What is love? © [WIL #1] Disponible en Amazon (Tapa blanda y Kindle)

8. ❝Salven a las focas❞🌙

En este preciso momento Chloe Bewster se encuentra contando de sus chistes, lo cual creo que es raro porque tú cuando te la cruzas sin conocerla y no interactúas con ella debes pensar: «Seguramente es tímida», pero la respuesta es un no más grande que un continente; porque ella es todo lo contrario. Su nombre debería actuar como antónimo de “timidez” (al igual que “Natalie” debería serlo de «amor», pero eso no viene al caso).

—Tengo otro chiste —dice ella, apenas pudiendo respirar. En los últimos quince minutos ha reído demasiado.

—Ya cállate —le pide Victoria, sin sonar para nada amable—. Has contado miles de chistes, y un millón de ellos fueron sin sentido. Además, me das miedo; pareces una foca que se ahoga cuando ríes.

—Bueno, está bien, me calmaré.

Toma una profunda respiración, y de a poco va dejando escapar el aire. Aunque… sólo duró menos de cinco segundos.

—No debes pensar en el chiste que has dicho.

—Oh, sí. Tienes razón.

Vuelve a inhalar y exhalar de manera tranquila, y por suerte permanece así un buen rato. Sin embargo, cuando creemos que todo está regresando a la normalidad, sus carcajadas nos traen a nosotros hacia su «normalidad». Supongo que debería dedicarse a ser payaso, tal vez tenga éxito y las personas que la oirán no la harán callar. Sin embargo, lo malo de aquello, es que la tratarán como una imbécil por reírse de sus propios chistes mientras los relata y se queda sin oxígeno en el intento.

—Será mejor irnos hacia otra parte… —propone David, mirándome a mí y luego a Victoria—. Nos observan de manera extraña. No fue buena idea venir a la cafetería.

Luego de haber estado hablando un rato cada uno había ido a hacer sus tareas y esas cosas, y después de un tiempo, cuando todos habíamos terminado; regresamos.

—Sí, tienes razón —concuerda ella, levantándose de su asiento.

En completo silencio (sí, Chloe ya no ríe) los demás nos ponemos de pie, y optamos por ir hacia el parque del internado. Allí estaremos más tranquilos y nadie nos molestará pidiendo que cerremos la boca como si estuviésemos en una biblioteca.

—¿Ya puedo contárselos? Es muy gracioso, lo juro.

—No —contesto yo, al mismo momento en el que hago maniobras para sentarme en el césped sin que se me vea nada como a la pachorrienta hace unas horas atrás. Algo me dice que odiaré tener que usar falda todos los días. ¿Por qué no me conseguí un pantalón corto para esto, a ver?

Ella empieza a quejarse, y segundos más tarde siento algo similar a que me he hecho pis encima. No puedo evitar abrir los ojos como para que salieran de mis órbitas, y me apresuro en levantarme. Dirijo mi mirada hacia el pasto, y justo detrás de donde me había sentado; hay un charco camuflado con hojas caídas de los árboles.