capítulo 25

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EL MARIDO DE MI HERMANA.

CAPÍTULO 25.

Alan empezó a platicarme, yo sólo quería ignorarlo, pero era inevitable no mirarlo por el rabillo del ojo; quería ser polera para pegarme a su cuerpo, a veces se me escapaban sonrisas endiabladas por mis propios pensamientos.

—Te invito a desayunar —soltó de repente.

Otra vez mi boca me traicionó.

—¡No!

Arqueó una ceja, me miró un segundo y luego volvió la vista al frente.

—Te encanta decirme no —afirmó.

—No es eso, no quiero retrasarte de tus cosas —dije—. Acepto con una condición.

Me miró con curiosidad y sonrió.

—Te escucho.

—Acepto la invitación, pero luego tomo un taxi para irme a casa, de esa manera no voy a retrasarte tanto.

Volvió a sonreír y asintió. Llegamos a una cafetería.

—¿Te gusta hacer ejercicio? —inquirió.

—¿Por qué lo preguntas? —respondí con otra pregunta.

—Por tu cuerpo.

Casi me atraganto con el corazón, inmediatamente mi mente voló a la noche anterior, sentí calor en las mejillas.

—La verdad no, una vez quise intentarlo, pero desistí —sonreí por el recuerdo.

Me miró con curiosidad.

—¿No te gustó?

Volví a sonreír mientras le daba un sorbo a mi café.

—En realidad me inscribí al gimnasio porque quería estar cerca de un chico que me gustaba mucho.

Alan soltó una risita, mordí mi labio inferior, por qué tenía que sonreír así.

—¿Y eso que tenía que ver? Era entrenador o algo por el estilo.

Si supieras; pensé.

—¿Crees en el amor a primera vista? —lo miré a los ojos, no supe por qué le pregunté eso.

Clavó sus ojos en los míos tan intensamente que sentí que hasta tocaron mi alma.

—Tal vez... Sé que puede suceder —volvió a sonreír.

—Eso fue lo que me pasó a mí. Para no hacer la historia tan larga, por casualidad supe dónde entrenaba, así que decidí entrar solo para estar cerca de él —solté una risita—. Me dolía hasta el pelo, pero valía la pena. Locuras que se hacen por amor.

—¿Y qué pasó después? —preguntó con curiosidad inclinándose ligeramente hacia adelante.

Desvié la mirada con nostalgia recordando aquellos días.

—Nada.

Él elevó una ceja en un gesto de incomprensión.

»Él nunca supo de mi existencia. Tal vez me faltó pasar frente a él más veces para poder ser su amor a primera vista.

Le dio un sorbo a su café y luego, con una seriedad que no había mostrado antes dijo:

—Es un tonto. Él se lo perdió.

Casi escupo el café que tenía en la boca. Sonreí genuinamente. Sí que lo eres; pensé mirando sus ojos que brillaban con una mezcla de simpatía y ternura. Un momento de silencio nos envolvió, pero no era incómodo.

©EL MARIDO DE MI HERMANA. lDonde viven las historias. Descúbrelo ahora