13. Mosto (II)

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El viaje de Liam fue un total desastre, la empresa contratada para realizar la logística del transporte del Whisky que iba dirigido a los más grandes festivales de Whisky en el continente Americano, sufrió varios impases y retrasos imperdonables, que ocasionaron que él tuviera que aumentar el valor de los transportes, y disminuir el valor del producto a los compradores finales como reparación por los retrasos, todo con la finalidad de que los compradores no se retractaran de la compra y se perdiera el envío desde Escocia hasta Estados Unidos, lo cual ocasionaría aún más perdidas de dinero. Liam odiaba la opción de disminuir el valor de su preciado líquido, la calidad del mismo y el esfuerzo que conllevaba todo el proceso, debería ser reconocido. Además, su Whisky tenía una de las calificaciones más altas a nivel mundial, pero los continuos tropiezos no permitía que la marca creciera como él deseaba, y eso le carcomía por dentro.

No resistió la presión y las ganas de mandar a todo el mundo al demonio por su ineficacia, pero sabía que los proveedores o distribuidores eran primordiales para mantener su negocio. No contaba con un grupo grande de proveedores y hasta no tener una estrategia claramente establecida para cambiarlos a todos, o tener una fuerte inversión de dinero, que le permitiera encargarse él directamente de los procesos que estaban funcionando mal, estaba atado a aquellos proveedores. Por lo tanto, dejó todo tirado en Inverness, esperando que su hermano Owen, quien poseía la paciencia y diplomacia de la que él carecía, tratara de reparar los daños hechos por su explosivo carácter.

Viajó sin descanso desde Invernes hasta Stornoway, con el único objetivo de llegar a su preciado hogar a descansar, y disfrutar de la soledad que tanto le gustaba. Ingresó de muy mal humor al castillo dando grandes zancadas. No tuvo cuidado en la manera en que estacionó su camioneta, dejándola mal aparcada frente a la casa, azotó con fuerza la puerta de la entrada, no reparó en el desastre que el barro de sus botas en los lustrosos pisos que tanto cuidaba Brena y tampoco prestó atención cuando su hombre de confianza, Angus, quería comentarle algo antes de que continuara su camino.

- ¡Ahora no Angus!. – Bramó. - No estoy de humor para prestar atención a nada.

- Pero señor... lo que quiero informarle es...

- ¡Dije que ahora no! – Espetó continuando su camino.

Abrió la puesta de su amada biblioteca, que también cumplía la función de despacho, como una intempestiva tormenta, llevándose todo a su paso. Deseando la paz que le proporcionaba su lugar favorito de la casa, en busca de su sillón y un buen trago de whisky de su reserva personal. Sin embargo su sorpresa fue gigante cuando descubrió que su amado aposento había sido invadido. Habían libros abiertos por todo el sitio; Sobre su sillón frente a la chimenea, ahora apagada, encima de los tres sofás de la estancia, la mesa de centro llena de papeles y cosas más. A parte del descomunal desorden había una maraña de pelo castaño clavada en la lectura de un libro frente a un viejo computador portátil abierto. Permaneció anonadado, en shock durante unos cuantos segundos, hasta que encontró de nuevo su voz.

- ¿Pero qué demonios ha pasado aquí? – Expresó sin disimular su disgusto.

La gruesa voz de barítono de Liam se extendió por toda la estancia como un trueno, a razón del volumen que le impregnó a la expresión. Seguramente lo habrían escuchado en toda la isla de Lewis. La maraña de pelo se movió hacia atrás de un solo brinco, apareciendo en medio de esta un pálido y asustado rostro; unos labios gruesos, rosados, libres de agentes externos; ni labial, brillo de labios o ninguna otra cosa de esas que se aplican las mujeres. Unos hermosos ojos negros, enmarcados por unas larguísimas pestañas, que se lucían orgullosas incluso a través del grueso marco cuadrado del inmenso par de gafas que las antecedida. Solo después de haberse perdido en esa mirada, Liam comprobó que todo en el rostro de la intrusa era hermoso, esa nariz pequeña, un poco redondeada en la punta, unas mejillas pálidas, totalmente desprovistas de maquillaje, unos pómulos altos sostenidos por unos un par de cachetes, un poco rellenos, dentro del hermoso rostro ovalado . En ese momento, el rostro lucía impresionado y algo temeroso, pero después de un momento, la expresión de la intrusa cambio, trayendo consigo la ira pura.

Destilando Historia *** En Curso***Donde viven las historias. Descúbrelo ahora