Suspiro profundamente, cuando al frente mío se puede observar el edificio donde permaneceré por un par de meses. Desde afuera, te invade la sensación de que tú eres una hormiga y él un desierto. ¿Qué clase de insecto no se extraviaría en semejante espacio? Lo sé, mis comparaciones son desastrosas, pero creo que se logró comprender a lo que me refiero: el tamaño del internado es verdaderamente sorprendente.
Supongo que es mayor la probabilidad de que me pierda y vaya por caminos equivocados durante bastante tiempo, a que logre superar mis miedos infantiles. Sé que son dos cosas completamente diferentes…, aun así, se relacionan. No es nada difícil imaginarme queriendo ir al baño y terminando en el cuarto de limpieza.
Okay. Dejemos eso de lado, no es importante. Lo arreglaré luego. Si me pierdo, me pierdo. Será normal, y más en mí. Así de despistada soy.
Cuando termino de recorrer con la mirada aquella edificación, tomo con mi mano izquierda la manija de la maleta y me digo a mí misma que ya es momento de caminar hacia la entrada del internado. Apenas logro avanzar un par de pasos en unos cortos segundos, y noto de inmediato cómo la gente comienza a multiplicarse a mi alrededor. Cada vez son más los alumnos que veo y, por más que suene algo exagerado, siento que estoy por asfixiarme entre tantos cuerpos. Miro con temor a aquella gran parte de adolescentes que se amontonan a los pies de los pocos escalones que hay que dejar atrás para ingresar al lugar, y también a otro grupo de personas que se abrazan unos a otros como para querer estrangularse. Tomo una gran bocanada de aire y me armo de valor para seguir avanzando. Mis pasos son lentos, y me deslizo entre uno y otro con tanto miedo a quedarme atascada que creo que las piernas me tiemblan. No es que sea claustrofóbica, de hecho, no lo soy, sólo le temo a las inundaciones. Lo llaman antlofobia. Sé que posiblemente no lo has oído antes, y la verdad es que hace poco he descubierto el nombre. Al igual que la amaxofobia. Es el miedo a conducir un coche. A que esperabas temores más normales, ¿eh? Yo considero que no hay temores que sean sensatos, corrientes… Son fobias y ya. Nadie las controla. No es que un grupo de gente, como el que tengo a unos metros de mí, se haya reunido a un kilómetro del Big Ben¹ para acordar que todos tendrían miedo a conducir un condenado automóvil. ¡Sucede y ya! Por cierto, sí, soy de Londres. Y nunca he visto al Big Ben en persona a pesar de tener dieciséis años de vida. Eso sí es extraño.
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¹Big Ben es el nombre con el que se conoce a la gran campana del reloj situado en el lado noroeste de la sede del Parlamento del Reino Unido, en Londres.
———————————————Regresando a lo que realmente interesa en este momento, intento seguir esquivando a todo quien que se interponga en mi camino o yo esté obstruyendo el suyo. Es complicado. La maleta está pesada y el césped no colabora. Tampoco lo hacen los pies que se tropiezan con ella. Desearía que fuese más pequeña… y que hubiese menos gente, además. Esto es exasperante.
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What is love? © [WIL #1] Disponible en Amazon (Tapa blanda y Kindle)
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