capítulo 26.

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El marido de mi hermana.

Capítulo 26.

Abrí la puerta, al entrar a la habitación su expresión se transformó en sorpresa y decepción.

—Hola —Saludé con una sonrisa— . ¿Listo para ir a casa?

—No puedo creerlo —frunció el ceño con fastidio—, Vanessa y sus compromisos. Una vez más molestándote.

Estaba molesto, lo decía su expresión, pero incluso así se veía jodidamente guapo. Me acerqué y una vez más mis pensamientos me traicionaron, se suponía que lo había pensado, pero lo dije en voz alta.

—¿Tan mala es mi compañía? No te mortifiques por eso. Ella sólo me pidió un favor, no podía negarme.  

Trató de sentarse, me acerqué y le ayudé. Me miró a los ojos.

—Por supuesto que no me molesta, es un privilegio gozar de tu tiempo, ya que eres una persona ocupada.

Rayos, desvié la mirada, él me seguía mirando como si tratara de descifrar algo, o tal vez yo estaba tan nerviosa que imaginaba cosas. Solté una risita.

—Hoy tenía la tarde libre.

Unos minutos después, un amable enfermero entró en la habitación con una silla de ruedas. Recogí todas sus cosas, juntos, nos dirigimos hacia el área de salida del hospital. Cuando llegamos a la entrada nos esperaba un taxi, el enfermero ayudó a Alan a subir con cuidado.

El taxi se detuvo frente a la casa de Alan. Con cuidado lo ayudé a salir del taxi sintiendo el peso de su cuerpo apoyado en el mío. Olvidé cómo se respiraba, sentí un pequeño temblor en mis rodillas, su cercanía hacía colapsar mis sentidos.

—Cuidado —le dije suavemente, tratando de sostenerlo firme mientras subíamos los escalones hacia la puerta principal.

Cada paso era lento y cuidadoso, podía sentir su respiración cerca de mi rostro. una oleada de piel de gallina me recorrió toda la piel. Antes de abrir la puerta  me detuve un momento para ayudarlo a recuperar el equilibrio. Se apoyó más en mí, mientras caminábamos hacia el sofá pude sentir su peso completo. En mi mente empecé a contar cada paso, tratando de calmar mi ansiedad, temía que escuchara los latidos acelerados de mi corazón, porque yo los escuchaba en mi cabeza.  Lo ayudé a sentarse en el sofá, pude ver el alivio en su rostro.

—Gracias —sonrió,  nuestros ojos se encontraron brevemente. Rápidamente aparté la mirada, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas—. ¿Peso mucho, verdad?

Pasó su dedo índice por mi frente retirando unas gotas de sudor. El roce de su piel contra la mía hizo que un leve escalofrío recorriera mi cuerpo. ¿Por qué me afectaba tanto su cercanía?

—No, para nada —respondí tratando de sonar calmada mientras sentía mi corazón latir más rápido de lo normal—. Es estrés o miedo de lastimarte.

Dije lo primero que se me ocurrió. Alan me miró como buscando algo, luego sonrió.

—Tendré que estar con esta cosa una semana —aspiró con frustración—. Creo que me volveré loco.

—Una semana se pasa rápido —dije con una pequeña sonrisa.

Él volvió a mirarme.

—Si tienes una buena compañía, claro que sí.

Su comentario me tomó por sorpresa. ¿Se refería a mí? ¿O simplemente hablaba en términos generales? Traté de no pensar demasiado, me levanté con la excusa de ir a la cocina por un vaso con agua. Necesitaba alejarme un momento, tantas horas respirando su mismo aire estaban empezando a hacer estragos en mi cordura.

©EL MARIDO DE MI HERMANA. lDonde viven las historias. Descúbrelo ahora