Capítulo 3

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Gabriel se despierta con el sonido de su teléfono. Eso nunca sucede. Sólo una persona tiene el número para ello. Su pecho se llena de pánico cuando recuerda que no regresó por Ema. Podría ser solamente su llamada para decirle donde pasar por ella, pero también podría ser alguien que llama a su contacto de emergencia para decirle que algo le ha sucedido.

Es ese pensamiento lo que lo empuja fuera de la cama, ese miedo que lo hace correr por la habitación para tomar el teléfono antes de que se pueda ir al correo de voz.

—¿Hola? — pregunta tembloroso—. ¿Ema?

—Obvio que soy Ema, idiota— ella resopla—. Dormí en la casa de Gastón y Agus. ¿Podés venir a buscarme?

—Claro— Gabriel suspira—. Estoy en quince minutos.

—Qué sean veinte y trae café— Ema murmura.

—Seguro. Estoy en veinte.

Él cuelga antes de que ella pueda decir algo más, todavía muy apartado de los eventos de ayer para hablar más de lo que es completamente necesario. Está demasiado asustado, es como si su vida fuera un reloj cuyos segundos están pasando rápido y no pudiera encontrar la manera de frenarlo. Sus manos no paran de temblar cuando pone agua a calentar para preparar el café de su hermana. No se detienen cuando agarra las llaves, abre la puerta o enciende el auto.

No se detienen en todo el camino hacia el pueblo, o cuando se estaciona al frente de la casa de sus amigos y anuncia su llegada con el claxon, y aun no se detienen diez minutos después, cuando Ema finalmente sale. Gastón está con ella y le sonríe a Gabriel y lo saluda pero Gabriel lo ignora. Ahora Gastón mira sus propias rodillas, tirando de su bufanda sobre su nariz como una máscara.

Ema se sube al asiento del copiloto, pareciendo un desastre pues su maquillaje mancha su rostro y la mitad de su cabello todavía está recogido de la manera en que lo hizo la noche anterior.

—Entonces...— Ema le dice mientras toma el vaso térmico que Gabriel le ofrece—. Fue una gran salida la que hiciste anoche. Aunque tengo que agradecerte. Esa bandeja de bebidas que derramaste sobre Gastón lo hizo quitarse la camisa. Agus tiene mucha suerte.

Gabriel no responde, solo se enfoca en la carretera y trata de que sus manos dejen de temblar antes de que sacuda el volante y alguien salga herido. Él no puede ser responsable de eso, no otra vez.

—Agus estaba enojado, por supuesto, pero pagué por los vasos— Ema continua, sin inmutarse por el silencio de Gabriel—. De nada, por cierto.

Gabriel no ofrece un gracias. Habría pagado por ellos si Agustín le enviara la cuenta. Sin embargo, conociendo a Agustín, él habría venido a cobrarlo en persona, y luego arrastraría por la oreja a Gabriel hasta el banco.

Gabriel no está seguro de que Agustín sea completamente humano. Él podría ser una tormenta, dada su personalidad. En cambio, Gastón es el mar en un día tranquilo, estoico y no afectando nada que intente interponerse en su camino. Pero cuando se juntan, cuando la tormenta azota con fuertes vientos y rompe el cielo con un rayo, se convierten en algo imparable con un gran potencial destructible, pero también una belleza extraña. Gabriel los envidia a ambos, ya sea por separado o juntos. Tienen más fuera de la que él puede soñar.

—Gabi...— Ema suspira, sacando a su hermano de su cabeza—. No tenemos que hablar de eso, pero por favor, decime algo.

—Algo— Gabriel dice secamente.

Hay exactamente un solo semáforo en el pueblo y, a pesar de que casi nadie conduce por acá, tiene que ser el más lento del mundo. Siempre lleva minutos para que cambie, y siempre hace que Gabriel esté inquieto y ansioso. Sin embargo, esta vez es un poco peor, porque el universo realmente lo está probando ahora.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora