Capítulo 1

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*Capítulo dedicado a la lectora que quiso releer esta novela. Gracias por tus comentarios, Jujaa. Siempre me hacen el día.*

Narra Marinette:

Las sirvientas a mi cargo, terminaron mi vestimenta. No quise mirarme al espejo. No valdría la pena si me gustaba lo que veía o no. Yo no tenía voz ni voto sobre lo que tenía que usar. Mucho menos sobre lo que pasaría en breve. Caminé hacia el gran ventanal que había en la habitación y posé mi mirada en el horizonte. Tan lejano y tan inalcanzable. Solo deseaba perseguirlo. Deseaba saber qué había más allá de esa línea por donde se ocultaba el sol en las tardes, y por donde se ocultaba la luna cuando decidía salir. Deseaba acompañarlos en su jornada. Lamentablemente, estaba atada aquí. Atada a Paris. Atada a...

Las puertas del lugar donde me encontraba, se abrieron a la par, y por ellas entró la vizcondesa Cheng, también conocida como mi madre.

- Ya es hora. Nos vamos-

Bajé la mirada del ventanal y seguí a mi madre sin añadir palabra alguna. Nuestro destino era el hogar de los Duques Agreste. Todo el camino fue silencioso de mi parte y de parte de mi padre, el vizconde Dupain. Sabine Cheng solo se la pasaba diciendo que debía comportarme y que no me atreviera a ser irrespetuosa en ningún momento. Yo solo asentía con la cabeza. No había absolutamente nada que me salvara del destino que me esperaba. Y no quería tener más peleas por ello. Solo atrasaría lo inevitable.

En par de horas llegamos al hogar de los duques. El duque Gabriel y la duquesa Emilie nos recibieron en la entrada. Primero se saludaron los adultos entre ellos luego de decir miles de cumplidos, como era usual entre la Alta Sociedad.

- Duques, es mi honor presentarles a nuestra hija, Marinette Dupain Cheng-

Crucé mis pies y me incliné en reverencia a ellos. Emilie me sonrió de tal manera que no podía ser falsa, así que le sonreí igual. Intenté y logré por muy poco mantener la sonrisa hacia Gabriel, ya que su rostro y su mirada solo demostraban una frialdad que helaba la sangre.

- Es un placer conocerte al fin, querida Marinette. Tus padres me han hablado muchísimo de tus encantos y debo aceptar que no mintieron- dijo Emilie tomando mis manos y sonriédome de la misma forma-

- Muchas gracias, duquesa Emilie. Sin embargo, no me podría comparar a su belleza- dije-

Y era cierto. La duquesa era de tez blanca como la porcelana, de cabellos rubios casi como su hubieran sido sacados de los rayos del sol, y unos ojos verdes que parecían brillar como las esmeraldas más hermosas que solo la realeza podía comprar. Yo solo había heredado el cabello lacio negro azabache de parte de la familia china de mi madre. Además de mis ojos azules, provenientes de la parte francesa de mi padre. Mi piel era blanca pero un blanco pálido, casi como si estuviera enferma.

- Adelante, pueden ir pasando al salón-

Luego de pasar y tomar asiento, pude sentirme un poco menos nerviosa. Los adultos retomaron sus conversaciones separadas. Gabriel Agreste y Tom Dupain hablaban sobre unas tierras que mi padre había heredado y que Gabriel deseaba negociar para expandir un negocio de telas que hace poco había comenzado. Emilie Agreste y Sabine Cheng hablaban sobre la nueva diseñadora anónima que andaba rondando las calles en las noches. Reí por dentro sobre ese tema, mientras mantenía la compostura por fuera. Nunca pensé que esa vez que salí de noche con mi cuaderno, sería el inicio de toda una nueva leyenda en la sociedad. Fue hace par de meses, cuando me dieron la noticia de lo que planeaban hacer con mi vida. Intenté hacerlo. Intenté escaparme con lo único que me importaba, mi cuaderno de dibujo, y perseguir el sol para que no me abandonase. Pero el sol fue más rápido que yo. La luna me acobijó bajo su manto estrellado mientras regresaba a mi hogar, presa del dolor que sentía al no tener las agallas para escapar. Uno a uno fui sacando las páginas de mi cuaderno y las soltaba en el suelo mientras cantaba mi lamento. Unas cuantas cuadras antes de llegar a casa, las páginas ya se habían acabado, y con ellas, mis esperanzas de conseguir una vida distinta. Nadie vio mi rostro. Nadie supo de mi intento de huída. Solo escucharon mi canto y los que salieron a averiguar, encontraron esas páginas con los diseños que había hecho desde hacía mucho tiempo. Algunos los llevaron a la realidad, y se habían vuelto trajes hermosos que la Alta Sociedad pagaba lo que fuese por tener. Mis diseños estaban firmados como LN, y el mismo pueblo decidió darle nombre a esas iniciales: Lana Neur. Nada parecido a la realidad.

Deseos ProhibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora