Capítulo 26.

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Kim.

Sus ojos me miran asombrados. Calmo mis impulsos estrujando la tela de mis jeans con las manos. Su presencia no hace más que acumular más odio en mí, porque el miedo que le tenía a mis seis años ha desaparecido con el tiempo.
- ¿Cómo llegaste aquí? - pregunta con su voz ronca.
- Estoy encargada de la investigación sobre el homicidio de su esposa, es decir, mi madre Kristie Stand. Voy a tomar tu testimonio.
- Hija... yo no sé nada - la sangre comienza a circular más rápido dentro de mi cuerpo.
- ¿¡Hija!? ¿Ahora soy tu hija? - le grito - ¡No tienes derecho a llamarme así!
- Kimberly, no tenemos porqué pelear. Lo que hice lo hice por tu bien - su descarado comentario acaba con mi paciencia y comienzo a empujarlo.
- ¿¡Por mi bien!? - lo vuelvo a empujar - Me abandonaste, me golpeabas a mí y a mi madre, a quien tampoco dudo que hayas violado millones de veces - otro empujón más y cae al suelo. Comienzo a golpearlo, no siento mis manos y mi cerebro no parece pensar. Él llora y grita por ayuda.
- ¡Kimberly! - unos brazos fuertes me sujetan por la cintura alejándome de Robert - ¡Suéltalo, lo vas a matar! - Steve sujeta mis brazos descontrolados y me pega a la pared, no puedo moverme - Respira - un minuto después estoy más calmada.
William levanta a Robert del suelo. Tiene un ojo morado, la nariz un poco dislocada y el labio inferior roto.
- ¿Qué te pasa, Kimberly? ¡Es tu padre! - me grita mi tío.
- ¡Si no tuviese cerebro, estaría muerto! ¡Se lo merece, eso y mucho más! Me hizo la vida una real mierda.
- No te hagas la víctima ahora, Kimberly. Abandonaste a tu familia, te fugaste de casa a los siete años e incluso, te llevaste un buen dinero.
- ¡Ah! ¿Esa es la historia que inventaste y le contaste a todo el mundo? Eres peor de lo que pensaba - salgo del encierro en el que me había dejado Steve y camino hacia la puerta - Tío, espero que algún día te des cuenta de la porquería de hermano que tienes.
- ¡Sal de aquí! - me grita.
Paso por la puerta hacia la sala de estar arreglándome el pelo. Steve me alcanza en su auto unos minutos más tarde y comienza a conducir hasta mi apartamento.
- ¿Por qué tardaste? - le pregunto.
- Robert irá mañana a dar testimonio a la estación de policía. No te aparezcas por allá, yo te llamo y te cuento.
- Ok, tienes razón. No te preocupes.
Al entrar al edificio tomo el ascensor directo a mi apartamento. Recuerdo que dentro de un mes tengo que desalojarlo. Pensaré en eso luego, ahora tomaré una ducha. Luego del baño, tomo una larga siesta.
Al despertar observo la hora en el reloj: son las 9:00 pm. Dormí tanto que pasaré la noche en vela y eso no es bueno para mi primer día de trabajo mañana, pero si tengo energía será bueno que la gaste porque todavía mis brazos quieren golpear. Lo mejor en estos momentos sería un saco de boxeo. ¡Eso sí que ayudaba antes! Si me quedo sentada aquí sin hacer nada, recuerdos que no deseo tener me atormentarán, incluso, estando dormida. Decido salir a caminar, así que me pongo unos jeans, unos Converse y encima del sujetador, una enguatada blanca con rayas negras horizontales bastante ancha, pero de tela fina pues no hace mucho frío. Tomo algo de dinero y lo meto en uno de los bolsillos del pantalón.
La ciudad está alumbrada, pero no hay mucha gente en la calle. Pasear en la noche es quizás demasiado relajante, lo que no parecía ser un problema hasta hace media hora. Entro en un bar que está al cruzar la calle. Dicen que la bebida te hace olvidar por un rato los problemas, aunque no soy muy fanática a ella.
Me siento a un lado de la barra y le pido un whisky al barman. Era fuerte, nunca lo había probado, con unos tragos más podría comenzar una borrachera perfectamente. Después de un rato de estar bebiendo el primer trago que se me venía a la mente y que había visto en las películas, entre ellas brandy, sidra y sake, me sentía más contenta. El chico de la barra se acerca a mí antes de que me tragara el poco líquido que quedaba en mi vaso de alguna cosa que había pedido y ya no me acordaba ni del nombre.
- El chico del otro lado de la barra lo pidió para ti - me dice.
- ¿Y ese cómo se llama? - le pregunto al barman señalando con desdén el vaso. Lo coloca sobre la mesa y contesta:
- "Orgasmo con grito".

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