo. Mi abrigo se enreda entre las ramas y hago un poco de ruido al sacarlo,  espero que no lo haya oido, no lo parece pero aumenta su velocidad.
     Llegamos a la entrada de un pueblo y me escondo detrás de una de las casas cuando veo que se detiene. Estoy perdido,  ya me vio, ¿ahora qué  le invento? Por suerte se adentra en un pasillo entre dos edificios; cuando dobla, me apresuro a seguirla. Está subiendo una escalera que queda detrás de este y parece unirlo con otro . Estoy en el tercer piso cuando salta al tejado del otro edificio. Llega al otro lado, se sienta y se tira hacia abajo. ¡ Qué idiota! ¿ qué es esto?, ¿ un suicidio? Preocupado, me acerco a donde estaba y veo que hay una escalera y un contenedor de basura que hacía un camino fácil hasta el suelo. Bajo cuando veo que sigue adentrándose más en otro callejón. Llego a una pared en forma de L, yo me escondo en una de las esquinas y ella en la otra,  de manera que pueda verla pero eĺla no a mí. Toma algo cerca de su cinturón. Creo que son, si no me equivoco, unas gafas de visión nocturna. Me pregunto que estará haciendo, hay suficiente luz sin ellas, aunque la verdad quisiera saber que hace aquí.  Conoce demasiado bien el lugar, lo que dice que no es la primera vez que viene.
     Vuelvo a mirar, pero no la veo por ninguna parte. Camino hacia donde se encontraba y la busco con la mirada; sin embargo, encuentro lo que ella estaba vigilando.
     La luz provenía de un garage. Hay un señor mayor sentado en una silla con las manos atadas en su espalda, llorando y con la cara ensangrentada. En frente de él había un tipo de unos cuarenta años, descuidado, con unos vaqueros rotos en la rodilla, una camisa con manchas de sangre, barbudo y con el pelo largo y castaño. Daba asco de solo verlo.

   - ¡ Venga, viejo inútil! Haznos el trabajo más fácil y dinos dónde está el dinero - le dice el más joven dándole una bofetada al señor, por un momento quería ir a romperle la cara al tipo, pero alrededor de este hay como siete fortachones más y me desplomarían en segundos. La luz se apaga y me ciega la vista. Solo escucho golpes y el sonido de algunas voces varoniles. El pobre señor corre pasando por mi lado sin darse cuenta de mi presencia. Cuando por fin mis ojos logran acostumbrarse a la oscuridad, distingo el cuerpo de una silueta negra dentro del garage. Las luces se vuelven a encender y los ocho tipos estaban tirados en el suelo, con las manos y pies atados y la boca sellada con cinta. Veo como ella patea en el estómago al tipo anterior, se agacha y toma una llave de su bolsillo.
   - Creo que me llevo esto. Rick, te dije que ibas a perder, pero aquí  estás. Siempre lo mismo. La semana pasada un turista, ahora el alcalde - le dice y se levanta - Regreso pronto.
     Salí del garage y cierra la puerta con la llave que le quitó al hombre después de apagar las luces. Todo se vuelve oscuro de nuevo. Alguien me toma por atrás amarrándome las manos y tapándome la boca con su mano. Me lleva por un camino que da a la esquina de lo que parece un bar. Un borracho sale  de él  con una botella en la mano y unos billetes.
   -  No de nuevo - oigo que dice la persona detrás de mí y me amarra las manos a una baranda cercana.
     Camina hacia el tipo, quien se dirige a una chica y esta lo mira con expresión de miedo. Él empieza a acosarla, pero la persona que prácticamente me ha secuestrado lo toma por detrás inmovilizándolo con su rodilla en la espalda del tipo y una navaja en su cuello.
   - Ofrécele disculpas a la señorita - dice y parece aumentar la fuerza de su agarre. El hombre dice algo incomprensible y lo deja ir. Deja caer parte del dinero cuando escapa.
   - Tómalo, te servirá de algo - mi extraño secuestrador lo recoge y se lo entrega. Se dirige hacia mí y por fin logro ver su cara. Me lleva casi como un criminal hacia la entrada del pueblo para adentrarnos de nuevo en el bosque. Unos minutos después de pasar la carretera, se detiene. Me sienta en una piedra, quita la cinta de mi boca y cuando hago una mueca de dolor se ríe. Se sienta en el suelo al frente de mí y se quita el gorro del abrigo que cubría su identidad.

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