Capítulo 20

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Era sábado cuando, después de sus respectivos trabajos, la joven pareja fue a comprar la pintura y más muebles para la casa. Sin embargo, fue hasta el siguiente día que muy emocionados despertaron temprano para ir a pintar su nueva casa.

El domingo en la mañana se encargaron de bajar del auto algunas cubetas de pintura, las cuales llevaron luego al interior de la casa. La situación se sentía demasiado doméstica. Ambos ya vestían ropa que no tuvieran miedo de manchar o de deshacerse de ella si terminaba muy arruinada.

—¿Por dónde quieres empezar? —preguntó Kongpob una vez que terminaron de meter todo a la casa. Observó todas las cubetas y el material que habían comprado. No era poco.

—¿Qué tal por la habitación principal? —sugirió Arthit, que estaba sentado en uno de los botes de pintura.

Kongpob se agachó para recoger el bote del color que habían escogido para su habitación. Arthit no iba a decirlo en voz alta, pero le gustaba mucho ver a su novio cargando con las cosas. Pensaba que era un buen ejercicio para él y además le gustaba ver sus músculos flexionarse por el esfuerzo.

—Me parece bien...

Entonces, subieron hacia el segundo piso en dirección a su recámara. Ese cuarto era el más grande de toda la casa, por lo que sintió que se llevarían un buen tiempo ocupados allí dentro. Colocaron plástico para no manchar el piso, destaparon las latas y sacaron las brochas y los rodillos para empezar a pintar.

Sin embargo, para Kongpob la única ocasión en la que había pintado en su vida fue cuando aún estaba en la universidad y era porque tenían que hacer unos murales. La verdad es que, si algún amigo o familiar le hubiera pedido ayuda para pintar su cuarto o algo parecido, él sin duda habría dicho que no y llamado en su lugar a un servicio profesional.

Pero esa situación era diferente. No era sólo ayudar un amigo o un familiar al pintar alguna pared, era su propia recámara en la casa que pronto compartiría con el amor de su vida.

Por eso, apenas habían pasado diez minutos y la camiseta del menor ya estaba arruinada por las gotas de pintura, incluso su cabello estaba recibiendo un cambio de estilo sin haberse molestado en ir a una estética.

Por otro lado, Arthit siempre había sido alguien muy metódico y organizado, así que no había desperdiciado ni una gota de pintura.

—Estás hecho un desastre, Kong, y aún no has acabado tu parte —le llamó la atención Arthit a su novio.

—No seas tan aburrido, amor... —Kongpob continuaba pasando el rodillo por sobre una de las paredes. Esto hacía trabajar los músculos de sus brazos, así que Arthit tenía una clara vista de sus bíceps.

—Tú no seas descuidado... A este paso habrá más pintura en ti que en la pared.

Dicho eso, Arthit giró los ojos y tomó la brocha para empaparla de pintura y trabajar con las esquinas. Kongpob sólo bufó divertido y siguió con su tarea, esta vez de forma más cuidadosa.

Cuando creyó haber terminado, fue hacia donde su novio estaba trabajando y le tocó en la mejilla para llamar su atención. Accidentalmente le manchó la piel del color de las paredes, pero no dijo nada respecto a eso, tal vez Arthit no se daría cuenta.

—Terminé mi parte, ¿qué más quieres que haga? —se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—Te diría que el techo, pero eres capaz de pintar el piso. Sigue con alguna otra pared. Yo también casi acabo —él daba los últimos toques a la pared que rodeaba la puerta.

—¿...El techo también se pinta? —Kongpob miraba hacia arriba, incrédulo.

Aun así, obedeció. Se encargó de pintar otra pared intentando ser lo más precavido posible. Esta ocasión se salpicó menos de pintura, pero incluso así su camiseta no se salvaría de ser desechada al final del día. Tal vez debió haber traído más, aunque... ¿quién necesitaba camisetas?

II. ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora