CAPÍTULO CUATRO... [Eres mi princesa, siempre lo serás].Cuando salí él sonrió de lado. Triunfante. Yo salí porque sabía que sino lo hacía sería peor.
Me sacudía del llanto. Caminé rápido hasta él y lo abracé por la cintura, poniendo mi cabeza en su pecho, llorando descontrolada. Buscando consuelo en él mismo.
—Lo-lo siento, hermanito. No volveré hacerlo. —Él había dicho que no me haría nada, y yo le creí.
Me acarició la cabeza, mantuve las manos aferradas a su cintura, queriendo que se compadeciera de mí. Que cumpliera su palabra y no me hiciera nada. Tomó mi rostro y me hizo mirarlo, sonrió mostrando los dientes y me guío dentro de la casa.
—No-no me hagas nada, Jay, p-prometo no volverlo hacer —decía con las lágrimas bajándome por las mejillas en cascadas mientras me llevaba a su habitación.
Entramos, me miró de pies a cabeza y después puso sus ojos encima de los míos, rojos y maliciosos. Quise preguntarle el por qué lo hacía, por qué se drogaba, pero me dio miedo y me quedé callada.
El pecho me subía y bajaba con cada movimiento que hacía. Dijo que no me haría nada. Y no le creía ahora. Se quitó la camisa y dejó ver la piel cremosa, tenía los brazos con algunos pequeños tatuajes, no eran exagerados y eran pocos, en la clavícula tenía mi nombre y un sollozo fuerte me hizo sacudir los hombros al leerlo, significaba amor. Pero él me hacía daño. No me amaba. Se desabrocho los jeans y bajó su bragueta. Lo miré suplicante una vez más.
—Por favor, no quiero.
Pero no me escuchaba, no le importaba mi opinión. Porque soy mujer. Los ojos verdes adormecidos y ya menos rojos me miraron dulces, ladeo la cabeza y sonrió tomando mi barbilla.
—Eres mi princesa, Helena.
No dijo más, me dio la espalda y yo me abracé alejándome también. Llegó a su mesita auxiliar y tomó el cinturón negro de cuero.
—Mira a la pared —ordenó, y como era habitual en mí, negué con la cabeza y me apreté un brazo sacudiéndome con cada sollozo—. Mira la maldita pared sino quieres que sea peor.
—¡Dijiste que no me harías nada! —lloré más fuerte, mi voz se escuchó rota y asustada.
—Tengo que corregirte.
Avanzó hasta mí, sonrió y acarició mis brazos, tomó mi barbilla y me miró a los ojos.
—Date la vuelta —habló con calma, intentando no enojarse más. Y no vi otra salida, me di vuelta mirando la pared mientras lloraba—. Levanta el culo.
No quería más esto, no lo soportaba. Le hice caso. No quería empeorar las cosas. Me quejé gritando cuando el cinturón me impactó en las piernas que mantenía apretadas. Estaba en ropa interior, y sentía mucho frío. El llanto se intensificó por el dolor, pero ya no le supliqué más.
—Si fueras una chica obediente esto no estaría pasando.
No dije nada, porque él siempre tenía la razón. El otro impacto fue en mis nalgas, me dolió aún más y quise meter las manos, pero las apreté en puños para no hacerlo.
—Te estoy enseñando. Te estoy corrigiendo. No puedes robarme, no puedes desobedecerme. No puedes pensar que eres más lista que yo. Eres muy tonta, ¿Cierto?
Dijo todo eso apretando los dientes, dando otro golpe. Brinqué llorando más, contrayendo los muslos por el dolor. Me dio otro golpe, más fuerte. Quería que respondiera.
—S-sí —logré pronunciar a través del llanto.
Y al fin se detuvo. Tiró el cinturón a mis pies y me dio vuelta, apretándome las caderas. Agaché la cabeza, en ningún momento mi llanto cesaba. Me acarició la espalda y desabrochó el sujetador sonriendo y quise cubrirme. Me tiró en la cama y yo me pegué al espaldar, lloriqueando, me cubrí los pechos. Él empezó a quitarse los pantalones y vi su erección, se quitó los bóxer y su miembro apuntó a mí, sonrió y acarició su pene lentamente, me agarró las piernas y jaló hasta él.
—Jayden, soy tu hermana. —Sí, volví a suplicarle. No me escuchó.
Se puso encima de mí y lamió mis pechos, sujetando mis manos entrelazadas a las suyas encima de mi cabeza. Besó mi cuello, mi barbilla y me miró dulce, intentó besarme la boca pero aparté la cara, entornó los ojos molesto y apretó los dedos en mis mejillas, haciéndome fruncir los labios, me besó bruscamente, succionando mi labio inferior.
Nos dio vuelta después, colocándome encima suyo, me acomodó para que mi intimidad quedara encajada con su pene, aún no me quitaba las bragas, no teníamos contacto. Subió las caderas presionando y jadeo agarrando las mías y empujándolas hacia abajo. Puse las manos en su pecho e intenté levantarme.
—Intentas alejarte y será peor, Lena.
Me amenazó, apretando los dientes. Y me dejé hacer. Agarró mi cabeza y la puso en su hombro, dejando mis manos presionadas contra su cuerpo y el mío, maltratándolas. Me pegó con la palma de la mano en la nalga izquierda que ya tenía adolorida y después acarició. No entendía por qué no me acostumbraba a esto de una vez. No era la primera vez, y seguía teniendo fe en él, seguía creyéndole cuando me decía que no me haría nada.
Acomodó la parte inferior de las bragas, apartándolas de mi entrada y me acarició justo ahí con los dedos. Sollocé en su oído y sentí su miembro palpitar. Acomodó su pene en la entrada de mi vagina, estiró la parte inferior del panti mientras me apretaba la nalga con esa misma mano, separándolas, y me penetró. Después rompió las bragas, me agarró ambas nalgas y empezó a moverme junto a él, quien gruñía excitado. Me embestía profundo y me molestaba, porque era grande, y cuando estaba drogado no tenía cuidado con hacerme daño. Me rodeó con los brazos por la cintura y empezó a penetrarme sin cuidado, jadeando. Chillé y lo abracé, enterrando mis uñas sin querer en sus hombros. Quería que ya acabara. Me hizo sentarme de nuevo, tomó mis caderas y me guío a su antojo de adelante hacia atrás, me agarré los pechos que me dolían con cada movimiento, para que no se balancearan y apreté los ojos para no mirarlo.
—Venga, Lena, muévete —me pidió, yo no lo hice, me empezó a mover de arriba abajo.
Puso una mano encima de mi cabeza, la acarició y me jaló el cabello hacia atrás, haciendo que arqueara la espalda y me quejara. Se cansó de la posición, me agarró las piernas por debajo y rodeé su cuello cuando se levantó en acto reflejo para no caer, me puso encima de la cama y colocó mis piernas en sus hombros, me penetró más fuerte.
—¡Ya, por favor, Jayden!—le supliqué de nuevo, pero él sonrió.
Cada vez me embestía más fuerte, estaba apunto de terminar y quería que pasara rápido, gruño para después colocar la mano en mi cuello, apretando suavemente, coloqué mi mano temblante alrededor de su muñeca y la apreté para que me soltara, encajando mis uñas con fuerza, y dio la última penetración, se mantuvo dentro, jadeando con el pecho agitado y sentí su pene sacudirse, se estaba corriendo dentro de mí.
—Eres mi princesa, siempre lo serás.
Lloré fuerte. Sacudiéndome junto a los sollozos. Se quitó de encima mío y se recostó a mi lado, boca arriba, puso mi cabeza en su pecho acariciando mi cabello, y yo lo moje en lágrimas.
—Deja de llorar, Helena. Este es tu deber.
¿Era ese mi deber?
No quería que lo fuera.
¡Gracias por leer!
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JAYDEN "Tu deber como mujer" ©
Ficción GeneralA Helena le han enseñado que siempre debe mantener la boca cerrada, que no debe discutir lo que piensa, que solo debe callar y obedecer. Que los hombres son un ser superior y que ella debe hacer lo que le piden; pero entre el miedo y sus ganas de se...