Capítulo 12

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Gabriel se despierta con un dolor particularmente agudo en la parte posterior de su cabeza, palpitando, apuñalando y recorriendo a través de él lo suficientemente fuerte como para sacarlo de la inconsciencia. Intenta frotarse, pero solo puede mover su mano derecha. Cuando trata de levantar la izquierda, se siente demasiada pesada.

Abre los ojos, parpadeando para alejar el dolor de la tenue luz y encuentra a Renato agarrando su mano y durmiendo con su cabeza sobre sus dedos entrelazados. El recuerdo completo de esa noche se precipita hacia él y retira su mano, despertando al castaño.

—¿Ga? —pregunta Renato adormilado, sentándose y frotándose los ojos.

—No me llames así— murmura Gabriel—. ¿Qué pasó?

—Te desmayaste y te golpeaste la cabeza— dice Renato en voz baja—. Te puse en la cama y traté de despertarte, pero esta es la primera vez que abrís los ojos. ¿Cómo te sentís? ¿Nauseas? ¿Dolor? ¿Desorientado?

—Un poco de los dos primeros— Gabriel suspira, apoyando su cabeza contra las almohadas—. ¿Cuánto tiempo he estado así?

—Unas tres horas— dice Renato, mirando el reloj en su muñeca—, pero se sintió como una década. Tenía miedo.

—Estabas dormido— señala Gabriel.

—Literalmente, solo me dormí hace diez minutos —Renato resopla—. Realmente no dormí en las última veinticuatro horas.

—No, estabas demasiado ocupado revisando la única cosa que quedaba en mi vida que era realmente importante para mí— escupe Gabriel—. Ahora ándate antes de que te eche.

Intenta levantarse de la cama, pero su cabeza golpea y su estómago amenaza con estallar antes de que Renato lo empuje hacia abajo con firmeza—. No voy a ninguna parte mientras tengas una conmoción cerebral.

—¡Fuera! —Gabriel repite con dureza, tirando las manos de Renato lejos de él—. ¡No quiero volver a ver tu cara!

—Lo siento— Renato exhala—. Ga, lo siento mucho,

—¡Ahora lo recuerdo todo!—Gabriel sisea.

—Lo sé— dice Renato débilmente—. Yo... lo descubrí después de que te desmayaste. Me di cuenta de que la razón por la que no estaba en tus diarios no era porque no te importaba. Era porque no lo recordaste. Entonces comenzaste a hablar en voz alta lo que sucedía en tu sueño, y supe que lo estabas recordando.

—No importa porque no estabas vos ahí— dice Gabriel—. No tenías derecho a tocar esos diarios. No tenías derecho a leerlos, romperlos o gritarme por lo que había o no dentro de ellos.

—Lo sé— dice Renato en voz baja—. Solo... tenía que saber que había pasado entre esa noche y el tiempo en que me casé. Sabía que nunca me dirías si conociste a alguien, pero tenía que saberlo. Y luego comencé a ver rojo cuando terminé de leer todos y no pude encontrar una sola referencia a lo que paso en entre nosotros.

—Tenés que estas bromeando —Gabriel se burla—. Saliste corriendo en mitad de la noche después de que te dije que estaba enamorado de vos y después de que prometiste que hablaríamos de eso cuando despertara, y tenés la audacia de enojarte porque yo seguí adelante.

—No estaba enojado— suspira Renato—. Estaba herido, significó mucho para mí, y...

—Callate antes de que te golpee— gruñe Gabriel—. No podés decirme eso. Nunca, nunca me podés decir eso. No después de lo que hiciste. No después de que me hicieras creer que había algo entre nosotros el tiempo suficiente para que me quedara dormido y así pudieras huir. Podrías haber dicho simplemente que no, Renato. Podrías haberme dicho que no sentías lo mismo. No tenías que compadecerme, cogerme y luego dejarme atrás como un pedazo de basura.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora