Capítulo 13

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—¿Qué seguís haciendo acá? —Gabriel pregunta cuando Renato lo despierta. Parece que el sol está más allá de las nubes, por lo que deben haber sido algunas horas que estuvo dormido. Todavía le duele la cabeza pero las nauseas han disminuido, al menos.

—Alguien tiene que despertarte cada pocas horas cuando tenés una conmoción cerebral— dice Renato en voz baja—. ¿Cómo te sentís?

No responde, pero intenta sentarse y grita al sentir un dolor sobre la espalda.

—¿Qué pasa? —pregunta Renato con preocupación—. ¿Es tu cabeza?

—Mi... mis cicatrices— Gabriel se ahoga—. No puedo dormir boca arriba, porque comienzan a doler. Duermo de lado, para evitar que esto suceda.

—Lo siento, Ga. No lo sabía. Yo solo...

—¡Callate! —responde Gabriel, recostándose e intentado acurrucarse sobre su costado lo mejor que puede—. Sé que no lo sabías. Puedo culparte con seguridad por un montón de cosas, pero no en esto. Solo cerra la boca y dejame en paz.

—¿Hay algo que pueda hacer? —pregunta Renato con cuidado, ignorando la orden de Gabriel.

—Depende. ¿Estás preguntando por mi espalda o pidiendo perdón? — Gabriel escupe con aire venenoso. Se limpia con furia los ojos para deshacerse de las lágrimas que se escapan del dolor de tratar de estirar la piel que sus cicatrices han endurecido—. Si es perdón, entonces absolutamente no. Si es por mi espalda, entonces podés ayudarme a meterme en la bañera. Un baño con agua caliente será lo mejor.

—¿Podes levantarte o necesitás que te ayude?

—Ayudame a caminar.

—Puedo llevarte si lo necesitas, Ga.

—Literalmente preferiría gatear.

—Dale, dejá de ser tan gil— murmura Renato, agarrando a Gabriel firmemente alrededor de la cadera mientras comienzan a caminar—. No te voy a dejar caer.

—Soltame— Gabriel resopla—. Haré esto solo.

—Dejá de hablar— Renato le dice cuando llegan al baño y lo ayuda a sentarse en el inodoro —Quedate acá, voy a llenar la bañera. ¿Querés el agua muy caliente?

—No tanto— Gabriel suspira—. Eso irritará aun más el tejido de la cicatriz. Caliente, pero no demasiado.

—¿Cómo hacías cuando el calentador no funcionaba?

—Calentaba el agua en la estufa y luego la vertía— explica Gabriel.

—¿No te duele hacer todo eso en tu condición? —pregunta Renato, abriendo el grifo.

—Duele más no hacerlo— Gabriel se encoge de hombros, haciendo una mueca de dolor ante el estiramiento de la piel.

—¿Por qué no tenés a alguien acá con vos? —pregunta el castaño—, ¿ o al menos pedirle ayuda a Ema cuando algo como esto sucede?

—¿Qué parte de me gusta estar solo no entendés? — Gabriel resopla—. Y nunca llamaría a Ema para este tipo de cosas. Ella no merece tener que cuidarme después de lo que hice. Puedo soportar esto por mi cuenta.

—El único que se está castigado, sos vos, Ga— Renato dice suavemente, girando su mano en el agua.

—Soy el único que está dispuesto a admitir que tengo la culpa— murmura Gabriel—. Todos siguen diciendo que fue un error, pero no lo fue. Los errores son dejar caer un vaso o enviar un mensaje a la persona equivocada, o servirle a un cliente la comida equivocada. Matar a mis viejos porque estaba borracho, enojado y deprimido no fue un error. Fue un asesinato.

Luz de GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora