Capítulo 25.2

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Más tarde, Kongpob regresaba a la recámara con un artículo en manos. Se sentó junto a Arthit y le mostró al bote de aceite para masajes que traía consigo.

—¿Aún te duele? Puedo darte otro masaje si gustas —propuso con una sonrisa.

Su novio asintió con la cabeza sobre la almohada.

—Me duelen los brazos y las piernas... —De forma inconsciente hizo un puchero. —Y pensar que pasaré de nuevo por esto...

—Con el tiempo te acostumbrarás —respondió Kongpob muy seguro. Así le había pasado a él, pero el dolor definitivamente había valido la pena.

El menor se colocó al pie de la cama. Repetiría el mismo procedimiento de ayer, comenzando desde las pantorrillas de su novio. Esta vez ya sentía los músculos más relajados, pero por las quejas del mayor sabía que no dolían menos.

—¿Cómo sabes hacer masajes tan buenos? —preguntó en un murmuro.  El masaje que le estaban dando lograba que sus músculos se destensaran, aunque no sabía si era en sí la acción o el simple toque de su novio.

—Me enseñaron en el gimnasio —dijo Kongpob con simpleza mientras seguía moviendo sus manos de arriba hacia abajo por todo el muslo derecho. El aceite le permitía masajear con más facilidad, y en combinación con los movimientos ascendentes que hacía con sus manos, ayudaba al flujo de sangre en las piernas de su mayor.

—¿Enseñarte? ¿cómo?

Al parecer la respuesta que obtuvo le pareció algo poco común a Arthit, ya que él nunca fue a un gimnasio, pues siempre se había ejercitado en casa. Quizá la siguiente vez que fuera le preguntaría a Fai si en el gimnasio tenían a alguien especialista en eso.

—Un amigo me enseñó —Era todo lo que Kongpob podía decir en ese momento.

Kongpob recordaba que, cuando tenía apenas unos días yendo a aquel gimnasio, su instructor Benz lo había visto tan adolorido que se ofreció varias veces a darle un masaje como aquellos, pero tuvo que insistir varias veces hasta que él aceptó, pues no quería aprovecharse de la amabilidad del hombre. Después se enteró de que, entre muchas cosas, Benz era un terapeuta físico que disfrutaba mucho de su trabajo; incluso se ofreció a enseñarle de forma gratuita, aun así, Kongpob le pagó luego de mucho insistir. Ahora mismo, agradecía enormemente haber aceptado la oferta de Benz por enseñarle, ya que ahora era capaz de calmar el dolor de su novio con uno de aquellos masajes.

Y, a decir verdad, Benz no era exactamente su amigo, él era su instructor; pero si le decía eso a su pareja, éste no sabría de quién estaba hablando, así que lo dejo como "un amigo". Además, era poco probable que Arthit lo haya visto con sólo un día de haber ido juntos al gimnasio.

Sin embargo, esa otra respuesta no hizo más que despertar más curiosidad en Arthit, pues Kongpob nunca le había hablado de un amigo del gimnasio. Decidió no tomarle tanta importancia y dejó que continuaran masajeando sus muslos. Aunque para ello llegó un momento en el que Kongpob tenía que alzar la holgada camisa que su novio traía puesta, así que la alzó lo suficiente. Puede que tal vez destapara un poco más hasta ser capaz de ver el trasero del mayor.

Kongpob se mordió el labio ante semejante vista, sin querer se estaba excitando y los ocasionales sonidos de placer que soltaba su novio debido a aquel masaje no ayudaban. Arthit sólo sentía que su menor estaba sentado en sus piernas, no sentía todo su peso así que no le fue doloroso, pero en un momento sí fue extraño.

—¡Kongpob! ¡Deja de pensar cosas pervertidas! —le regañó—. ¡Puedo sentirte!

—P-Perdón, amor... No puedo evitarlo teniéndote así frente a mí —murmuró Kongpob en respuesta, sintiendo que sus mejillas (y algo más también) acumulaban cada vez más sangre. Estaba sumamente avergonzado, por ello se apartó lo suficiente para que su novio dejara de sentirlo, aunque no apartó sus manos pues el aceite todavía no terminaba de impregnarse en la piel que masajeaba.

II. ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora