Capítulo 26

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Aquel próximo día de viernes, Kongpob se había levantado prácticamente de un salto para correr a la cocina y prepararle un desayuno rápido a Arthit. Ese día irían al gimnasio y no quería cometer el mismo error que el domingo anterior. 

Tomó su propio desayuno y colocó el de su novio en un plato para que lo fuera comiendo durante el trayecto. Cuando todo estuvo listo, fue de regreso a la recámara para despertar a Arthit con un pequeño beso en los labios, ya que éste todavía no se acostumbraba a tener que levantarse más temprano aún para ir al gimnasio. Kongpob pensaba que tal vez un beso le serviría como motivación.

Con lo que no contaba era con que Arthit había sentido el movimiento de la cama desde temprano, así que medio despierto, se mentalizó para levantarse en un rato más. Supo que era hora cuando sintió los labios de Kongpob sobre los suyos, pero se quedó fingiendo un momento para ver si obtenía más besos. Sabiendo ya su truco, Kongpob aprovechó para seguir otorgando besos en los labios ajenos.

—Es hora de levantarse —decía entre besos—. Hoy es día de gimnasio... —le dio un último beso, ahora más largo que los otros.

Arthit correspondió ese último beso y después se alejó poco a poco, escondiendo su rostro en la almohada.

—Ya sé... Ya voy.

Notó que Kongpob estuvo sentado a su lado hasta que se levantó. Suponía que no quería que accidentalmente se quedara dormido como hace dos días. Cuando el menor se aseguró de que Arthit estuviera cambiándose de ropa, fue a la planta baja para llevar sus bolsas y preparar el auto. Ya tenía abierta la puerta de la cochera, apenas se estaba haciendo de día y no había mucha gente fuera, sólo aquellas que acostumbraban a empezar su día con actividad física, así como ellos dos esa mañana.

Arthit bajó después de un rato, luciendo algo somnoliento. Se metió al auto sin decir nada y con un puchero en los labios. A Kongpob le hacía algo de gracia verlo así, por lo que con una sonrisa se acercó y le dio el desayuno que le había empacado para que empezara a comer en lo que iban de la casa al gimnasio.

De vez en cuando, en las luces rojas, Kongpob le robaba a su mayor algún bocado del plato, un beso rápido ya fuera en la mejilla o en la comisura de sus labios, o bien, ambos. De ese modo, el ánimo de Arthit fue mejorando mientras comía y Kongpob le proporcionaba besos.

Cuando llegaron al gimnasio, el mayor dio un gran suspiro antes de bajar. Entraron al lugar momentos después.

—¡Hola, Nong!

Ambos recién habían pasado las puertas cuando de repente llamó una joven con mucha energía. Kongpob la reconoció como la instructora de su novio, Fai. La saludó amablemente y, suponiendo que ella quería a hablar con Arthit, se despidió de ambos.

—¡Ánimo, amor! —le guiñó un ojo a su pareja y después se giró para irse rumbo a los aparatos que solía usar.

Éste sólo asintió con una pequeña sonrisa y lo vio alejarse. Se giró hacia Fai.

—Hola Fai, ¿qué tal estás? —le habló un poco más animado.

—Muy bien, comenzando el día con toda la actitud —sonrió ella—. ¿Y tú qué tal? ¿Ya mejor?

Arthit sabía que se refería al dolor en todo su cuerpo. Hizo una mueca extraña.

—Sí, un poco. Gracias.

-

La verdad es que Kongpob ya era una presencia frecuente en aquel lugar, por lo que era conocido por una buena cantidad de personas allí que le saludaban cuando lo veían pasar, algunas incluso dejaban lo que estaban haciendo para ir a pedirle consejos, pero él no sabía el porqué.

II. ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora