El avión aterriza finalmente luego de largas horas de viaje. Suspiro y reprimo un gemido al sentir otro tirón de la herida en mi estómago.
Por el rabillo del ojo veo a Dasha observarme con precaución.
Siendo franca, ya estoy harta de las miradas de lástima. Sé que no lo hacen con mala intención, pero me siento vulnerable cada vez que sus ojos se posan en mí con preocupación.
No estoy convaleciente, solo herida por una puta bala. Con un poco de cuidado sanará en algunos días.
El piloto indica la puerta por donde vamos a desabordar y el número de cinta por el que saldrá el equipaje.
Diez minutos después, más o menos, estamos bajando del maldito avión comercial. Odio volar y también hacerlo con tanta gente a mi alrededor. La adolescente camina a mi lado, James a nuestras espaldas y Sergéy frente a nosotros. Ambos cargan el poco equipaje que llevamos: dos maletas de mano. No es como si tuviéramos el privilegio de empacar nuestras cosas, pues huimos de Rusia... por ahora.
Los cuatro hacemos la fila en migración y presentamos nuestros nuevos pasaportes e identidades. El agente nos da una educada sonrisa y nos devuelve los documentos.
—Bienvenidos a Alemania.
—Gracias, señor —contesto en un perfecto alemán.
A partir de este momento llegamos a una nueva vida temporal. He dejado de ser Svetlana Záitseva para ser Bárbara Koch, una mujer de ascendencia rusa y alemana que vive con sus hermanos. Por supuesto, estos son mis guardaespaldas, junto a Dasha.
—Maxim nos espera en el estacionamiento —anuncia James al revisar el teléfono—. Debemos salir.
Asiento y, a regañadientes, camino la distancia hacia la salida. Con cada paso siento como si fuera disparada otra vez en el mismo lugar. Este dolor es nada comparado con lo que sufrirá Lavrov, ese traidor de mierda. Eso lo juro por la vida de mis hermanos.
Al llegar a nuestro contacto aquí en Alemania, respiro aliviada. Soy la primera en deslizarme en el auto, seguida por Dasha y Sergéy.
—Señorita Lana —saluda en ruso el hombre en el volante, quien por el espejo retrovisor asiente con respeto. Le doy una leve sonrisa—. ¿Estamos listos? —le pregunta a James cuando este se deja caer en el asiento del copiloto.
—Vamos.
Maxim pone el vehículo en marcha y sale del aeropuerto en dirección al apartamento que nos ha conseguido.
Él es quien ha estado ayudándonos desde que le pedí a James que nos largáramos de Moscú. Es el capitán del asentamiento clandestino de la Bratva en Alemania. Si bien somos enemigos de la mafia alemana, tenemos hombres aquí, muy pocos, que pasan desapercibidos, nos dan información y, por supuesto, son leales a mí.
—El piso está en un barrio modesto, nada llamativo, justo como lo han pedido —comunica—. Nuestros hombres están al tanto de su llegada y parte de ellos nos esperan allá.
Frunzo los labios. No quiero reuniones, no estoy de humor.
James voltea a verme y levanto una ceja en su dirección.
—A la señorita le gustaría descansar, ¿no podríamos...?
Lo interrumpo con voz cansada:
—Está bien. Hablaré con ellos.
Como es de costumbre, nadie refuta lo que digo. El resto del camino, cerca de cuarenta minutos, lo pasamos en silencio hasta que llegamos a un barrio silencioso y que se nota tranquilo a simple vista. Ya está muy oscuro, tal vez medianoche hora local. Dejo que Sergéy me ayude a salir del automóvil, ya que de verdad me duele la herida.
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La Rusa©
General Fiction***DISPONIBLE LIBRO EN FÍSICO*** Muchos piensan que estoy abatida, que han acabado conmigo. Se regocijan porque creen que exterminaron a Lana Záitseva. Sus mentes tan pequeñas no se detuvieron a pensar que podría estar viva. ¡Pobre crédulos! Estoy...