El ascensor se abre y salgo detrás de la señora Schmidt con pasos determinantes. Las demás personas en el piso de la presidencia se vuelven a vernos y aunque mantengo un semblante serio y profesional, por dentro estoy sonriendo como si fuese la mismísima reina del mundo. Y puede que no lo sea en general, pero sí pretendo serlo dentro de la maldita mafia. Muchos tendrán que besar mis jodidos pies para tener el privilegio de pertenecer a mi imperio, otros tendrán que morir en el proceso de conquista de territorio.
Voy a hacer brillar mi nombre, que todos tiemblen donde se mencione a Svetlana Záitseva. Que todos mueran por mi amistad y otros rueguen clemencia de mi parte cuando cometan el más mínimo error.
Muchos me llamarán tirana, una auténtica hija de puta, mas siéndolo es que conseguiré que se me tome finalmente en serio. Que nadie me subestime.
Recorro con una mirada rápida todo el lugar. Pisos de mármol como todo el edificio, un lobby de espera con tres sofás, una lámpara de cristal enorme en el techo, cuatro puertas de roble y tres secretarias con sus respectivos escritorios, cada una al lado de una entrada. Las féminas se levantan al mismo tiempo al ver a la encargada de recursos humanos. Segundos después, sus miradas se posan en mí.
—Buenos días, señoritas. Les presento a Bárbara Koch. Ella estará ocupando el puesto de becaria para asistente del señor Liebeskind.
Las tres mujeres, que no deben llegar a los treinta, me saludan de forma cortés y profesional, por lo que yo respondo de la misma manera. Una de ellas, la rubia, sale de su escritorio y se me acerca.
—Yo soy Wanda Blumer. Soy la secretaria del señor Liebeskind. Trabajarás directamente conmigo. —No es una mujer muy bonita; tiene ojos pequeños y labios muy gruesos, tal vez rellenos, y es más baja que yo, podría decir que unos diez centímetros—. Un gusto.
—Gracias. —Estrecho su mano.
—Así es. Tu trabajo va de la mano de la señorita Blumer. Ella te entregará la agenda y las citas del señor; tú te encargarás de ordenarlas y hacerle saber cuándo tiene tiempo libre. Siempre andarás con él a todos lugares, por lo que espero que tengas pasaporte vigente. Te preocuparás de que esté a tiempo en todos sus encuentros, además de recordarle las cosas que tiene que hacer. Eres su cerebro —informa Schmidt, y asiento a cada palabra. Si bien el trabajo es lo que menos me importa, debo hacerlo bien por un tiempo—. Wanda se encarga de la mayor parte del trabajo, pero tú la ayudarás con algunas estadísticas y valores cuando te aprendas el manejo de la empresa... si pasas la semana de prueba, por supuesto.
Escruto a la dichosa Wanda, que asiente. Schmidt me hace una seña para que la siga y eso hago, no sin antes echarle un último vistazo a la mujer con la que voy a trabajar. No parece ser alguien fastidioso. Eso me alivia. La encargada de mi contratación abre la puerta que está en el sentido norte al salir del elevador, en esta hay una placa de oro que dice D. Liebeskind. Supongo que el hijo de Enriko ya es oficialmente el cabeza, al menos de las empresas. Mejor para mí.
Dentro hay más de lo mismo. Pisos de mármol y muebles finos y caros. Un enorme escritorio de caoba descansa en el fondo de la estancia, un sillón detrás de este y más atrás el típico cristal de los edificios con vista a la ciudad. Todo con colores fríos y decoración simple. A mi izquierda una pequeña sala de estar y un minibar, al lado de esto dos puertas. A mi derecha una pequeña mesa con una silla y unos equipos electrónicos.
—El señor Liebeskind llega cada día a las nueve de la mañana en punto. Tú comenzarás tu jornada a las ocho. Le gusta el orden y la eficiencia, entonces debes estar preparada para cuando entre a la oficina. También le gusta el café negro, aunque debes echarle una cucharada de azúcar. —Frunzo el ceño ante esto último.
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La Rusa©
General Fiction***DISPONIBLE LIBRO EN FÍSICO*** Muchos piensan que estoy abatida, que han acabado conmigo. Se regocijan porque creen que exterminaron a Lana Záitseva. Sus mentes tan pequeñas no se detuvieron a pensar que podría estar viva. ¡Pobre crédulos! Estoy...