PREFACIO

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Escocia, tierras altas 1456.

- Deprisa hermano, tenemos que llegar pronto.

- ¿Estás seguro de lo que dices, Robert?, es una locura.

- Totalmente Malcom, escuché a los malditos Steward decirlo. – Aseguró el hermano menor. - Aquella bruja la tiene, y nosotros como perros dando vueltas en círculo.

Robert y Malcom MacLeod cabalgaban ferozmente por los caminos de la isla de Lewis. Dos días atrás, Lady Lucriene MacLeod había desaparecido del mismo castillo de los MacLeod, impidiendo la boda entre ella y Malcom el mayor de los Macleod, futuro Laird de sus tierras. La unión de los dos clanes, el Macleod de Lewis con el Macleod de Harris era primordial en la lucha contra sus enemigos de toda la vida, los malvados MacDonall que azotaban constantemente la isla. Pero independiente de las razones políticas de aquella unión, era el profundo amor que había nacido desde la niñez entre Malcom y Lucriene. Se conocían desde pequeños producto de su lejano parentesco, y el amor del uno por el otro había crecido a través del tiempo, convirtiéndose en una fuerza incontenible entre ellos. Su boda se debía de oficiar dos días antes, frente a sus clanes e iglesia, justo el día en que la habían raptado y justo en las narices de todos, algo totalmente inaceptable, aun no tenían pista de la persona interna del clan que los había traicionado. Pero, aquella boda no era mas que una formalidad para las familias y amigos, contrariando las tradiciones Malcom y Lucriene se amaban tanto que habían unido sus espíritus por medio de un handfasting, un mes atrás. Cuyo único testigo había sido un sonriente Robert.

Ahora el panorama era totalmente incierto y oscuro para la pareja de amantes, ella no aparecía y él estaba desesperado por encontrarla. Ahora Malcom y su hermano Robert cabalgaban a toda velocidad, junto con un pequeño grupo de sus guerreros a rescatar a Lucriene. Un campesino hacia pocos minutos les había informado el rumor del paradero de la mujer. Aun no era confirmado, pero Malcom tenían la certeza de que había sido raptada por los mismos Macdonall con los que siempre estaban en conflicto. Malcom estaba cada vez más nervioso, el miedo lo invadía por completo mientras se dirigían en dirección del acantilado. Dios sabía, cuanto le temía a las alturas, lo cual era para él una vergüenza como futuro Laird, pero mas temía lo que pudiese pasarle a su amada.

- Allí mi señor. – gritó uno de los guerreros señalando una roca alta, justo al borde de un gran precipicio del acantilado.

- No. – susurro mientras sentía el nudo apretándole el pecho.

Declam Macdonall sostenía a Lucriene, justo en la orilla, con toda la intensión de arrojarla al vacío. Deprisa los Macleod de Lewis cabalgaron hasta alcanzarlos, desmontaron sus caballos, desenvainaron sus espadas y se prepararon para la pelea.

- No te acerques maldito Macleod. – gritó eufórico Declam.

- ¡Tú, y tu maldito padre, hicieron que el rey Eduardo nos quitara nuestras tierras y nos prohibiera regresar a Lewis! – gritó a todo pulmón la acusación. – Ahora yo arruinare aquella unión que tanto desean.

- Estas tierras nunca han sido tuyas. Declam. – Declaró Robert viendo a su asustada cuñada llorando en silencio. – siempre han sido de los Macleod y ¡lo sabes! Nosotros solos reclamamos lo que nos pertenece.

Los hombres de los Macleod avanzaban lentamente hacia Declam, quien aparentemente se encontraba solo.

- ¿Cómo pudiste sacarla de nuestro castillo? – preguntó pacientemente Malcom, aunque por dentro temblaba de rabia y miedo. – Déjala ir, ella no tiene culpa alguna. Solo es una inocente.

Destilando Historia *** En Curso***Donde viven las historias. Descúbrelo ahora