Dieciocho

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CAPÍTULO 18: Tres besos.

Tomo mi malteada mientras veo la pantalla del teléfono. Son las 7:48 pm.

Me tomé el atrevimiento de pedirle una malteada a ella, aunque no hubiera llegado aún. Para que esta no se derritiera en la espera, le dije a la chica del mostrador que la trajera cuando viera a una chica sentarse a mi lado.

También escogí la primera mesa del lugar, por si tal chica no llegaba y yo debía irme.

Vi una cabellera negra detrás del cristal de la puerta de entrada. Mónica llegó a las 8:02.

— Dos minutos de retraso, ¿Eh?– digo divertido.

— Me di cuenta de que llegaste antes por el auto en frente– se ríe y se sienta frente a mi— ¿Cómo le has hecho para que te dejen salir?

— Jornada continua en el trabajo. Mamá cree que estoy donde Ethan, ya arreglé eso. ¿Y tu?

— Mi hermano me cuida hoy, papá salió de la ciudad.– dice calmada.

— Te llevo a casa. Si nos vamos a las nueve ¿Está bien?– pregunto, ella parece entristecer.

— Supongo. ¿Por qué tardaste tanto en contestar mis mensajes?– pregunta.

Justo en la herida, no sé qué responder.

"Porque estaba deprimido porque la chica que me gusta no siente lo mismo por mi".

— No tenía crédito– miento.

La chica del mostrador llega con un batido gigante de chocolate, se lo tiende a Mónica y ella abre sus ojos como platos. Sirve para aligerar el ambiente y cambiar de tema.

— ¿Cómo sabes que me gusta la chocolatada?– pregunta.

— También he investigado– vuelvo a mentir, esta vez para sonar interesante.

— Buen investigador. ¿Qué más sabes?– pregunta atenta, mientras da un sorbo con el popote.

— Es un secreto.

— No podré dormir si no me dices– suplica.

— Pasarás muy mala noche– sonrío pícaro.

— Touche– ella me sonríe.

Por un momento me llegan recuerdos de Acacia comiendo helado, sonriendo y hasta riendo. Una sonrisa se me escapa.

— ¿En qué piensas?– pregunta, llamando mi atención.

— Nada. Estás linda hoy– digo. En parte no estoy mintiendo. Quizás no haya pensado en eso, pero si es verdad que se ve muy linda.

Sus mejillas se tornan rojas y también se le escapa una sonrisa. Trata de deviar la atención tomando otro sorbo de la malteada.

Entre charlas y risas el tiempo pasa rápido, nuestra hora se convierte en dos. Y yo estoy tan concentrado en hacerla reír que no me percato de que en al menos veinte o treinta minutos mamá estará cruzando la puerta de la casa, preguntándose donde estoy y donde está el auto.

— Creo que se hace tarde– dice, como si me hubiera leído el pensamiento.

— Te llevo a casa.

Salimos del local y nos subimos al auto, sin decir palabra. Arranco el motor y me desvío para llegar rápido a su casa. Ella rompe el silencio.

— Gracias por invitarme– acomoda un mechón rebelde detrás de su oreja.

— Cuando quieras, no tengo problema– digo.

Una Chispa de VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora