Capítulo 6.

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                Kim.

   - ¿Por qué me seguiste? - le pregunté con tranquilidad a Hoseok que me miraba como si no me conociera.
   - Porque parecía que te estabas escapando o huyendo, no sé - me habla estupefacto, lo estaba conteniendo adentro.
   - Vuelve a la academia - le digo y me levanto caminando en sentido contrario. - Y no me sigas más, no pienso escaparme antes de que termine el curso - siento sus pasos detrás de mí y giro la cabeza mirándolo fijamente, pero me tengo que rendir porque llega a mi lado y me sonríe.
   - ¿Adónde vas? - pregunta y suspiro, no puedo con él.
   - A escalar un rato.
   - Voy contigo.
     Pasamos el rato conversando temas triviales, él  es del mismo año que yo y descubrí que su música favorita es el rap. Llegamos a una montaña rocosa muy empinada.
   - ¿Competimos? - me dice Hoseok, al ver que saco de la mochila una cuerda de escalar - Pero sin cuerdas
   - Ok, hasta allá - digo señalando una repisa como a veinte metros de altura y guardo las cuerdas para sacar dos pares de guantes, le entrego un par.
- Toma, así no te dañarás tanto las manos.
     Empezamos a escalar. Hoseok es mucho mejor que yo y enseguida me saca distancia, pero tampoco se lo dejo fácil y me adelanto un poco. Igual me gana,  aunque llego unos segundos después. Me adentro en la cueva donde, a veces, me siento a pensar y reflexionar antes de irme a la academia.
     Encuentro algunas ramas pequeñas para hacer una fogata, las acomodo y la enciendo con un fósforo. Hoseok se siente a mi lado.
   - Tienes muchos secretos en tu vida - dice mirando a los alrededores de la cueva y sonriendo - ¿Me cuentas alguno? - vuelve a mirarme.
   - Solo si tú me cuentas alguno - le digo un poco insegura, pero quiero saber algo más personal de él.
   - Trato - me dice alargándome su mano.
   - ¿Cómo puedo estar segura de que no irás por ahí a contárselo a cualquiera o a Namjoon?
   - No lo sé.  Pero por lo menos no pienso decir nada por ahora - me dice y le estrecho la mano.
   - Pregunta.
   - ¿Por qué hiciste eso? ¿ Lo del garaje y lo de la chica? - me pregunta. Creo que no se pasó, podría haberme hecho decir muchas cosas de las que no quiero hablar. Suspiro y empiezo a decir.
   - Por rabia - me mira confundido y a pesar de haber respondido ya su pregunta, decido explicarme mejor -En cada uno de los tipos que viste, yo veo la cara de mi padre. Solo descargo todo el odio que le tengo en ellos y me calma aunque sea un poco. Todo es puro egoísmo.
   -  Yo no lo veo así.
   - En fin, da igual - le digo para terminar el tema. Estoy un poco ansiosa por saber algo más - Te toca.
   - Yo no te responderé  algo, prefiero contarte mi historia.
   - Ok.
   - Primero debería agradecerte por callar a Rita aquel día.
   - Eso no fue nada. Se te veía en la cara que estabas incómodo. Además se pasó un poco. Discúlpala, a veces se le va la lengua - digo dándole la menor importancia.
    - Bueno, entonces a lo que iba - me dice un poco acercándose un poco más a mí - Lo de apuñalar a mi padre y romperle la nariz solo fue un impulso, todo eso tuvo su origen. Él era un alcohólico, ni trabajana ni traía dinero a la casa. Mi madre lo mantuvo unos doce años desde que se casaron.
   - Ella debe ser una mujer muy fuerte  para mantener sola una casa en sus hombros - lo interrumpo cuando hace una pausa. Estoy empezando a entender porque me siento atada a él : tenemos algo en común en el pasado.
   - Sí,  lo era - continúa y se da cuenta de que no entiendo lo que quiso decir - Ella murió en un atentado, pero el desgraciado de mi padre sobrevivió.
   - ¿Y eso de romperle la nariz?.
   - Ahora te cuento. Entré aquí a los diez años por eso.  Practicaba boxeo en mis tiempos libres, me gustaban los deportes, incluso quería practicar equitación pero no teníamos dinero para pagar las clases. Mi padre golpeaba a mi madre tanto ebrio como sobrio y no le importaba dejarle alguna marca. Una vez me metí en la pelea y le propiné un puñetazo en la cara, se fue sangrando al hospital. Mi madre y yo escapamos y estuvimos tranquilos por un mes. Nos encontró, me trajo aquí y después  sucedió lo del atentado.
     Cuando termina de hablar apoya la cabeza en mi hombro, al rato levanta la vista. Sus ojos están un poco rojos y parecen perdidos en mi mirada porque ninguno de los dos logra apartar la vista del otro.

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