Capítulo 9

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La mente de Gabriel se tambalea ante la confesión de Renato. Una parte de él lo sabía, sabía que esos anillos no pertenecían a nadie más, pero no estaba preparado para escuchar realmente las palabras de la boca del castaño. Siente que necesita vomitar, como que sus pulmones se han encogido hasta convertir en nada y su piel está agrietada y sus huesos se han convertido en polvo.

No está seguro de cómo se las arregla para encontrar su voz lo suficiente como para decir: —¿Esposo?

—Me... me casé— Renato exhala—. Fue tan estúpido. Ni siquiera nos conocíamos. Los dos estábamos muy, muy borrachos. Ni siquiera recuerdo todo eso para ser honesto. Solo, como... pedacitos.

—¿Cuándo? — Gabriel le pregunta. Aunque no sabe por qué lo está haciendo. No quiere saber nada de esto.

—Tres meses después que me fui— admite Renato—. Nosotros... nos conocimos en un bar. En algún momento, durante la noche, decidimos que sería una buena idea casarnos porque garchamos en el baño. Entonces nos encontramos con un crucero de bodas de veinticuatro horas sobre la bahía, uno de esos que lleva a la gente y las casa frente al capitán. Incluso venden estos anillos. Y...él no soportó estar en altamar. Era un inútil a bordo de un barco. Por eso está muerto. Porque se negó a divorciarse y yo no me negué a dejar de navegar. Cuando me desperté a la mañana siguiente, quería divorciarme, pero él quería ver si las cosas podían funcionar entre nosotros. Era católico, así que no quería hacerlo a menos que no pudiéramos resolverlo. Así que traté de persuadirlo pero era demasiado cerrado. No estaba acostumbrado a estar en el mar, pasaba la mitad de su tiempo devolviendo su estómago, pero se mantuvo ahí. Se quedó conmigo dondequiera que iba, aguantaba todo mi enojo y todo lo demás. En algún lugar del camino, dejamos de pelar tanto. Dejamos de ser extraños y él comenzó a ser mi amigo. Y luego las cosas se complicaron mucho entre nosotros porque no estábamos enamorados, no realmente, pero nos preocupábamos el uno por el otro. Creo que eso terminó por hacer las cosas más difíciles.

Un día estábamos paleando. Nos dijimos cosas horribles. Estábamos anclados a unos treinta kilómetros de la costa. Había estado tratando de enseñarle a navegar, tratando de enseñarle como se hacen las cosas a bordo de un barco y por qué. Recuerdo que le estaba gritando porque había olvidado guardar algo y una ola nos golpeó. Se hizo un desastre en la cocina. Yo estaba muy enojado y comencé a hablarle re mal. A Peter quizá no le gustó lo que vio. No estaba contento con el extraño con el que se había casado nueve meses antes.

Habíamos estado peleando durante tanto tiempo que no notamos que la tormenta llegaba hasta que estuvo justo encima de nosotros. Intenté salir a cubierta, pero terminé jalando una de la lanzas de pescar y se terminó soltando. Me tropecé con eso, y por el impacto terminé jodiendome la rodilla. Se abrió de golpe y no pude moverme. Y, en lugar de escuchar lo que le decía, Peter decidió intentar hacer todo por sí mismo. Pero él no sabía lo que estaba haciendo. Agarró una cuerda equivocada y, en lugar de levantar la vela, la lanzó directamente hacia sí mismo. No tenía un chaleco salvavidas. Yo... no pude hacer nada para ayudarlo. Apenas podía moverme. Me las arreglé para pedir ayuda por radio, pero me desmaye antes de que llegaran.

No sabían que había que buscar a Peter. No había nadie para ayudarlo. Me llevaron al puerto porque me estaba muriendo desangrado. Peter apareció tres días después de que desperté en el hospital, y tuve que identificarlo por sus tatuajes y su anillo, porque los peces se habían comido su cara. Y... luego fui arrestado. Él tenía dinero. Tenía dinero y me lo había dejado todo en su testamento. Todavía no sé cuándo lo cambió. Su familia nunca me había conocido. Pensaron que lo había engañado para que se casara y que luego lo había asesinado.

Y me sentí tan culpable que no lo discutí al principio. Casi fui a la cárcel por culpa. Casi les admitía que lo había asesinado. Y, en cierto modo, lo hice. Murió porque me conoció. Murió porque lo mantuve en el barco sabiendo muy bien que no pertenecía allí. Murió porque no quería seguir casado con él y estaba tan enojado que dejé que eso comprometiera nuestra seguridad. Está muerto porque soy egoísta, cobarde e impulsivo.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora