Capítulo 5

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—¿Podés parar con eso?— Gabriel pregunta, mirando a Renato.

—¡Estoy aburrido!— se queja Renato, el tamborilear de sus dedos contra el escritorio nunca vacila ni por un segundo.

Gabriel quiere golpear su libro sobre ellos, pero no quiere romperlos. Tiene férulas, pero no tiene demasiada medicación para el dolor, solo algunas sobras de vicodin de la última vez que el dolor de su cicatriz se tornó insoportable, y parece que probablemente van a estar atrapados por unos pocos días. Solo empeoraría las cosas.

—Entonces regresa a la casa— Gabriel resopla, pasándose los dedos por el pelo y volviendo a su libro—. Hay libros que podés leer para mantenerte ocupado.

—Tengo una mejor idea— murmura Renato, finalmente deteniendo el golpeteo rítmico—. Podría usar la computadora.

—No—Gabriel dice con firmeza, acercándose a sí mismo mientras Renato lo mira.

—No voy a juzgarte por el porno con el que te entretenés mientras estás acá solo, Ga— Renato responde. —Pero podés borrar el historial de tu navegador si realmente sentís la necesidad de hacerlo.

—No veo eso, la computadora es para el trabajo y prometiste no decirme así.

—Espera, ¿no te masturbás?— pregunta Renato, mirando a Gabriel como si finalmente estuviera viendo la cicatriz—. Dale, Ga, dejá de actuar como un pendejo al que atraparon comiendo galletas sin permiso.

—Pajearse se basa en una fantasía donde dos o más personas se quieren— Gabriel suspira—. El sexo simplemente ya no es algo que me importe. No me gusta la gente, no me gusta que me toquen y nadie con ojos querría tocarme.

—Eso no es cierto, aun sos uno de los hombres más atractivos que he visto.

—Me parezco al fantasma de la ópera— Gabriel se queja.

—Uhg, ¿qué tan bien se vio Gerad Butler en esa peli?—Renato suspira soñadoramente.

—Me veo más como Lon Chaney,  la de 1925— murmura Gabriel.

—¿Eso me convierte en Mary Philbin, entonces? — Renato se ríe—. Prefiero ser Emmy Rossum, pero puedo manejarlo.

—¿Escuchás las palabras que salen de tu boca?— Gabriel gime, rodando los ojos—. ¿Lo hacés intencionalmente o todo sale disparado al azar?

—Una especie de ambos— Renato se encoje de hombros.

—Entonces deberías de intentar callarte— le dice Gabriel.

—Y vos deberías de intentar ser más amable— responde Renato—. O al menos dejarme usar tu computadora si vas a seguir siendo malintencionado y aburrido.

—Es para el laburo— reitera Gabriel—. La necesito para asegurarme que no haya nadie ahí afuera. No puedo hacer eso si estás jugando en internet. 

—Al menos podrías hablarme en alguna otra formar que nos sea gritarme— murmura Renato.

—¿Qué diablos te pasó en los últimos dos años que crees que podés forzarte a entrar en la vida de alguien y exigir que te entretenga cuando ni siquiera quiere verte, y menos hablar con vos?— pregunta Gabriel bruscamente, cerrando de golpe su libro—. No tengo ninguna obligación con vos, Renato. Ninguna en absoluta. No te debo las gracias, ni la civilidad, ni el entretenimiento. No voy a echarte con este clima, porque no quiero cargar con la culpa si algo sucede, pero eso es lo máximo que obtendrás de mí. Lo que sea que fuéramos el uno al otro, se ha ido. Eso desapareció en el momento en que me desperté con una nota pegada con cinta adhesiva a la puerta de mi pieza. No te debo nada.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora