Capítulo 4

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Cuando Gabriel se despierta, piensa que es un trueno. El golpeteo de la lluvia contra su ventana comienza a diferir. Es demasiado suave, demasiado débil para significar el resurgimiento de la tormenta. Es demasiado pronto para que las cosas vuelven a la normalidad.

El ruido vuelve de nuevo, y es mucho peor que el trueno. Es un golpe en su puerta. Es fuerte y furioso, implacable como cuando alguien lucha por ser escuchado a través del acero y el viento y los golpes en los oídos de Gabriel.

—¡Gabriel!— grita alguien, haciendo que el estómago del rizado se llene de miedo—. ¡Dejame entrar! ¡Me estoy congelado!

Gabriel tira de la manta sobre su cabeza de inmediato, lo que hace que Amanda salga de la cama. Justo ahora es cuando menos necesita a Renato exigiendo que se le permita ingresar a las cinco de la mañana.

—¡Gabriel!— grita Renato enojado, el sonido proviene de la ventana esta vez —. Dejame entrar o te juro que lo voy a conseguir de otra forma.

Su palma golpea contra el vidrio y Gabriel salta de la cama. La manta todavía está envuelta alrededor de él con firmeza para ocultar su rostro cuando abre las cerraduras, salvo la cadena de seguridad. Renato está allí en un instante, tratando de abrirse paso pero la cadena impide que la puerta abra por completo.

—Dejame entrar— exige de nuevo

—No. Salí de acá— murmura Gabriel.

—Incluso si eso fuera posible, no lo haría— responde Renato—. El camino está destrozado. Caminé hasta acá después de conducir hasta donde pude. Dejame entrar antes de morir congelado.

—Entonces ve a la casa de Ema— le dice Gabriel—. Ella te dejará quedarte allí.

—No caminaré un kilómetro más con esta lluvia— Renato gruñe—. Dejame entrar.

—No te quiero acá, Renato.

—Dale, Gabi, por favor— susurra Renato—. Me estoy congelando.

Gabriel cierra la puerta, pero solo por un momento. Es lo suficientemente largo para deslizar la cadena y cometer un gran error, abrir la puerta.

—Gracias— dice Renato con suavidad una vez que está dentro.

—Sabés donde está todo— murmura Gabriel—. Podés usar el lavarropas y la secadora, y hay mantas en el baúl. Dormí en la silla si querés, pero, tan pronto como se detenga la lluvia te vas de acá, no importa si es a la casa de Ema o al auto que tomaste prestado para llegar hasta acá. No me importa. Solo quiero que no estés cuando despierte de nuevo.

—Pará— dice Renato suavemente, agarrando la manta de Gabriel para evitar que se aleje—. Gabi, por favor. He venido hasta acá solo para hablar con vos. Lo menos que podés hacer es...

—Lo más que estoy dispuesto a hacer es dejarte entrar para que no te mueras de frio— dice Gabriel con veneno—. No fuiste invitado y ciertamente no sos querido acá. No tenés ningún derecho a pedirme más que eso. Toma mi oferta o ándate.

—¿Vas a echarme como hiciste con Gastón?—pregunta Renato ásperamente—. ¿Vas a tomarme del cuello y luego me tirarás a un lado como un pedazo de basura?

—Lo haré si no me dejas en paz— confirma Gabriel, alejándose del agarre de Renato—. No quiero a ninguno de ustedes acá. Quiero estar solo. ¿Por qué ninguno puede respetar eso?

—Porque nos preocupamos por vos —dice Renato con firmeza—. Gastón y Agustín me lo contaron todo. Siento no haberte reconocido. Tenías la cara cubierta, y tu voz es diferente y te fuiste corriendo. Te escapaste de mí, Gabi. Me merezco más que eso.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora